David Marklimo
Otra vez fin de año, otra vez las listas de todo aquello que se presentó: que fracasó, qué fue bueno, qué se vendió, quién murió. El mundo de los libros y las reseñas no es inmune a esta tendencia. Preguntarse cuáles han sido los mejores libros del año, la verdad, no es muy interesante: son aquellos que disfrutaste, que te dejaron algo y te hicieron voltear a sitios a los que nunca mirarías en el día a día. Nada, a partir, de ahí, volverá a ser lo mismo.
Justo con esa visión, presentamos esta lista. Todas son novelas y todas están disponibles en las librerías de prestigio y también en formato electrónico. Ojalá se den una oportunidad para revisarlas.
Fortuna, del argentino Hernán Díaz, presenta una narrativa a cuatro versiones distintas, y en ocasiones opuestas, de una misma historia, el retrato de un poderoso magnate de las finanzas que supo capear y lucrarse con el Crack del 29. Se nos presenta la historia de Benjamin Rask (un magnate legendario de esos que brillaron, hace un siglo, en Estados Unidos) que se enoja por cómo lo muestran a él y a su esposa (dicen que su riqueza es de origen dudoso y que su esposa está recluida) y decide pedirle a su secretaria que sea la escritora fantasma de sus memorias para revertir esa imagen indeleble que todo Nueva York parece haberse hecho sobre él. La novela lleva al lector a reflexionar sobre el capitalismo omnipresente y omnipotente. El texto rompe el pudor en torno al dinero.
La locura, la genialidad, la obsesión está presente en Maniac, de Benjamín Labatut. Aquí vemos una novela que es, un grabado que se divide por partes. Una obra sobre la razón y la locura, una novela sobre la física y las matemáticas que la sustentan, sobre los peligros de la tecnología, sobre hombres que jugaron a ser dioses que no juegan a los dados, sobre cajas de Pandora entreabiertas, sobre -al fin y al cabo- el monstruo de la Bomba Atómica. Tres son las partes en las que se divide el texto, lo que permite el desarrollo de una obra que extiende sus tentáculos hacia el pasado y el futuro. La figura central es Johny Von Neumann, matemático genial, inteligencia superhumana, contribuyente esencial al diseño de la bomba atómica y la lógica apocalíptica de la guerra fría.
Eider Rodríguez nos presenta su primera novela, Material de Construcción, una narración magnífica y madura de cómo uno asiste a la destrucción y declive de un ser querido. Sin llorería, sin drama, con una gran claridad y una extraordinaria habilidad para trazar diálogos, la hija, Eider, contempla como su padre destruye a fuego lento su vida por el alcoholismo. Vemos como alguien desaparece con la excusa más fantasiosa, para aparecer dos o tres días después borracho como una cuba. Está claro que el padre y su enfermedad son el centro de gravedad, todo gira en torno a él y se nos muestra su negocio familiar, su día a día, su enfermedad. Por supuesto, también está la contraparte, la hija, que se debate entre sus emociones y la tragedia que observa. En un papel secundario se nos presenta a la madre, que tiene la particularidad de aportar vitalidad y realidad al relato. Nunca hubo, que se recuerde, un personaje tan ligado a la credibilidad.
Este último tema es revisado también al hablar del recuerdo de Luis Villoro que hace su hijo Juan en La figura del mundo. La evocación del padre no busca saldar deudas pendientes ni ser una mera celebración, pero en tanto testimonio honesto del pasado contiene una parte de homenaje y también algo de crítica. En los errores y las falencias del padre, sin embargo, se construye un vínculo donde el aire ausente y distante del progenitor se convierte en normalidad a los ojos de un niño que, desde muy temprano, aprende a convivir con las contradicciones que moldean su existencia. Con un agudo sentido de la comicidad y la capacidad para deslizar notas sentimentales sin desbordarse, el hijo hilvana recuerdos exponiendo en ellos las diferentes aristas de una figura que pertenece al ámbito de la intimidad, pero al mismo tiempo, tiene una notable proyección pública.
Queda, por supuesto, la pregunta de cuál ha sido la mejor novela. La respuesta, como siempre y como en todo, la tiene el lector.