EL Desgaste del Bastón

ARGENTUM

Cuando López Obrador echó a andar su plan para que quienes aspiraban a sucederlo pudieran placearse por todo el país, para ganarse las simpatías de los electores; se dijo que era una estrategia por demás inteligente del tabasqueño. Le permitía mantener a su partido, Morena, en el centro de los reflectores y las discusiones. Igual ocurriría con su nombre que sería mencionado de manera repetitiva por las corcholatas en sus discursos.

Efectivamente, la estrategia logró atraer la atención pública durante meses. De lo único que se hablaba era de Morena, de la Cuarta Transformación y de Andrés Manuel López Obrador. 

La realidad fue que López Obrador pensó más en su proyecto personal que en el de las corcholatas. Logró que la oposición se viera demasiado pálida, desdibujada. Y así fue.

En México resultó una novedosa forma de hacer campaña sin campaña.

Sin embargo, esta medida que en un principio parecía como “inteligente”, no consideró que podía afectar el liderazgo de quien resultara triunfador o triunfadora en la encuesta que determinaría quien ocuparía el cargo de Coordinador o coordinadora de la Cuarta Transformación; requisito para lograr la candidatura presidencial.

Los aspirantes se sobreexpusieron demasiado ante un público que exigía mejores contenidos en sus discursos. La improvisación les hizo repetir las mismas ideas muchas veces. Lo que decían en un lado lo repetían en otro. La emoción de los espectadores fue decayendo en la medida que avanzaban en sus asambleas informativas. 

El desgaste físico fue mayúsculo. Reunirse con la misma gente varias veces diluyó el impacto proselitista. Cuando la imagen política de un candidato se desgasta en estas condiciones, costará mucho esfuerzo recuperarla.

Claudia Sheinbaum, ya convertida en coordinadora nacional, con tal de complacer a su jefe político trató de imitar su voz y sus ademanes. Este intento le quitó naturalidad. Sacrificó el estilo que le conocieron los capitalinos cuando fue jefa de Gobierno, y se transformó en otra persona. El nuevo estilo le quitó frescura.

También perdió parte del liderazgo construido al lado de Andrés Manuel López Obrador durante años.

Sus discursos se convirtieron en una pieza retórica demasiado repetitiva y cacofónica, que dejó de emocionar a quienes la escuchan.

A lo anterior se suma el hecho de haber tomado muy en serio que el bastón de mando la facultaba para decidir quiénes podían ocupar la jefatura de Gobierno de la CDMX y las gubernaturas. No se percató que ningún gobernante en la historia política del país, ha estado dispuesto a delegar anticipadamente el poder que le otorga la Presidencia de la República.

Peor aun cuando pretende impulsar a personajes que no son del agrado del titular de las instituciones. 

El ejemplo más claro se vio con Omar García Harfuch. De manera poco ortodoxa lo desactivaron para subir a Clara Brugada. El desgaste acumulado de Claudia Sheinbaum le impidió contar con la suficiente fuerza política para colocar al expolicía en el camino a la anhelada jefatura de Gobierno de la Ciudad de México.

El costo que está pagando Claudia es alto. Primero, el bloqueo para que el estadio azul luciera semivacío. Luego, le arman otro evento multitudinario para recomponer su ego, pero se lo llenan con gente que fue a gritar, que no la dejó hablar. Le echaron a perder la reunión que sería para quitar el mal sabor de boca de la anterior. 

Por cierto, los que sí asistieron al estadio azul, diez mil o los que hayan sido, sintieron un desaire de la señora por no haberles corrido la cortesía de conversar con ellos porque “eran pocos”. Y regresaron al siguiente evento, pero con la garganta bien lubricada para gritar a todo pulmón y no precisamente para hacerla sentir bien.

Y todavía falta un gran trecho por recorrer. Independientemente de las posibilidades de Claudia para ganar en la elección constitucional, en qué condiciones de liderazgo y credibilidad llegaría a la Presidencia de la República.

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