(Segunda parte)
ÁNGEL LARA PLATAS
Las campañas electorales son una práctica política contemporánea que en el siglo XX se convirtieron en una necesidad.
Sin embargo, varias de las acciones que les dieron prestigio y éxito, en la actualidad han dejado de cumplir su propósito. Incluso, hay formatos de campaña que lejos de favorecer tienen un efecto contrario.
Por ejemplo, la práctica de los mítines tiene dos perspectivas: la de los asistentes y la de los candidatos.
Recurrentemente a los convocados se les cita con una anticipación de una a dos horas antes de iniciar el evento. A esto se agrega el tiempo del retraso del arribo del candidato. Práctica usual. Al respecto cabe precisar que a mayor espera, mayor es el desánimo de la gente.
El aplauso y los vítores al candidato corresponden más a una reacción espontánea, que a un reconocimiento pleno por el discurso expresado.
A lo anterior se agregan otros detalles como, por ejemplo, la carencia de baños suficientes en el lugar del evento; las dificultades para localizar los autobuses para su regreso; la falta de alimentos o líquidos para la sed; entre otros detalles.
A los discursos de quienes presiden el evento por costumbre les aplauden, pero no les entienden porque no hablan de lo que a la gente le interesaría escuchar.
Debido a que el candidato o candidata arriban hasta que la mayoría esté reunida, y al concluir el evento salen a toda prisa para continuar con su agenda; no se establecen las posibilidades para un contacto personalizado con los asistentes. Por lo tanto, el recuerdo no dura mucho tiempo en la memoria de los asistentes.
Desde el tablado, el candidato o candidata ven las cosas de diferente manera. Estar frente a cientos o miles que lo miran y aplauden, satisface su ego que se convierte en una falsa percepción de un apoyo masivo. Por lo tanto, los asistentes quedan en un segundo nivel de importancia cuando debiera ser al contrario.
Entre más gente asista a los mítines mayor es la emoción del candidato. Por esta razón es natural que piense que es la mejor opción para hacer proselitismo. Sin embargo, la euforia provocada por la multitud le impide buscar formas más efectivas de conexión con los probables votantes.
Al aspirante se le forma la falsa idea de que las personas que asisten a sus eventos terminan convencidas después de escucharlo, y que el factor que las ha congregado es su atracción personal. Olvidan que para convocar a multitudes participa toda una estructura organizacional como son: líderes sociales, activistas, legisladores, funcionarios públicos locales, empresarios y otros tantos.
Es muy diferente cuando la gente acude a un evento por compromiso o por curiosidad, a cuando asiste porque admira al personaje como es el caso de los artistas o los pastores, por ejemplo. Es un desatino cuando los asesores en marketing electoral tratan de difundir la imagen del candidato como si fuera una estrella de la música.
Otro de los aspectos engañosos desde el punto de vista cuantitativo, es cuando los mismos asistentes al mitin de un candidato van a la reunión del otro. Si cada cual suma a su favor a los mismos incurre en un error numérico.
Como ya lo explicamos, los llamados mítines resultan de baja rentabilidad electoral a pesar que para realizarlos se aplica gran parte del presupuesto de campaña.
Por otra parte, los mítines no se ajustan a la proporcionalidad matemática. Es decir, en el supuesto que todos los asistentes a las multitudinarias reuniones resultaran cautivados por la oferta del candidato, la suma final de los asistentes a todas las reuniones durante la campaña, no le daría para ganar en las urnas. La suma estaría por debajo de los dos dígitos en relación a los inscritos en la lista nominal. Excepto, claro, que existiera una verdadera conexión emocional entre espectadores y candidato, como sucede en los eventos musicales.