Stéphan Lévy-Kuentz, Metafísica del Aperitivo. Editorial Periférica, Madrid. 136 páginas, 2022
DAVID MARKLIMO
Nunca ha sido bien visto hablar solo, aunque es bastante más normal de lo que uno creería. Es bastante común reflexionar sobre cualquier decisión con un discurso en solitario, o cuando intentamos acordarnos de los elementos de una lista cualquiera. También cuando nos equivocamos y queremos mostrar nuestro malestar podemos soltar a viva voz cualquier expresión de enfado o hastío. Incluso llegamos a hacer comentarios de aprobación o desacuerdo e incluso a contestar como si de una conversación real se tratase, cuando estamos en el coche y escuchamos la radio, o cuando vemos algo en la la televisión (antes de que existiese el VAR era deporte mundial hacer referencias a la mamá del árbitro ante una decisión que considerásemos injusta). Pero volvemos al inicio: existe aún el estigma y la creencia social de que hablar solo es un síntoma de locura, o más bien se utiliza para descalificar a las personas que lo hacen.
En la literatura, y también en la psicología, se le denomina soliloquio. Y es justamente lo que nos presenta Metafísica del Aperitivo del francés Stéphan Lévy-Kuentz. La historia es más o menos simple: un individuo anónimo que se pasea por una calle de París y se sienta en una terraza a tomar un aperitivo. El objeto de sus reflexiones son a veces sus vecinos de mesa, a veces los transeúntes… Pero también se sumerge en divagaciones más o menos filosóficas en torno a asuntos diversos, en muchas ocasiones apoyadas en citas de autores conocidos (Rousseau, Pushkin, Thoreau, San Agustín, entre otros).
Acompañamos al protagonista, este raro observador, a un desfile de ideas que van apareciendo sin mucha lógica.
¿Cuál es entonces la trama o la valía de este ejercicio?
Son dos respuestas. La primera tiene que ver con el tiempo, el gran protagonista del texto. Los pensamientos, opiniones y observaciones agudas construyen una conciencia, una mirada sobre la época y el mundo que nos rodea. Así, la Metafísica es un breve e ingenioso tratado que pasa revista a la vorágine del mundo actual. Ante la velocidad de nuestras vidas y la exigencia de ocupar todo nuestro tiempo en actividades productivas, el libro de Lévy-Kuentz es una invitación a reservar un momento a la contemplación y al ocio creador. El segundo punto de la trama tiene que ver con la observación. Ese alguien que percibe el contexto, ordena o desordena. Los soliloquios se suelen presentar en trastornos psicóticos y son respuesta a las alucinaciones auditivas que pueden aparecer en estas en nuestra vida cotidiana. ¿Es patológico? Quizá no lo sea si permanece dentro del mundo interno. No sabemos, por el lenguaje del texto, si esto es lo que hace nuestro protagonista. Podría o no podría, dependiendo de ello, considerarse patológico.
Se nos presenta un texto híbrido que no es ni una novela ni un ensayo. Pero que se puede leer como lo uno, como lo otro, ya decidirá, como siempre, el lector. El discurso nos lleva continuamente del interior al exterior del narrador, de nosotros hacia afuera, como si estuviese claro que toda persona contiene un universo.
Esta novela estática tiene un claro punto fuerte: la capacidad de mostrar la lucidez a través del alcohol, pues ya bien se dice que los niños y los borrachos siempre dicen la verdad. Se evocan los fantasmas de la bohemia literaria y artísticas. Estas páginas tienen un inconfundible sabor a la generación perdida norteamericana, una referencia al París de Hemingway, el de la fiesta continua. Expone, por extraño que parezca, una reflexión emocional sobre la vida que transcurre mientras suceden otras cosas.