DAVID MARKLIMO
Daniela Rea, Pablo Ferri (con la colaboración de Mónica González Islas). La tropa: Por qué mata un soldado. Editorial Aguilar, CdMx, 336 páginas. 2019.
Hay muchas cosas que criticarle a Felipe de Jesús Calderón Hinojosa, sinceramente, pero ninguna otra como su decisión de utilizar al ejército para labores de Seguridad Pública. Los posteriores presidentes se han visto atrapados por esa decisión, puesto que las Fuerzas Armadas han funcionado siempre a través de espacios de poder ganados frente al poder civil. Es decir, una vez que se les ha dado la encomienda, ya no es posible -al menos hasta la fecha- de volver atrás. Por el contrario, siempre parecen querer más: más leyes, más competencias, más control sobre la policía, ahora la Guardia Nacional.
Ahora bien, los efectos de la utilización de las Fuerzas Armadas en la seguridad pública del país son bien conocidos, pero no se ha analizado el impacto que esas decisiones han tenido al interior de los propios cuerpos militares. ¿Cuál es la razón por la que un soldado decide asesinar? ¿Quién se ha negado a cumplir estas órdenes y qué pasa cuando eso sucede? ¿Cómo justifican dispararle a Juana y no a Pedro? ¿Existe la objeción de conciencia? Éstas son algunas preguntas que el equipo de periodistas detrás de esta investigación —Pablo Ferri, la fotoperiodista Mónica González y Daniela Rea— intentó resolver en el libro La tropa. Por qué mata un soldado.
Un sólo dato nos da idea de lo que es éste libro: si dividimos los 3,907 muertos por soldados entre 2006 y 2017, nos da un muerto por día en manos del Ejército. Éste es el contexto del ejército y la lucha contra el narcotráfico, o guerra contra el narco como la bautizó Calderón. Justamente, en la lógica militar, para poder matar o asesinar, hay que decretar que el otro es un enemigo. Primera cuestión: cómo construyeron los solados esa narrativa. Así, en el libro se hace un recuento desde la Revolución mexicana, los movimientos guerrilleros en Guerrero y otras partes (a quienes las Fuerzas Armadas se dedicaron a aniquilar), el EZLN -el último enemigo de carácter ideológico, hasta llegar al narcotráfico. Abundan los sustantivos: los malandros, mañosos, los sicarios, los delincuentes, los que andan en malos pasos, los que no son personas, los que merecen morir.
Segundo punto, qué pasa cuando un soldado mata. El libro es bastante claro: una parte del Estado se rompe. Algo que no debería ocurrir de repente sucede. Entramos, entonces, a un terreno pantanoso: cómo se conforma la identidad del soldado. Influye aquí su entrenamiento, la propia cultura institucional de la que surgen aún más preguntas: ¿los entrenan para torturar? ¿Cómo lidian con la despersonalización, ese acto de quitarle a una persona, en este caso un “enemigo”, su humanidad? ¿Se sienten cómodos en este nuevo rol?
A través de entrevistas con militares acusados de homicidio, con soldados retirados y en activo, este libro cuenta una serie de testimonios, análisis y preguntas recabadas a lo largo de cuatro años. Nos pone frente a frente con los soldados y sus historias de vida. Ocasionó uno de los grandes dilemas del periodismo: la empatía. Algo de lo que ya nos hablaba Truman Capote en A sangre fría: ¿cómo evitarla y justificar un crimen? La conclusión fue no hablar por el Estado, no avalar el discurso bélico. Quizá también recordar que el ejército es una institución a la que no le gusta dar explicaciones, que se beneficia de la opacidad y del ocultamiento de la información. Era importante dar voz, pero también cuestionarla.
El libro es alto periodismo. Entre otras cosas, ganó el premio de periodismo Javier Valdez Cárdenas en 2018, creado en memoria del periodista asesinado en Sinaloa en mayo de 2017.