¡Plagiarios del Mundo Unidos!

Otra Modesta Propuesta: 

 

CARLOS BORTONI*

El ser humano no es un animal político, tampoco social, mucho menos racional. El ser humano es un animal que se da golpes de pecho, que se rasga las ropas a la menor provocación. El caso de Yasmín Esquivel es solo una muestra de ello. Quemar en leña verde a la ministra por el sólo hecho de plagiar la tesis que presentó para obtener su título de licenciatura y esperar un acto de contrición al verse expuesta, es apostar a la apuesta favorita de la clase política liberal: la hipocresía. Le moleste a quien le moleste, y haiga sido como haiga sido (Calderón dixit), la tesis de la ministra fue validada y el titulo emitido por la Universidad Nacional Autónoma de México, máxima casa de estudios del país, y sirvió de base para que Esquivel construyera una carrera que la llevó a la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Sin duda alguna, esto no dice nada sobre el estado de putrefacción en el que se encuentran ─desde hace décadas─ las instituciones mexicanas, y reafirma el credo opositor de conservar todo como está, de la nula existencia de la necesidad de transformar al país, de lo exagerado que resulta querer construir una realidad diferente.

Pero más allá de ello, más allá del excelente estado de salud del que gozan nuestras instituciones, y regresando a Yasmín Esquivel ¿Por qué habría de avergonzarse? ¿Por qué justos y pecadores le exigen arrepentimiento? Que se avergüencen quienes escribieron su tesis, independientemente si para ello se tardaron mucho o no, independientemente si se trató de una tesis mediocre, presentada para cumplir con el trámite, o de una tesis que transformó de fondo el estado de la materia de su área de estudio. Que se avergüencen por detenerse en algo que no merece detenerse. Habiendo tantas tesis escritas, resguardadas y empolvadas en las bibliotecas de nuestras universidades y centro de investigación, resulta mucho más responsable reciclar o reutilizar el empeño que alguien puso en la redacción de su tesis, que escribir una nueva. Páginas impresas sobran en el mundo ¿Quién necesita más? ¿Qué aportan? ¿Quién las va a leer? ¿Tres o cinco académicos que fungen como directores de tesis o sinodales de una ceremonia arcaica y anquilosada por la que los estudiantes tienen que atravesar para obtener su título?

Que se avergüencen quienes dedicaron tiempo y esfuerzo en escribir una tesis para cumplir los caprichos, de toga y birrete, y justificar el trabajo de un puñado de académicos que lucran con el esfuerzo de sus estudiantes, que son recompensados ─cual obrero de maquila─ por el número de tesis que sacan (a destajo) anualmente. En todo caso, el plagio de la ministra es un acto de rebeldía, una lucha en contra de un sistema opresor es un acto precursor en su carrera por la defensa de los derechos humanos, y no un asunto deshonesto y condenable. Un homenaje por parte de Yasmín a Edgar Báez y todas las víctimas del sistema de titulación universitario. Una loa al reuso y abuso de los derechos de autor. Los grandes artistas copian, los genios roban, reza el viejo adagio atribuido a Picasso y común y erróneamente adjudicado a Steve Jobs, pocas cosas deben provocar tanta satisfacción como robarse la autoría de esa frase. Si hay algo de razón en ello, la ministra se acerca a la genialidad absoluta y, no se ustedes, pero prefiero tener a un genio en la Suprema Corte, que a un sujeto que, en las penumbras de la biblioteca, trabajó arduamente en la investigación y redacción de un documento que pasó al olvido en el momento mismo en el que obtuvo su título.

La historia de la humanidad es la historia del robo y la apropiación de lo ajeno. Y mal harían los agentes de la historia en avergonzarse por ello ¿Cuándo se ha visto a la corona británica o a la española mostrar tantita vergüenza, así sea tan poca que nadie la vea, por haberse apropiado, sin más derecho que el que da invadir un territorio, de las riquezas materiales, la cultura y la vida de los sujetos que colonizaron? Su grandeza está cimentada en el despojo del otro, en la sumisión de seres libres que fueron reducidos a la condición de animales, y nadie espera arrepentimiento alguno. Es más, ni siquiera se sonrojan por ello. No. Y mal harían en avergonzarse, la culpa es de los pueblos nativos que se dejaron conquistar, que no habían descubierto o no sabían utilizar la pólvora, que se encontraban en franca desventaja armamentista y que ─¡horror de los horrores!─ se contagiaron de enfermedades para las que los europeos eran resistentes. Exactamente lo mismo sucede con la ministra, mal haría en arrepentirse, que se arrepienta Edgar Báez y cualquier otro que sea plagiado por no desarrollar los mecanismos suficientes para evitar que su tesis, mientras descansa en los estantes de la librería, sea plagiada.

Entrados en gastos, en un mundo que premia el éxito, la fama y la exposición mediática sobre todas las cosas, Yasmín Esquivel debe estar profundamente orgullosa de haber conseguido, gracias a su trabajo y esfuerzo plagiario, la notoriedad, importancia, tiempo en medios, ríos de tinta, y conversaciones anodinas, que ha conseguido. Se habla de ella como nunca antes se habló, como nunca se ha hablado de su trabajo a favor de los derechos humanos y de los grupos en condiciones de vulnerabilidad. Honor a quien honor merece, un plagio que se lleva a cabo con todas sus letras ─aparentemente también con todas sus comas y puntos─ vale más que cualquier trayectoria laboral. ¿Vergüenza? Vergüenza no es robar y que te atrapen, vergüenza es salir a la calle desnudo y que nadie voltee a verte.

Carlos Bortoni es escritor. Su última novela es “Dar las Gracias no es Suficiente”.

*@_bortoni

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