FEDERICO BONASSO
La copa mundial de futbol, teatro del sentimiento nacionalista, regala un delicioso muestrario de las pasiones y las mezquindades del bicho humano. Pero también de valores que conmueven.
Así como la navidad tiene sus detractores, hay grinchs del fútbol. Gente que repudia algo que no entiende. O que, incapaz de disfrutarlo, procura rebajar su belleza. Durante Catar 2022 abundaron en las redes puristas de la emoción, que se la pasaron atacando a la alegría, o abusando de falacias para distinguirse de esa “plebe ciega y víctima de las peores pasiones”. Algunos de ellos, limitados por su posición de intelectual público, quisieron camuflar su evidente anti argentinismo, en una petición tan estéril como reveladora: “Más Borges, menos Messi”.
Más Borges y más Messi cabe igualmente. Parte de la culpa de este pivote argumentativo la tiene el mismo Borges, famoso grinch del fútbol. Dicen que dijo cosas como: “el fútbol es popular porque la estupidez es popular”. O “la gente no disfruta el juego, solo les interesa el resultado final”. Víctima de su elitismo aristocrático, ese gran pensador que fue Borges, erraba feo con el fútbol, expresión de ese pueblo (tantas veces peronista) que él despreciaba.
A Borges y otros escritores se les escapa que cada partido es, siempre, un cuento. De mayor o menor calidad, pero un relato. Con moraleja. Con héroes, villanos, premisas, desarrollo y clímax. Valdano lo ha dicho tantas veces y tan bien. La última de manera brillante: “el fútbol no es un entretenimiento, es un espectáculo dramático”. Ni hablar de lo que antropólogos y filósofos han estudiado a fondo: el fútbol es una sublimación de la batalla, esa terrible costumbre humana. La pelota es un mediador entre instinto y cultura y hace mucho más bien que mal, finalmente. Las pasiones que mueve el gol son animales. Y el problema es que muchos siguen aferrados a negar al animal que nos compone, aquel que se denosta desde el antropocentrismo herido, y que, sin embargo, es el que nos permite disfrutar este paseo que damos por la realidad. Un mundo puramente intelectual sería insoportable. Borges no comprendía el lodo, la sangre, el mal olor… el gol. O les rehuía. Por eso no pudo hacer una novela. Por eso su literatura, magnífica y filosófica, se ocupa de ideas y no de personajes de carne y hueso. A diferencia de su compatriota, Roberto Arlt.
A tantos otros que adhieren al arte diamantino (aunque con menos suerte que Borges, sin duda), les sucede lo mismo.
Del otro lado tenemos gestos de provincianismo y grosería al por mayor. Nada nuevo. Desagradables particularmente los que nos regalaron algunos jugadores campeones del mundo, talentosos para ensuciar la gran tarea deportiva que llevaron a cabo. No abundo en ellos para no alimentar algo que me lastimó particularmente durante este mes: una pelea innecesaria entre mis dos patrias. Pero allí quedarán, como prueba de ciertos retrocesos o conductas que la globalización no ha cambiado: donde algunos nacionalistas gritan sus complejos creyendo que gritan sus victorias.
Y tenemos otros fenómenos maravillosos: como el festejo histórico de Marruecos y del pueblo argentino. El fútbol, y esto lo sabía Maradona, y antes que él tantos otros futbolistas del tercer mundo, es una vía de reivindicación. Legítima. La reivindicación del humillado, del que ha visto abaratarse aquellos símbolos que le daban identidad. La sociedad argentina, castigada sin tregua por dictaduras y luego una sucesión de gobiernos neoliberales, realizó la movilización más numerosa de su historia tras la conquista de la tercera copa. Y, por supuesto, no han faltado los árbitros de la política que han salido a desestimar o a burlarse de estas expresiones. Sin reparar en el mensaje más profundo. La necesidad de reconstruir el mito colectivo. La emoción de sentirse parte de algo. El orgullo, la dignidad. En el ámbito simbólico, sí. Pero no por eso menos importante.
Aunque cada argentino o marroquí regrese a una realidad oprobiosa cuando acaben estas fiestas, la restauración de la identidad no es solo un espejismo. Aunque no se pueda medir en pesos, el estado emocional importa. La alegría es un valor. El festejo, el tomar las calles, es una muestra de vitalidad social. Fin en sí misma esa vitalidad, y no sólo vehículo transformador, como tantos fiscales de la conducta (en general, gente malhumorada) le exigen a la fiesta.
Y para los que disfrutamos la dimensión dramática, literaria del fútbol: hubo una última pulseada entre los candidatos a leyenda, el game of thrones. Messi le cederá el trono finalmente a Mbappé. Pasando por las pataletas tan sinceras como narcisistas de ese tremendo Salieri que ha sido Ronaldo. Pero antes de darle el trono le habrá dado una lección de humildad. Mbappé acaso se asome a lo que Sudamérica le ha dado a este deporte, para su propio disfrute.
(No me ocupo en estas notas del costado siniestro del mundial, los semi esclavos migrantes sacrificados para construir los estadios, la situación criminal que se vive en tantos lugares del mundo mientras rueda la pelota. Pero no puede dejar de mencionarse, por supuesto. Quería pensar sobre esto otro: la increíble reticencia a aceptar nuestra parte instintiva).
Se equivocaba Yoda cuando le dijo a Luke tocándole el brazo: “somos seres luminosos, no esta materia tosca”. Somos, en realidad, esa materia tosca, animal, presa de esas pasiones menospreciadas por Borges que, paradójicamente, le dan sentido a la existencia.
Felices fiestas para todos.
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