SILVESTRE VILLEGAS REVUELTAS
Mañana 12 de octubre es Día de la Raza. Décadas atrás los niños de educación primaria entregaban a sus profesores algún dibujo cuyo tema era la mexicanidad representada desde el monumento que lleva tal nombre y se ubica en avenida Insurgentes Norte, hasta recortes de cartón cuyo tema era un charro y una china poblana, los tres colores patrios o bien la reproducción gráfica de un hecho histórico donde el elemento indígena y mestizo eran las figuras principales, sin olvidar la representación de la virgen de Guadalupe como sumun del ser, la religiosidad y sentimiento de afinidad entre los mexicanos.
Hoy, y bajo el marco e influencia de un consumismo rampante, los medios tradicionales de comunicación y las redes sociales crearon otros símbolos relativos al “ser” o sentirse mexicano y alrededor del concepto de raza -muy criticado en ciertos sectores. Ello ha sido publicitado por el consumo de todo tipo de tacos, la originalidad (?) de la lucha libre en México con sus máscaras y demás parafernalia, cierto tipo de comportamientos sociales que antiguamente eran muy criticados, y el éxito de algunos deportistas, artistas, científicos, literatos, amén de otros profesionistas que sobresalen en una determinada especialidad: puede ser el Checo Pérez en el automovilismo, Alondra de la Parra como directora de orquesta, tenores, bailarines, cineastas y un largo etcétera. “Como México no hay dos” lo hemos oído hasta el cansancio; debemos recordar que solamente hay una Alemania, un Japón, una Argentina.
En la coyuntura contemporánea y del actual gobierno, sin olvidarnos de la todavía pandemia del Covid 19 y la guerra que por un lado libra Rusia y del otro lado Ucrania, la Unión Europea, los Estados Unidos, los medios de comunicación occidentales y algunos “nacos” que se rasgan las vestiduras, en lo que respecta a México, las celebraciones -en general- cuestan más trabajo hacerlas y festejarlas porque existe y hay que subrayarlo, una especie de desazón generalizado cuya raíz se ubica evidentemente en dos problemas: la rampante inseguridad, lo mismo en el macizo montañoso guerrerense, que en las carreteras del valle de Puebla, las vías de comunicación alrededor de la Ciudad de México, que caminos secundarios en Michoacán, Nuevo León, etcétera. El segundo problema reviste ser un binomio nefasto: inflación y crisis laboral. Es evidente para los que circulamos por las calles de la ciudad capital, pero también en urbes intermedias como Cuernavaca o Acapulco o poblaciones pequeñas en los estados de Veracruz o San Luis Potosí, el enorme número de negocios cerrados, la reducción de los horarios de funcionamiento de tiendas y restaurantes, la poca afluencia de clientes y los carritos del supermercado cada vez con menos artículos. La inseguridad le pega a los negocios y la reducida oferta de empleos, igualmente golpea a los negocios y puede producir un aumento de la violencia y por ende inseguridad generalizada en la república.
Hablando del “ser mexicano”, Samuel Ramos en los años de 1930 subrayaba la violencia del coterráneo, pero al mismo tiempo una especie de sumisión en muchos aspectos; las crónicas francesas del tiempo juarista señalaban que los guerrilleros mexicanos se lanzaban con toda la furia al combate, pero que agarrados y sentenciados a muerte, bien mostraban una apatía respeto de su suerte o lloraban como niños frente al pelotón. Para explicar cierto tipo de comportamiento del mexicano, el ya conservador José Vasconcelos, subrayaba que ciertas actitudes de los compatriotas se explicaban por “la niebla” que genera el elemento indio y que está en todas partes, aunque no nos demos cuenta. La niebla produce que el pueblo mexicano y sus autoridades no puedan ver el paisaje, no tengan una profundidad de miras a futuro y esa falta de visión les hace olvidar pronto los agravios pasados.
Hoy, cuando escuchaba en la radio al panista Gustavo Madero y al perredista Silvano Aureoles, ambos eran el vivo ejemplo de lo que el filósofo Ramos apuntaba: uno, echador (muy a la hispánica) con tono mesiánico propio de los blanquiazules, el otro cínico (muy ladino) que abusa y pretende o sabe, que el pueblo mexicano es de corta memoria y olvida lo que hacen sus políticos estatales o federales. En este último nivel se comprende que el gobierno de López Obrador no quiera meterse autogoles, pero ya ha llegado al extremo de afirmar que la luna no existe o es de queso. Negar una y otra vez lo evidente fue señalado desde el siglo XVIII como una característica de los americanos septentrionales hoy mexicanos… luego Octavio Paz y Carlos Fuentes abundaron sobre dicha característica de nuestro pueblo.