Carlos III, ante el desafío de preservar el imperio británico

Cuando Isabel II llegó al trono, en 1952, era la máxima autoridad de 32 naciones. Su hijo, el nuevo rey Carlos, hereda solo la jefatura de Estado en 15 países, incluidos Australia y Canadá, y afronta el reto de preservar las cenizas del Imperio británico y la influencia global del Reino Unido.

La popularidad de la monarquía se mantiene sólida en suelo británico, pero los movimientos republicanos han ganado impulso en las últimas décadas en numerosos países y territorios de ultramar donde ha ido perdiendo peso el rol de la institución.

La relación con las excolonias caribeñas es cada vez más tensa y el pasado esclavista del Reino Unido ha empañado las relaciones con algunas de ellas.

En Canadá, donde existe cierto sentimiento republicano, aunque sin organización política, y en Australia, que en 1999 celebró un referéndum que ganó la monarquía con el 55 por ciento de los votos, el cambio de rey puede reabrir el debate.

El actual primer ministro australiano, el laborista Anthony Albanese, asumió el poder en mayo con un mensaje claro: “La república será una realidad”, aseguró.

Más allá de las jefaturas de Estado, el papel de la monarquía sigue siendo vital para que el Reino Unido mantenga su hegemonía en la Commonwealth.

El grupo de 54 naciones, con orígenes en el Imperio, aceptó en 2018, por petición de Isabel II, que Carlos asuma el liderazgo al ascender al trono. El cargo, sin embargo, no es hereditario, y las voces que reclaman mandatos rotatorios han crecido en los últimos años.

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