La Ruptura de Protocolos se Inició el año Pasado

*El Día de la Independencia Nacional Será Utilizado 

Para Saciar Amarguras

*El Discurso Nacionalista de Antaño Para Sentir que

es el Defensor de la Patria

*Andrés Manuel López Ignora los Riesgos de Romper

la Liga con Joe Biden

*Las Consultas por Violaciones al T-MEC, la Prueba 

que Deberá Superar

GERARDO LAVALLE

Hay ceremonias cívicas que los mexicanos respetamos y defendemos. Otras surgen de las ideas de los gobernantes solamente para satisfacer egos personales. Hay quienes deciden cambiar las fechas de la historia para romper con lo plasmado por siglos Y otros que rompen las tradiciones porque se sienten dueños del país.

Recordar que, hasta el 16 de septiembre de 2021, el desfile militar era el centro de atracción de miles de personas que se presentaban en el Zócalo y formaban largas filas durante todo el recorrido. Por televisión, millones observan la marcialidad, los uniformes, las águilas del Colegio Militar, las aeronaves posadas en la plancha de la Constitución, los vehículos artillados, los de salvamento, los equipos del Plan DN-3 y Marina, etcétera. En diversas ocasiones se sumaron a la parada militar delegaciones de otros países, cuyos uniformes y el paso llamaban la atención. Todo era protocolario, no es ocioso.

Desde el balcón central de Palacio Nacional, el presidente en turno se hacía acompañar por los secretarios de Defensa y Marina, los presidentes del Congreso de la Unión, el de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y durante la hora en que cruzaban los militares y saludaban al Jefe del Estado Mexicano, algunos miembros del gabinete se colaban.

Llegaba la rendición del parte y la voz sonora, por regla de un general, lo daba con la clásica frase: ¡Sin novedad!

Así fue durante décadas. Hasta que…

El año pasado, Andrés Manuel López decidió invitar al presidente de Cuba, Miguel Díaz-Canel. En aquella ocasión no estaba en el Balcón Central. Estaba en un templete que se colocó justo debajo de aquel.

Y el primer cubano en dirigir los destinos de la Isla en no apellidarse Castro en los últimos 62 años, afirmó que su país vive «los embates de una guerra multidimensional, con un bloqueo criminal recrudecido oportunistamente con más de 240 medidas en medio de la pandemia de Covid-19, que tan dramático costo tiene para todos los países de menor desarrollo».

Atento lo escuchaba el mexicano, tercer López gobernante.

Después vendría su mensaje. ¿Qué dijo? Nada importante más allá de salir con sus manidas frases de nacionalismo ramplón y el cuestionamiento hacia Estados Unidos por el embargo impuesto a la Isla.

El evento pasó sin pena ni gloria. La importancia del desfile se perdió… por la politización de un acto eminentemente cívico.

Romper el protocolo en diversos actos, parece ser la medida exacta de la incongruencia presidencial.

Este año no será la excepción.

Anunció en Puerto Vallarta, en su gira del fin de semana pasado, que no hablará nada de las consultas exigidas por Estados Unidos y Cuba por la violación las reglas del T-MEC en los próximos 50 días. 

Dará la respuesta el ¡16 de septiembre!

No le basta hablar todos los días, robarle el tiempo a la gente, repetir sus monólogos de odio, de división, maniqueístas.

Su incontinencia verbal no tiene remedio.

Utilizará una fecha que a todos los mexicanos importa, para largarnos un discurso en el que “defenderá la soberanía”, romperá lanzas contra el intervencionismo estadounidense y canadiense, se desgarrará las vestiduras para decir que el “petróleo es de México y de los mexicanos” y negará cualquier violación al acuerdo comercial. Se cobijará con los mantos “sagrados” de Lázaro Cárdenas y Adolfo López Mateos.

Y en una de esas, de sus arranques esquizofrénicos hasta la ruptura de relaciones anunciará y enseguida le declara la guerra a los vecinos del norte.

No le importa el costo de tensar y romper la liga en la relación con Estados Unidos. Le llenan la cabeza su “ideal y sus principios”… tan desgastados como los mensajes de Fidel y Allende.

Dice que convocará a una “multitud” para que acuda el 15 al Zócalo. No hace falta. Es costumbre acudir. Y como en esa fecha la ordenanza se concreta a los vivas, tremolar la bandera y jalar el cordón del badajo para que suena la campana de Dolores, para después observar los fuegos artificiales, escuchar la música y dentro de Palacio Nacional cenar tlayudas, tamales de chipilín, tostadas de pejelagarto y agua de chía o jamaica, simplemente se guardará para, a la mañana siguiente, amenazar al mundo con el surgimiento de una nueva dictadura “porque el pueblo me apoyo”.

¡Vaya cachaza!

No se trata de echar a volar la imaginación sino de atar los cabos. Tratar de entender que al gobernante poco le interesa la condición humana y económica de millones de habitantes. Lo impulsa un enfermizo concepto de “apoyo popular”, aunque reconoce que “debe haber como 23 millones de conservadores” que, por supuesto, no le daría el voto de nueva cuenta.

¿Por qué escoger una fecha más que simbólica para responder una situación comercial y no política ni de agresión a la soberanía?

 

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