Punto de Vista
Ken Salazar, Otro Yerro
Por Jesús Michel Narváez
Los embajadores, en todo el mundo, representan a sus gobiernos y a sus Jefes de Estado. Son plenipotenciarios porque, tienen plenos poderes para tratar o negociar un asunto en el país que se encuentren con la responsabilidad diplomática.
No habla Juan de las Palmeras. Habla a nombre de su gobierno. De su presidente o premier y en otros casos del dictador. Son palabras que pesan y definen caminos a seguir para mantener una buena relación entre el país anfitrión y el visitante.
El señor Ken Salazar, nacido en Colorado, fue designado por el presidente Biden y ratificado por el Senado de Estados Unidos por dos razones: habla español y es demócrata de “corazón” según sus referencias.
Desde que llegó a México ha lidiado con dos problemas que deben resolver los gobiernos de ambos países: el flujo migratorio y la reforma eléctrica.
De los dos temas se ha encargado de dialogarlos con el presidente López y en apariencia hay buena química entre ambos.
Sin embargo, el político convertido en diplomático, ha cometido dos desaciertos. Uno para con su país y otro en contra de México.
En el primero de los casos y durante el Parlamento Abierto para la reforma eléctrica, comentó estar de acuerdo con la propuesta presidencial porque, expresó, los tiempos cambian y las leyes también deben hacerlo. Sus declaraciones fueron tomadas como un respaldo del gobierno del presidente Biden a su homólogo mexicano.
Horas después de sus comentarios, cambió la narrativa y se unió a la política estadounidense de proteger las inversiones de sus connacionales. El tema no se agotó e incluso el pasado jueves el presidente de la República le respondió que la iniciativa de reforma eléctrica se consumará en sus términos, lo que representa confirmar que los inversores extranjeros no solamente los de Estados Unidos, se quedarán sin los beneficios que obtienen hasta ahora.
El segundo y grave por sus consecuencias, fue haber cuestionado la amistad -aunque no exista- de México con Rusia y alertar que los dos países nunca serán amigos cercanos.
Con todo respeto, señor embajador, usted no es quién debe decidir con quien nuestro país se vuelve querendón y deja ser apapachado.
A diferencia de lo que refiere que los tiempos cambian y las leyes también, las relaciones entre países deben permanecer cuidando, cada cual, sus intereses. Estados Unidos no es, no más, el policía del mundo que decide cómo deben gobernarse los países. Tampoco y comparto la tesis presidencial, contra mi voluntad, Rusia o China tienen derecho a inmiscuirse en asuntos internos.
Bien dice el presidente López: México no es una colonia de ningún país.
No queda clara la postura del embajador Salazar, porque dispara la tensión y se las relaciones pueden dar un giro. Recordar la razón por la cual Fidel Castro volteó la mirada cruzando el atlántico en lugar de fijarla en el relativamente cercano sur de Estados Unidos, no es ocioso.
México puede tener las relaciones que quiera. Es verdad, equivoca el camino con apoyar regímenes dictatoriales o autocráticos. Sin embargo, no hay razón para que un diplomático estadounidense fije la ruta, trace el camino que debe seguir nuestro país.
Los mexicanos podemos cuestionar al presidente López y no estar de acuerdo con su proyecto de gobierno. Los afectados o beneficiados somos nosotros. Y fue la decisión de una mayoría darle confianza al señor Andrés Manuel López para conducir la nave azteca. No lo puso Estados Unidos ni Rusia. Tampoco Cuba, Brasil, Nicaragua o Venezuela. Pudo haber tenido ayuda, casi seguro, pero no gobiernan. Quizá, y es opinión personal que comparten muchos mexicanos, la política interior y exterior del México actual no es lo mejor.
Pero los mexicanos, los que votaron por López, así lo quisieron. Hoy arrepentidos, no dejan de haber sido los electores. No , señor Salazar: México no es y nunca ha sido colonia de Estados Unidos. Usted, allá, tienen la mitad del territorio que era mexicano.
Y tampoco somos su patio trasero para recibir la basura que nos quieran arrojar.
Punto: defiendo a mi país, a su Constitución y punto.
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