La Distopia Como Escenario

 

Michel Nieva. La infancia del mundo. Editorial Anagrama. Barcelona (España), 2023.  168 páginas

 

DAVID MARKLIMO

La distopía, esa buena intención que se descarrila y acaba convertida en pesadilla, es un buen terreno para la literatura. Ejemplos sobran: ahí está Un mundo feliz. Hay quien dice que en los últimos años -precisamente después de la pandemia- cualquier propuesta debe ser capaz de construir un universo sostenido como para poder conectar con los lectores y su realidad.

La infancia del mundo es una distopía simbólica ambientada en Argentina. Michel Nieva, su autor, construye una novela de múltiples voces que, normalizando lo extraño y lo espantoso, sí consigue resultar creíble y entretenido. Estamos en el año 2272, el calentamiento global ya ha provocado una temperatura media en la Tierra de 90º C. Los hielos polares se han, lógicamente, derretido, provocando la consiguiente elevación del nivel de los mares y la Argentina, al menos la mitad de su territorio, incluido el conurbano bonaerense,  estará sumergido bajo las aguas. En los terrenos aún emergidos, otrora Pampa, el clima será tropical, con una media de 40º C todo el año y, de hecho, allí encontramos lo que se llama ahora el Caribe Pampeano. El protagonista es un bicho raro -nunca mejor dicho-: el/la niño/niña Dengue que habita en una cuidad llamada Victoria. Su naturaleza mutante, mitad de origen humano y mitad mosquito gigante, le aporta un aspecto repulsivo y lo convierte en una minoría repugnante para las nuevas mayorías.

En la Tierra, las compañías siguen sacando beneficios incluso -o sobre todo- de la especulación con  los innumerables virus mutantes. Ya hay compañías transplanetarias, como AIS-Influenza Financial Services-YPF. Eso si, hay nostalgia, galerías que reconstruyen objetos del mundo antes del derretimiento de los glaciares, la época en que fue la infancia del mundo. Las virofinanzas se han erigido como la nueva perspectiva dominante de la economía; la bolsa de valores ha pasado de apostar por las empresas a hacerlo por los virus y las bacterias (y sus empresas productoras), a aventurar cuál de ellas será la causante -y hasta dónde será capaz de llegar- de la nueva crisis global. Estamos hablando de una epidemia cronificada aprovechada para el beneficio de unos pocos. Aún más, en la cotidianidad de este fin del siglo XXIII, de hecho, siempre es verano; palabras como nieve, invierno o frío caen en desuso incluso en los diccionarios.

Es en este contexto, en el que Dengue sufrirá bullying y su reacción nos lleva a una novela de terror, casi al límite del horror. La voz de la obra nos muestra una humanidad insensibilizada, carente de empatía, capaz de despreciar y reírse de estos insectos mutantes plenamente integrados en la sociedad; se trata, en definitiva, de la actual intolerancia y xenofobia proyectada hacia otro tipo de seres. 

La novela adquiere otra dimensión cuando se nos presenta a Dulce, una especie de pirata que lleva el texto a terrenos imprevisibles y a consecuencias inverosímiles. Damos con un ambiente muy sugerente e inesperado.

Hay un lenguaje muy elaborado, quizá propio de cómo se habla en el futuro, que contrasta con las barbaridades y despropósitos que nos van desgranando.  Escrita como una novela fragmentaria explica la desintegración global. La infancia del mundo es un relato atomizado, pero sin unidad, con paisajes propios y una crítica descarada a la industria farmacéutica. Es, sin duda, producto de las reflexiones durante la pandemia. Un testimonio que nos alerta que el cambio climático ha dejado de ser una idea terrorífica, pero que el territorio que vendrá está inundado de violencia. 

La distopía consiste en mostrar la adolescencia, no como una etapa primigenia y al mismo tiempo de descubrimiento. Más bien, parece decirnos Nieva, es la época en la que descubrimos que el fin del mundo está cerca. Terrible.

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