
Clara Queraltó. Como un latido en un micrófono. Anagrama, Barcelona, España, 2024. 208 páginas
DAVID MARKLIMO
En últimas fechas, hay un debate interesante sobre el consentimiento. Es decir, el momento en que una mujer acepta que otra persona traspase su espacio personal. El consentimiento puede llevarse desde el terreno meramente de la movilidad (pensemos en el transporte público) hasta lo íntimo (cómo olvidar, por ejemplo, el caso Sokol precisamente).
Es sobre el consentimiento de lo que habla la novela Como un latido en un micrófono, de la catalana Clara Queraltó. Hay quien ve en esta novela algún resquicio de Lolita, de Nabokov. Pero rápidamente desechamos esa idea. Quizá tenga más que ver -aunque tampoco tanto, porque está claro que aquí estamos ante una novela- con el relato autobiográfico de Vanessa Springora.
Se nos presenta a Gabriela, una chica de dieciocho años, llena de vida y desprejuicio. Vive con sus padres, a los que no tiene en gran consideración, aunque sí lo tiene a su abuelo, el hombre que Gabriela vio una vez llorar. Gabriela se va a un pueblo del Ampurdán a estar con su abuelo. Allí, junto a un lago, conoce a Quim, el que será durante un verano el hombre de su vida. Quim es un empresario de cuarenta y dos años, que ha alquilado, junto con cuatro amigos, una casa para pasar unos días. Gabriela se enamorará de Quim, veinticuatro años mayor. Es guapo, atlético y no habla mucho, cualidades -todas ellas- que le atraen.
La novela alterna dos narraciones, primero la de Gabriela y en la segunda parte la de Quim, que la empieza después de cortar con la chica. Los relatos son muy diferentes. El de Gabriela, hondo consigo misma y desprejuiciado para con su amante y el medio que la rodea. El de Quim, irrelevante, como es él, un ser vacío, como su piso, aunque nos reserva una carta que tenía escondida. ¿Y qué ocurre entre ellos dos? Surge el deseo, sería una respuesta. Vemos, olemos y observamos el comportamiento: ella lo ve muy atractivo, y no parará hasta que le haga caso.
El tema es delicado, por las visiones maniqueas que pueden desprenderse de la circunstancia de edad. El probable abuso sexual y el no menos probable uso del poder por la diferencia de edad sobrevuelan sin un ápice de simplificación esta magnífica novela. Los dogmatismos no son un buen lugar para la literatura; pues empieza justamente donde falla la moral del lector o de su época. Aquí, en esta espinosa cuestión, el lector, su contexto, sus valores éticos tienen la última palabra.
La relación se desarrolla poco a poco, y empieza por el diálogo en el celular. Hay juegos de seducción y medias verdades. Tiene, esto, un gran punto narrativo: por escrito es más fácil fingir, ocultar ciertas cosas. Nunca lo sabemos todo de nadie. Cómo nos mostramos a los demás, en las redes, por ejemplo. A ella le interesa mostrarse como alguien muy inteligente. Y por supuesto, no hay que olvidar que el deseo tiene que ver con ser deseada, con cómo nos miran los demás.
Este juego de espejos refleja y explora los mecanismos de la seducción y de la atracción entre dos personas casi contrarias. Hay una interesante reflexión —que huye del moralismo— sobre las ideas acerca de las relaciones de poder entre chicas jóvenes y hombres mayores. Podríamos decir que cumple su cometido: hace reflexionar acerca de las relaciones, la mentira e incluso el paso del tiempo. Con un lenguaje preciso y un estilo depurado, Queraltó ha dado forma a un juego de espejos absorbente y perturbador. Resulta notable, cómo se logra que, un final tan cerrado, resulte a la vez tan abierto. Conviene quedarse con la idea del latido (qué es, para qué sirve, cómo late un micrófono). Veremos que no es solo una metáfora, sino también una verdad que marca el ritmo, el estilo y las emociones.
La novela fue galardonada con el Premio Llibres de Anagrama de Novela 2024.