Para Lidiar con Trump: Mejorar las  Condiciones al Interior de México

SILVESTRE VILLEGAS REVUELTAS 

No cabe duda que desde la presidencia de Guadalupe Victoria (1824) hasta la actual de Claudia Sheinbaum (2023) los múltiples gobiernos mexicanos tuvieron y tienen que tratar con los afanes de presidentes estadounidenses como Andrés Jackson, Jaime Polk, Woodrow Wilson, Jorge Bush hijo y Donaldo Trump, por mencionar algunos de los más conspicuos. Pero no solo a las querencias y fobias personales de los presidentes se les ha tenido que hacer frente, sino también a las agendas políticas, intereses económicos y preconcepciones socio-raciales de las autoridades ubicadas en Louisiana, Tennesse, Texas, California, Arizona, Nuevo México y el gran proyecto civilizatorio conocido en los Estados Unidos como la “Conquista del Oeste”. Esta última frontera provocó que hacia 1878/1879 el gobierno del presidente Rutherford Hayes (1877-1881) presionara y luego obligara al primer gobierno de Porfirio Díaz a que cumpliera con dos asuntos fundamentales: pagar semestralmente la deuda que México tenía con acreedores y demandantes de los Estados Unidos, y segundo tema, limpiar el territorio mexicano que era fronterizo con la Unión Americana de salteadores de caminos, de ladrones de ganado y de “bandidos sociales” que cruzaban el Río Bravo -Rio Grande en la nomenclatura estadounidense- los cuales se internaban en territorio de los Estados Unidos “provocando muerte, desolación y perdidas económicas”. Ello fue en los años de 1800 la realidad de que una frontera abandonada se convertía al cabo de un tiempo en una cuestión problemática para la relación bilateral y peligrosísima para la integridad territorial de México. La experiencia demostró que el asunto de la inseguridad fronteriza no se resolvió hasta que el gobierno en Washington dio un manotazo sobre la mesa y obligó a “los mexicanitos” a que hicieran su parte. Semejantes episodios se sucedieron en 1914-1917, 1942-1945 y ahora con altibajos durante las dos décadas que llevamos del siglo XXI: el actual accionar de Trump respecto a la frontera mexicano-americana tiene su argumentación y antecedentes históricos que provienen del siglo XIX.

¿Qué hacer? diría el denostado y muy olvidado Vladimir I. Lenin. Hacia 1890 un oficial estadounidense de aduanas subrayaba en su reporte a Washington: los tratamos mal, muchos son asesinados y los mexicanos siguen adentrándose en los EEUU, porque al sur de la frontera está el infierno.  Lo primero y que corresponde en primera instancia a los gobiernos mexicanos y en segunda a todas las empresas productivas del país es: brindar a los mexicanos las condiciones para un trabajo digno y bien remunerado. Desde el porfiriato hasta el día de hoy la migración de los connacionales hacia los Estados Unidos se ha debido fundamentalmente a la pobreza de muchos individuos y segmentos sociales en el país; hoy se agregaría el elemento de inseguridad en la república. El crimen organizado aterroriza a la población y en un plano totalmente ilógico: al cobrar derecho de piso, paulatinamente el narco va erosionando la economía local hasta hacerla inviable.  

Proporcionar a la ciudadanía trabajo y seguridad, no solamente es resolver un reclamo histórico sino una forma de remediar el hoy problema de la enorme migración de mexicanos a los EEUU que hace sulfurar a Donaldo. Aparte de lo anterior, brindar trabajo y seguridad es materializar dos condiciones que hacen posible el gobierno republicano, democrático y representativo.

Finalmente, pero de ninguna forma con la idea de agotar el análisis de las múltiples aristas que hoy tiene el conflicto fronterizo, comercial, de narcotráfico y de políticas soberanas México-Estados Unidos, es por esencia y definición: negociar con los estadounidenses. No agachar la cabeza, porque a gente como los trumpianos, hacerlo es la mejor evidencia de que te puedo doblegar porque eres poco frente a lo que yo soy.

En todas las negociaciones y más entre estados soberanos, alguno gana más que otro. En ciertos temas, asuntos, problemáticas se puede avanzar e inclusive mejorar las cosas que originalmente se tenían en el país, léase México.

Un ejemplo, bajo lo que establece el T-MEC, el reclamo de las empresas/gobierno estadounidense para que en nuestro país se eleven los salarios y los trabajadores tengan la libertad para organizarse sindicalmente. No podemos bravuconear como Petro porque estamos al lado del monstruo; el ejemplo de Lula debe ser analizado, pero tomando en cuenta que Brasil es una potencia regional y está lejos. Sin duda alguna es un momento para que gobierno, empresarios, iglesias, ONGs y demás actores mexicanos unan esfuerzos para resolver asuntos que afectará a todos, no de manera igual. El egoísmo que siguen mostrando algunos ya los ha llevado a la ignominia… al tiempo.        

   

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