Una mujer en la Presidencia nos traería por la calle de la amargura, pero pondría orden en todo el país: Gabriel Vargas 

Por: Edmundo Cázarez C.

-Primera de dos partes-

Catalogado como uno de los mejores cronistas urbanos y uno de los sociólogos más importantes de América Latina, don Gabriel Vargas, creador de la “Familia Burrón”, da la impresión saltar de la realidad a la fantasía, y es que, muchas de las veces, uno piensa que los personajes forman parte de su autor. De esta manera, la cansada figura de don Gabriel Vargas parecía esconderse en el interior de la peluquería “El Rizo de Oro”, enclavada en el callejón del Cuajo, una vecindad situada en pleno corazón del Centro Histórico de la Ciudad de México, que le sirvió de refugio por más de siete décadas a cada uno de los 57 personajes que integraban la tradicional e inolvidable “La Familia Burrón”

Orgullosamente originario de Tulancingo, Hidalgo, “Varguitas”, como le decían cariñosamente sus amigos y conocidos, un destacado dibujante, considerado como uno de los mejores cronistas urbanos por el exacto retrato que hacía de la familia mexicana de clase media baja, con sus anhelos, sufrimientos y alegrías, pero, también, de manera divertida y con un coloquial lenguaje, logró crear conciencia de nuestra idiosincrasia y la forma en que hemos evolucionado como pueblo y nación.

El próximo miércoles 5 de febrero de este 2025, se cumplen 110 años del nacimiento de esté célebre mexicano, motivo por el cual, es mi deseo presentarle a usted, mi estimado lector de EL UNIVERSAL, la entrevista exclusiva que me concedió la mañana del 22 de octubre de 1999, cuando me recibió en su casa. Un extraordinario dibujante, caricaturista e importante historietista, un claro referente de la cultura popular de nuestro país, ojalá sea de su agrado, mi estimado lector.

Antes que nada, deseo expresar mi más sincero agradecimiento por el sinnúmero de atenciones y muestras de afecto que fui objeto, durante el sorpresivo y lamentable pre infarto que sufrí la madrugada del pasado sábado 18 de enero. Sin caer en dolorosas omisiones, de verdad, un millón de gracias a cada uno de las y los amigos que estuvieron muy atentos. No puedo dejar de citar y reconocer la oportuna y valiosa intervención de la siempre querida y admirada amiga y compañera reportera Maru Rojas, quien activó una voz de alerta para que se me atendieran de inmediato.

De igual forma, mi gratitud hacia mi querido amigo, el prestigiado abogado Don Javier Coello Trejo, quien, minuto a minuto, estuvo al pendiente de mi evolución. Ni qué decir de ese noble gesto de amigos que le caracteriza a Ciro Gómez Leyva, mañana, tarde y noche se comunicaba vía celular con Marco Uriel Cortázar, el Ángel de la Guarda que me mandó el cielo, quien, si no hubiera llegado a tiempo, ni que decir lo que hubiera sucedido.

Mucho menos, puedo menospreciar que, aunque a una distancia física y territorial considerable de cientos de kilómetros, pero con una cercanía de mucho amor, infinitas gracias a cada uno de mis familiares en mi natal Michoacán por sus oraciones. Igualmente, un millón de gracias a mi querido amigo Adolfo Pérez por su generosidad, un hermoso arreglo frutal, que se acopla a la perfección con la estricta dieta que me fue impuesta.

Gracias a Dios estoy aquí, obediente al tener que afrontar un lento proceso de recuperación en mi salud, pero lo haré con sobrada alegría por esta nueva oportunidad que me brinda Dios y la vida misma. Aquí seguimos para continuar haciendo lo que más me gusta y apasiona… A lo Mero Macho… ¡Entrevisto, luego existo!!

Vayamos pues, con la entrevista que me hizo el honor de conceder el talentoso don Gabriel Vargas y que es un honor compartir con EL UNIVERSAL, el gran diario de México.

Al descubrir nuestra presencia en la intimidad de su hogar, un modesto departamento ubicado frente al Jardín del Arte, en la colonia San Rafael de la Ciudad de México, con un espontáneo saludo muy al estilo de “Macuca” exclama: “¿Cómo lo trata la vidorria? ¿Me jura que viene hacerme una muy chipocluda entrevista…?”

Bajo de estatura, pero gigante en creatividad e ingenio, a sus 85 años de edad, no obstante haber sufrido una embolia cerebral que lo mantuvo al borde de la muerte, con notorias dificultades para hablar, el también creador de “Don Jilemón Metralla” entre otros muchos más personajes, consideraba que de llegar una mujer a la presidencia de la República… “Nos traería por la calle de la amargura, pero pondría orden en el país. Además, Borola Tacuche estaría feliz de la vida. A decir verdad, los presidentes de antes eran muchísimo más humanos, la gente los quería mucho, los respetaba porque veía en ellos a verdaderos líderes en quienes podía confiar, pero, ahora, los vomitan porque se han convertido en autoritarios y verdaderos tiranos. Se creen como si fueran reyes, carecen de una calidad humana y hasta evitan que la gente se les acerque para exponerles sus necesidades”

¡¡Momento!!, ¿Acaso estoy pintada? ¿Qué se traen estos fulanos que vienen y se meten a nuestra casa?… “No pos sí, Vargüitas ya ni nos pela, durante más de 40 años le dimos harta fama para que comiera como rey” Parece interrumpirnos “Borola Tacuche”, uno de los más célebres personajes de la Familia Burrón, queriendo cobrar vida en una hermosa, colorida y gigantesca escultura hecha con papel maché, la cual, permanece sentada frente al restirador o mesa de trabajo de este destacado caricaturista.

Durante los años 60´s, 70´s y 80´s, “Los del Doce”, “El Capelucho”, “Sopa de Perico” y “Poncho López”, entre otras historietas más, crearon toda una época en la vida de nuestro país. Estar junto al maestro Vargas, es contagiarse de una vitalidad y energía demostrada durante el transcurso de la entrevista que se llevó a cabo en una reducida, pero confortable sala de su departamento.

En las paredes de su “refugio creativo”, cuelgan centenares de diplomas y fotografías con muy destacadas personalidades de la vida social, política y artística de nuestro país, así como varias de las portadas de la popular revista y dibujos que perecen cobrar vida para acompañarnos en esta amena y deliciosa conversación con su creador.

Pulcro en el vestir, porta un traje gris Oxford y su tradicional e inconfundible pañuelo blanco, junto a la solapa de su saco, imprimiéndole un toque de elegancia y distinción. Su mano derecha permanece inmóvil como secuela de la embolia cerebral sufrida. Con cierta dificultad para hablar, pero haciendo gala de su extraordinario sentido del humor y caballerosidad, demuestra poseer una memoria prodigiosa. ¿Desean tomar un café o un refresco? Al momento en que una persona que le asiste, le lleva un vaso con agua, me dice: “Vamos a ver, pregúnteme lo que quiera”

― ¿Quién demonios es Gabriel Vargas?

―Suspira profundamente, detrás de sus grandes anteojos de carey color azul marino, sus ojos brillan intensamente y responde: “Soy producto de una maroma que dio mi vida. Fíjate que un señor que se llama Sergio Pitol, escribió una cosa acerca de mí, cuando ni siquiera me conocía, anduvo preguntándole a medio mundo ¿Quién era Gabriel Vargas?, total, hasta hizo un reportaje para el periódico ABC de España”

―Sergio Pitol, un muy destacado escritor y poeta…

―Pues este señor, contaba que frecuentemente se reunía con don Alfonso Reyes, y, que, dichas reuniones, eran de puro reír porque, ahí, también estaban Carlos Monsiváis y otros escritores más, decían que, sin darse cuenta, siempre salía Gabriel Vargas a la plática, que eran horas y horas de bromas por lo que escribía en mis cuentos.

― ¿No le daba gusto?

― ¡Qué barbaridad!, más que darme gusto, me preocupaba muchísimo porque Gabriel Vargas no hace otra cosa que “monitos”. –Sin poder aguantar la risa exclama―: “Es más, la mera verdad, hasta me da vergüenza, pero, también, me da harto gusto porque quiere decir que esos “monitos”, durante más de 40 años, fue un intenso trabajo y no fueron creados en balde”

― ¿Don Gabriel… A lo Mero Macho ¿Los mexicanos somos tan burros y por eso se le ocurrió dar vida a la Familia Burrón?

―Mire Edmundo, la palabra “Burrón” viene de esto: ¡Siempre he pensado que los hombres y mujeres trabajan demasiado, no atinan salir de su ambiente y están tan mal pagados, que, a lo mero macho, así como usted dice, son unos burros!! De ahí que se me ocurrió el, por qué, puse que don Regino Burrón, era un burro. Toda la vida se la pasó en un solo oficio en la peluquería y se me figuraba que no era un burrito… ¡sino un burrón!!

― ¿Cómo ve al México de ahora, en comparación al México que usted vivió intensamente?

―Hay un cambio muy notable. Era un México muy pacífico. De verdad, se podía vivir sin sobresaltos.

― ¿Cómo empezó a hacer sus “monigotitos”, como le llama a su brillante trabajo…?

―Uyy, déjeme contarle que cuando empecé a hacer mis historietas, salía del periódico a media noche. Durante 27 años conocí todas las carpas, cabarets y teatros…

― ¿Se convirtió en un auténtico noctámbulo?

―Es que era realmente fascinante aquel mundo nocturno… ¡No hombre!, a las dos de la madrugada pasaba mucha gente junto a mí y no me causaba ningún pavor, al contrario, las saludaba con gusto y hasta me respondían con una sonrisa…¡¡Buenas noches don Gabriel! Pero, ahora, si es que llego a salir a la calle, tenga usted por seguro que me dejan como apache…

― ¿…Tanto así?

―Si veo alguien parado junto a mí, no lo pienso dos veces, llamo una patrulla, pero al reflexionar, me da mucho más miedo ver llegar a la patrulla porque estoy seguro que son los mismos, uno ya no sabe lo que le va a pasar. ¡Caramba!!, era un México muchísimo más tranquilo.

― ¿Cuánto tiempo le llevó observar el tipo de vida que respiraba en las vecindades…?

―Me metí a las calles de Bartolomé de las Casas o Santa Julia. Conocí todos los barrios populares de México.

― ¿En su natal Tulancingo la vida era diferente…?

―Nací un 24 de marzo de 1918 en Tulancingo, Hidalgo, “Tierra de machos”, pero de esos machos de a caballo. Tenía cuatro años de edad cuando mi padre murió y mi mamá decide venirse a la Ciudad de México.

― ¿Los Vargas eran de los “riquillos” de Tulancingo?

―Ja, ja, ja, de ser considerados los “riquillos” en Tulancingo, nos venimos a perdernos en la megalópolis”. ―Al momento en que su asistente le pide que debe tomar agua al notar que se le seca mucho los labios y se le dificulta hablar, esperamos unos segundos para que se tranquilice― “Bueno, como le decía, ya estando aquí en el Distrito Federal, mi mamá comienza a trabajar en unos laboratorios. Me imagino que debe haber sido muy fregona porque apenas iba a cumplir un año en la chamba, que la hacen jefa del departamento de máquinas. Mientras tanto, me llamaba mucho la atención estar en contacto con los barrios más pobres de la gran ciudad”.

― ¿Qué lo llevaba sumergirse en zonas consideradas de “alto riesgo”?

―Quería conocer cómo vivía el capitalino, pero no es que me hiciera tonto, si es lo que me quiere dar a entender… ¡eh!! Soy extracción de un hogar manejado por una mujer.

― ¿Y su papá?

―Pues quiero que sepa que perdí a mi padre cuando apenas tenía cuatro años de edad. A diario, mi mamá me decía: “Mi´jito, no salgas de noche porque te va a pasar algo.

― ¿Y usted que le decía?

―No mamá, no se preocupe. Viajo muy tranquilo. Aunque debo confesar… ¡Claro que tenía pavor!! Me acuerdo que una de esas veces, fui al callejón de Fray Bartolomé de las Casas, en pleno corazón de Tepito y me acompañó un amigo del periódico en donde hacía mis “monitos” Ah, pero, para esto, hizo que nos llevaran a bordo de una patrulla.

― ¿Qué fue lo que vio?

―Conocí un lugar que me impactó muchísimo por la pobreza tan tremenda que había. Ese lugar se llamaba “El Mesón de los Dormidos”. Cuando llegué ahí, vi que los que se hospedarían en ese espantoso lugar, todo sucio y desordenado, pagaban unos cuantos centavos.

― ¿Cuando menos tenían una cama en donde dormir?

― ¡No hombre!!, a cambio, les daban un petate todo sucio y lleno de chinches. En la planta alta, había señoras con niños muy pequeñitos –Intempestivamente, mi entrevistado se despoja de sus grandes lentes de carey para limpiarse las lágrimas que salen de sus ojos. Sin pérdida de tiempo, la persona que le asiste, me solicita que le demos unos minutos en lo que le checan la presión arterial. Una vez repuesto, me dice que quiere continuar con su relato―

―Maestro, de verdad, si así lo desea, suspendemos la entrevista y le ofrezco regresar otro día para concluirla…

― ¡No don Edmundo!!, usted no se preocupe. Estoy seguro que, en ese tiempo, usted ni siquiera había nacido –me dice jocosamente y continúa: “De esto que le estoy platicando, hace poco más de cincuenta años, era un México mucho muy diferente y tranquilo”

― ¿Nació en pañales de seda y quiso probar lo que se sentía ser pobre?

―Vaya pregunta. ¡No!!, no es eso. Visité todos los barrios de México. Pero usted tiene toda la razón. Gabriel Vargas no es de extracción paupérrima, mucho menos, vivió en vecindades. Al contrario, quise conocerlas de cerca y me dediqué a recorrerlas una por una. Así fue como me nació la idea de hacer esta historia que me ha dejado muchísimas satisfacciones: La Familia Burrón.

― ¿Pero por qué el barrio “¿El Cuajo” y todos esos nombres raros, trataba de enmascarar una realidad?

―Tenía que imprimirle un poco de broma. Busqué nombres chistosos para cada uno de los personajes y lugares. El barrio de “El Cuajo”, en donde se supone que vivía don Regino Burrón, es un barrio muy pero muy humilde, pero no podía situarlo en ningún otro barrio de la Ciudad de México. Muchos me reclamaron agresivamente que, si me refería a Peralvillo, Santa Julia o Tacubaya, así es que le puse el primer nombre que se me ocurrió para evitarme mayores problemas.

―Los caricaturistas de ahora ya no hacen este tipo de historietas ¿Se les acabó el ingenio?

―A decir verdad, no podría opinar debidamente porque desconozco su contenido, es decir, conozco a la mayor parte de los caricaturistas y todos, sin excepción, son magníficos.

― ¡No le saque…!!

―No es que le saque, sino que Gabriel Vargas no tiene la capacidad para hacer un chiste de dos o tres palabras como lo realizan ellos para hacer reír o para atacar a alguien. Tienen muchísimo ingenio y no es lo mío. Mi creatividad es de muchas páginas para poder construir una historia con gracia.

― ¿Sus “monitos”, un reflejo de su infancia?

―Ja, ja, ja… ¿Juguetes? No mi amigo Edmundo. Yo no tuve porque mi madre. Si menciono a mi madre, le voy a explicar el por qué. Mi madre tenía la costumbre, desde que yo tenía uso de la razón, nos compraba libros con temas muy específicos, tales como los famosos “Cuentos de Calleja”, de Argentina y la famosa editorial Billiten. Asimismo, nos daba a leer “La Vuelta al Mundo en 180 Días”, “Los Viajes de Colón” y otros más.

― ¿A lo mero macho no tuvo una pelota o un carrito?

―Cuando le decíamos a mi mamá que queríamos un juguete, nos obligaba a que lo hiciéramos nosotros mimos y con nuestras manos. “Mamá, vimos un camioncito muy bonito, ¿Nos lo compras? Simplemente nos decía: “Si quieren su camioncito, háganlo”, para esto, habilitó el último cuarto de la casa como un pequeño taller de carpintería para que hiciéramos nuestros juguetes.

― ¿Ni siquiera libros para niños llegó a leerlos?

―Qué bueno que toca el tema. Es más, los libros para niños ni siquiera llegamos a hojearlos, tan es así, fíjate que sucedió un incidente en mi vida que me dejó una profunda huella…

― ¿Era un niño genio?

― ¡Me lleva el tren con usted…!! ¿Acaso es brujo o sicólogo que se adelanta a los hechos? ¿Me va dejar que le siga contando o usted deduce simplemente…?

―Disculpe, no era mi intención provocar su enojo, al contrario, estoy muy entusiasmado con su charla…

―Resulta que mi hermano y yo, nos apuntamos en primer año de primaria, pero habíamos adquirido tal conocimiento con todo lo que nos había puesto a leer mi mamá, que nos pasaron de manera directa hasta tercer año. Además, le pedía permiso a la maestra para platicarles cosas a mis compañeros, acerca de Botánica, Historia de México, de los conquistadores y hasta de astronomía…

¿Un niño de cinco años hablando de astronomía?

― ¡Aunque usted no lo crea!! Los demás niños se me quedaban viendo con cara de espantados y hasta asustados.

― ¿Pensaban que usted era de otro planeta?

―Les espantaba que les dijera la distancia que hay entre la Luna y la Tierra. Un día, llegaron todos los maestros, el director de la escuela, el inspector y mandaron llamar a mi mamá y cuando dijeron mi nombre…¡¡me oriné en los pantalones!! Temblaba de miedo, creí que me iban a correr de la escuela porque me llevaron a la dirección y le explicaron a mi mamá que me pasarían de primer a tercer año porque estaba muy avanzado.

― ¿Tomaban decisiones sin explicarle nada a usted?

―Yo no entendía nada. Nada más veía a mi mamá sonreír mientras que todo mi cuerpo temblaba peor que un gato acabado de bañar.

―Seguro que a esa edad ambicionaba ser bombero o astronauta…

― ¡Nooo!!, que esperanzas. Lo único que me gustaba era dibujar mis “monigotitos”

― ¿Nunca le dio por pintar?

―De muy joven, pero fui un fracaso, insisto, nada más me dedicaba hacer mis “monigotitos” pero no con toda la pasión.

― ¿Por qué le apasionaba tanto el dibujo?

―Desde que estaba en quinto de primaria, me fui convirtiendo en un apasionado por el dibujo, tan es así, que mis maestros me pedían que ilustrara las paredes del salón. Y ahí me tiene, todas las tardes me las pasaba dibujando patitos y una serie de animalitos.

― ¿Qué sucedió en sexto año?

―Las cosas que pintaba ya no eran patitos, sino cosas de Historia Universal. Tanto me aficioné con mis dibujos, que el director de la escuela me pidió que entrara en un concurso que se llamó “El Día del Tránsito”, atendiendo una invitación del entonces Regente de la Ciudad, don Ernesto P Uruchurtu

― ¿Cuál era la temática?

―En lugar de hacer un dibujo “pequeñito”, como todos mis compañeros, hice uno de tres metros de largo –Al recordar aquellas anécdotas, continuamente, se le quiebra la voz y sus ojos se llenan de lágrimas― “Todos mis compañeros hacían sus dibujos en una hoja tamaño carta y yo lo hice así de grandote (extendiendo sus brazos para explicarme el tamaño de su obra), por cierto. –añade―, si quiere al final de la entrevista se lo muestro –Cosa que sucedió al término de la entrevista. ¡Fíjese que fue mi esposa quien lo rescató!!

― ¿Qué fue lo que se le ocurrió dibujar?

―Lo único que recuerdo, es que me fui atrasando mucho, mientras que mis compañeros acababan muy rápido y lo entregaban. Mi madre decía una y otra vez. “Válgame mi hijito, ni Dios permita que vayas a convertirte en un dibujante, porque, de seguro, que te me mueres de hambre” Vas a ser un gran médico o un abogado muy reconocido. Así es que te prohíbo que sigas haciendo tus monigotes.

― ¿Se sintió deprimido y triste?

―Un día, fuimos de compras al centro y se le quedó viendo a unos pintores de brocha gorda que estaban trepados en una escalera y me dijo: “¿Así quieres terminar como estos infelices, trepados en una escalera?” Los señores estaban pintando un letrero para una cantina. Y volvió a insistir: “Ya te lo dije, quiero que seas un médico muy chingón”.

― ¿Qué castigos le aplicaba cuando lo sorprendía haciendo sus “monigotitos”?

―En la noche, me quitaba la luz para que no dibujara. En ese tiempo, vivíamos en la colonia Industrial Vallejo, luego, nos cambiamos a Peralvillo, por cierto, era una casa bastante amplia para doce hermanos.

― ¿Los hijos, por docena salían más baratos?

―Mi hermano Ramón, que también ya murió, me decía: “Métete debajo de la cama y me consiguió un par de ladrillos para que ahí pegara cabitos de vela. Total, pasando la media noche, me ponía a dibujar sin ningún problema. Pero un día, me quedé dormido y resulta que la parafina fue haciendo una llama muy grande… ¡y que se prende el colchón de mi hermano!! Pegó tal grito, que todos empezaron a correr a traer cubetas con agua para apagarlo, y de paso, me pusieron una señora empapada que hasta fiebre me dio.

– ¿Terminó su dibujo?

. No, por supuesto que no terminé mi dibujo, me dieron una severa tunda con una chancla.

― ¿Cuántos hermanos tuvo?

―Diez, once y doce -cuenta con los dedos de su mano- “Fuimos doce hermanos. Mi madre tuvo con mi padre doce hijos, tan fue así, que mi hermano menor ya no conoció a mi padre. Quiero decirle que mi papá murió a los 40 años de edad y por su gusto…”

― ¡Ah, caray!! ¿Cómo está eso que murió por su gusto?

―Fue un eterno viajero. Sus negocios siempre los hizo lejos de Tulancingo. Un comerciante en grande, de esos que hoy llaman acaparadores. Tenía una bodega como del tamaño de una cuadra y vendía todo tipo de semillas, telas y géneros. También había mercancía de abarrotes, pescados, chiles y carnes secas. Hasta llegó a convertirse en el proveedor de las Huastecas Hidalguense, Potosina y Veracruzana.

―Pero no me ha dicho cómo está eso que murió por su gusto ¿Acaso se suicidó?

―Siempre que iba a la sierra, regresaba con que le ardía mucho la garganta, se le cerraba y siempre decía: “Mañana sí me opero” Total, que fue pasando el tiempo y no se operó hasta que un día se decidió. Pero como tenía una posición muy desahogada, uno de los cuartos de la casa lo habilitó como un pequeño quirófano, pero, para esto, quiso reunir a todos sus amigos y organizó un desayuno, precisamente el día en que lo operaron porque los médicos le habían dicho que era una operación sin chiste.

― ¿El que por su gusto muere, hasta la muerte le sabe?

―En aquella época, la forma de anestesia estaba muy atrasada y le pusieron éter y cloroformo al mismo tiempo y como no le hicieron análisis previos, le produjo un ataque al corazón. Ni siquiera lo habían abierto de la garganta. Cuando salieron las enfermeras gritando que mi papá había muerto.

– ¡Puff!!…

-Fui el primero en meterme a donde estaba tendido mi padre, y me abracé a su cuello y le decía: “Papi, ya levántate. Por favor, papi ya despierta y vámonos a desayunar” Llorando y abrazado a su cuello, no lo quería soltar hasta que llegaron unos señores y me arrancaron de su cuerpo obligándome que lo soltara. Después, jamás lo volví a ver. Es más, mi hermano trató de matar con una pistola al mentado doctorcito, pero gracias a la rápida intervención de los invitados al desayuno, aquello se convirtió en un velorio. –Don Gabriel Vargas rompe en llanto abierto y optamos por cambiar de tema. Al notar que se había recuperado, le pregunto―:

―Considero prudente cambiar de tema y le pregunto: ¿Ya me dijo que era un niño genio, pero qué tipo de travesuras hacía?

―Les cortaba las trenzas a mis hermanas y el castigo que me imponían, era cargar una silla durante una semana. Ja, ja, ja. No se daban cuenta que me metía debajo de la silla y me ponía a jugar canicas con mi hermano.

― ¿Y en la escuela?

―Curiosamente, en la escuela fui muy serio. Me educaron de tal forma que sabía perfectamente a lo que iba a la escuela.

― ¿La letra con sangre entra?

―Fíjese que no. Es más, no nos pegaban, mucho menos, nos castigaban. Permanecíamos muy atentos a todo lo que nos decían los maestros y al terminar de hacer la tarea, salíamos del salón de clases como tapón de sidra o como venados a jugar al campo, que estaba a un costado de la Colonia Industrial, justo en donde estaban unos llanos enormes que les llamaban Campos de la Ford, y en donde se suponía iban a poner una planta automotriz. También recuerdo que mi maestro de primaria, Evaristo Ruiz, venía dos veces al año a visitarme –De nueva cuenta, la nostalgia invade a mi entrevistado, lo noto sumamente sensible al comunicarnos que hacía unos cuantos días, que su querido maestro, había fallecido.

― ¿El joven Gabriel Vargas, qué percepción tenía del entonces presidente de la República?

―Ya no me acuerdo bien, pero si no me equivoco, existía una pelea entre Álvaro Obregón y… Uff, ¡ya me empieza a fallar la chaveta!! Luego mataron a Obregón, creo que ahí, es donde surge Abelardo Rodríguez o algo así.  Siendo muy niño, un día acompañé a mi mamá a recoger dinero que le mandaba mi papá y vi que, a Palacio Nacional, le estaban construyendo un último piso. ¿Usted sabe que antes nada más tenía dos pisos? –me interroga y continúa―Palacio Nacional estaba muy chaparro, hasta se veía hasta feo. ¡Claro!!, se le aumentó un piso más y como que quedó de más categoría.

― ¿Qué imagen tenía el joven Vargas de los entonces presidentes de México?

―Gabriel Vargas siempre ha sido apolítico y me ha importado un cacahuate quién sea el presidente. ¿Cómo me lo imaginaba? Pues me imaginaba que un Señor Presidente de la República era un hombre muy poderoso, y digo que poderoso, porque toda la gente los respetaba y sentían mucho aprecio por ellos.

― ¿Ahora existe una imagen distorsionada?

―No exactamente, sino que eran mucho más humanos… De veras, la gente los quería mucho y hasta se sentían orgullosos de su presidente. Ahora, los vomitan, No, ya no son tal. Se han convertido en verdaderos reyes, porque cuando llegan al poder, son los únicos a quienes se les debe de aplaudir y gritarle “Señor presidente” Ya no tienen una posee humana para que cualquier ciudadano diga: ¡¡Voy ir hablar con mi presidente para exponerle mis “cuitas”!! Ahora, viven encerrados en Palacio Nacional o en Los Pinos, además, existen veinte mil individuos que impiden que uno se les acerque, ni de lejos dejan que uno los vea.

― ¿Le hubiera gustado ser diputado o senador de la República?

―Ya le dije que siempre he sido apolítico.

―Bueno, no se enoje, usted hace política desde la peluquería El Rizo de Oro, además, estoy convencido que Regino Burrón cobra vida en usted…

―Antes de responder, me observa detenidamente y exclama: ¿Cómo dijo?… ¡¡Tiene usted mucha razón!! Regino Burrón es el otro Gabriel Vargas, quizás, es la otra vida que me hubiera gustado llevar. Desde niño, era otro tipo de vida. Por un centavo, me daban un “tompiate”, que eran unos pequeños costalitos de tela que llenaban con dulces y frutas… ¡Por favor!!, no se esté imaginando otras cosas, eran algo increíble. Por un peso, te daban 25 huevos. ¡Hoy en día, un huevo…cuesta un huevo!!

― ¿Duele ser pobre?

―Sin que se me juzgué de chocante, no padecí de necesidades apremiantes de muy joven, mucho menos de niño. Aunque mi padre no dejó herederos. Quedaron muchos de sus negocios que después mi madre vendió y de eso vivimos.

― ¿El muerto al pozo y el vivo al gozo?

―No con lujos, pero sí, con cierta comodidad. Quiero que sepa que los más pobres, viven mucho más unidos que los ricos. Tienen la conciencia más tranquila que los millonarios como doña Cristeta, que, en realidad, es un fiel reflejo de una tía que tuve, por cierto, la canija vieja nos hizo la vida de cuadritos.

 

-Continuará-

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