La Utopía y el Futuro Postapocalíptico

 

*Etimológicamente: no lugar; es el Sueño

de Ulises y la Exposición de Moro

*John Lennon, la Nueva Forma de Pensar

en la Inalcanzable Felicidad Humana

*Vivir con Libertad, Pero sin Equidad Social

o con Equidad Social, Pero sin Libertad

*La Desilusión de la Utopía, Acompañada 

del Desencanto Social por la Democracia.

 

POR EZEQUIEL GAYTÁN 

 

La utopía, si me apego a la idea del inglés Tomás Moro en su ensayo de 1516, es la idea acerca de una isla en donde todos viven felices, pues gobiernan hombres justos, no hay guerras de religión, existe la igualdad social y no se exprime a mi hermano el hombre. Lo interesante es que utopía significa etimológicamente “no lugar”. De ahí que imaginar un espacio de plena felicidad en la que no haya temores respecto al futuro, tengamos certidumbre en materia de calidad de vida y no exista el crimen, es un sueño humano largamente acariciado. Antes que el inglés, se conocen narraciones antiguas que aluden a lugares de plena hermandad y felicidad. Por ejemplo, Ulises, en la Odisea llega a una isla semejante. En otras palabras, los seres humanos deseamos un lugar seguro y feliz en donde vivir sin carencias.

 

También en el ámbito de la literatura encontramos autores que desplegaron la idea de la distopía, como Aldous Huxley y su “Mundo feliz” que plantea un lugar en el que predominan los miedos sociales, la injusticias y dictaduras déspotas en las que la clase gobernante hace lo que desea, pues la única ley que impera es la de ellos. Más aún, mediante un sistema de propaganda enajenante le hace creer a la gente que es feliz. Algo semejante encontramos en la novela “1984” de George Orwell. En pocas palabras, las utopías y las distopías parecieran ser propias de las bellas artes; otro ejemplo lo hallamos en la hermosa canción “imagina” de John Lennon. 

 

Lo interesante es que el tema no es exclusivo de las bellas artes, también es objeto de estudio y práctica de las ciencias sociales. Al respecto encontramos a pensadores políticos como Marx y Engels que aspiraron, mediante el estudio de la economía, a encontrar elementos de corte científico que desplegaran una sociedad más justa en lo social. De ahí que calificaron de utopistas a otros socialistas como fue el caso de Roberto Owen o Henri de Saint-Simon. Léase, los escritores del manifiesto Comunista deseaban para la humanidad un mundo ideal mediante el estudio del materialismo histórico, el desarrollo de las fuerzas productivas, el fortalecimiento de la conciencia humana y así lograr la justicia social mediante la dictadura revolucionaria del proletariado. Empero, los trabajos de Guy de Maupassant “Regreso de la URSS” y de Alejandro Solzhenitsyn “Archipiélago Gulag” son contundentes al hacernos ver que la decisión política bolchevique o socialismo real fue la de elegir la equidad social mediante la distribución de los bienes, servicios y recursos a cambio de sacrificar las libertades. 

 

De hecho, el gran ensayista francés, Michelle de Montaigne ya había planteado grosso modo desde 1580 el dilema de vivir con libertad, pero sin equidad social o con equidad social, pero sin libertad. Nos hizo ver que lo ideal es la libertad con equidad, pero que, en lo general, los seres humanos preferimos la libertad sobre la equidad.   

 

Hoy prevalece la falta de optimismo social y la literatura vanguardista del pensamiento político nos avisa de un inevitable apocalipsis. Es decir, estamos destruyendo al planeta. Ya queda poca agua potable, la contaminación de los mares asesina la vida de algas, peces y corales. El aire es cada vez menos respirable, las pandemias están a la vuelta de la esquina, la robótica sustituye la mano de obra, extinguimos especies animales y crece el desempleo. El aviso tiene tres visiones. La primera es que el apocalipsis empezó desde la década de los años sesenta del siglo pasado cuando iniciamos la ruptura de los límites del crecimiento, la segunda es aquella que narra acerca del estallido de una guerra mundial atómica y la tercera es aquella en la cual aparecerán virus y bacterias que acabarán prácticamente con toda la humanidad y otras formas de vida.  

 

Imaginar un mundo postapocalíptico es un escenario real y soy de la opinión que ya inició debido a que estamos acabando con el planeta. Aunque existen programas plausibles como los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de las Naciones Unidas que con optimismo lucha por evitar el apocalipsis de la autodestrucción humana. 

 

Por supuesto que el apocalipsis, independientemente de cualquier idea teológica, es una realidad si observamos el perfil de muchos políticos que desean la guerra (Putin en Rusia, Trump en los Estados Unidos, Xi Jinping en China, Kim Jong-un en Corea del Norte, Benjamín Netanyahu de Israel y Mahmud Ridah Abbás de Palestina). Léase, el año 2025 inicia con pesimismo, pues la desilusión de la utopía viene acompañada del desencanto social por la democracia. Latinoamérica es una demostración de dicha decepción y de ahí que emerjan populismos de izquierdas y derechas.

 

La literatura postapocalíptica describe, por lo tanto, dos opciones para la humanidad en materia política. Por un lado, gobiernos totalitarios que racionalizan los pocos recursos que quedan en el planeta a la muy disminuida humanidad y, por el otro, que la humanidad no tiene gobiernos, predomina el caos y viviremos en el salvajismo y la violencia. En otras palabras, nuestra imaginación literaria y política, nos conduce, por el momento, a una dicotomía; por un lado, imponer un orden férreo desde el Estado a fin de ir desde ahora racionalizando los recursos o, por el otro, esperar el devenir subversivo de los conflictos sociales hasta que reine el caos.  

 

El justo medio, me parece, es la utopía imperfecta materializada en la democracia social. Léase, un orden en el que la Administración pública no sea el único agente del desarrollo, pero si el principal, pues de todos es sabido que si no hay crecimiento económico la democracia se convierte en quimera del desarrollo. De ahí que la concurrencia de los sectores privado y social son vitales y fundamentales en la aspiración utópica imperfecta. Ya la historia demostró que las dictaduras, también imperfectas en las que el Estado lo es todo, acaban por estrangular a las libertades y cualquier manifestación de crítica en nombre de la ideología unidimensional y plana no es tampoco la solución. 

 

La utopía virginal y pura, es cierto, no es posible pues el espíritu humanitario es contrario al conformismo, la envidia está presente en muchas personas, la condición humana es egoísta y nuestra curiosidad es infinita. Por el otro lado, por comodidad preferimos pensar que el apocalipsis aún está muy lejano y eso nos frivoliza. De ahí que especulamos que, en todo caso, el problema es de los gobernantes y no de nosotros. Es ingenuo pensar que la ciencia y la tecnología nos rescatará en cuestión de días de los problemas ecológicos y que nuestras clases gobernantes asumirán su responsabilidad.

 

El apocalipsis, como todo proceso social, es una conjunción de factores antropogénicos y naturales que evoluciona, se reconfigura, se transforma y un día nos damos cuenta de que el diagnóstico es irreversible e irremediable. Ni Roma se construyó en un día, ni cayó en un día. Aunque por convencionalismos académicos nos encante poner fechas exactas. Consecuentemente, no esperemos a que los historiadores fijen la fecha y veamos la destrucción de la vida como la conocemos.

 

La política existe porque poco hay y muchos quieren. De ahí que entre menos hay más debe predominar la política del diálogo, la razón y el entendimiento. Es decir, la democracia imperfecta. Pero, en efecto, hay quienes piensan que la sociedad está conformada por animalitos incapaces de pensar y por lo mismo deben obedecer mansamente y con servidumbre las decisiones de los nuevos déspotas (no tan ilustrados).   

 

En lo personal prefiero el optimismo de una utopía imperfecta más apegada a los principios y valores democráticos que una distopía perfecta que desde un gobierno autocrático seleccione para quienes gobernar, racionalice los recursos para sus simpatizantes y en nombre de una ideología de fachada democrática fomente desde ahora y sin hacerlo del dominio público el gobierno dictatorial postapocalíptico. 

 

Los próximos veinticinco años serán vitales para la humanidad y el planeta, pues configurarán, en buena medida, la segunda mitad del siglo XXI. Me queda claro que por mi edad no llegaré a conocer esa segunda mitad, pero me gusta pensar que triunfará la utopía democrática imperfecta, que habremos enviado a la historia a los caudillos, que la fraternidad se fortalecerá y que habremos postergado el fin de la especie humana antes que las cucarachas dominen el planeta.

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