El Oso Bailarín

 

Witold Szabłowski. Los Osos que Bailan. Historias reales de gente que añora vivir bajo la tiranía. Capitán Swing, Madrid, España. 2020. 248 páginas

DAVID MARKLIMO

Ahora mismo hay un debate sobre lo que sucede en Venezuela. También están las posturas sobre la Rusia de Vladimir Putin o sobre la Nicaragua de Ortega. El periodismo ha dado mucha cuerda a estos debates, pero se ha dejado de lado a quienes apoyan este tipo de regímenes. Esto es lo que ha investigado el célebre periodista polaco, Witold Szablowski, en su libro Los osos que bailan. Historias reales de gente que añora vivir bajo la tiranía. 

El libro parte de una imagen: durante cientos de años los gitanos en la Europa del Este entrenaron osos para bailar, integrándoles en sus familias y llevándolos de gira por carretera para actuar. 

Hoy, ya liberados, cuando esos osos ven a un humano, todavía se levantan sobre sus patas traseras para bailar. Entonces, la premisa es la siguiente: hay un sorprendente paralelismo entre la dificultad de esos osos para separarse de sus amos y adaptarse a una nueva situación y la de los ciudadanos de los países del Este en el postcomunismo, que también han de aprender, destaca, a usar la nueva libertad, y a veces, incapaces de asumirla, reniegan de ella.

El síndrome, pues, de antes vivíamos mejor

Entonces, a grandes rasgos, narra la dificultad de los búlgaros, serbios, georgianos y cubanos para sacudirse ese síndrome, aunque ese “antes” estuviera dominado por regímenes totalitarios, que daban pan a todos.  

La primera parte del libro presenta la explicación de esa imagen, de esos osos bailarines. Se recurre a los testimonios. Cómo la caída del muro afectó a una serie de ciudadanos búlgaros, la mayoría de etnia gitana, que empezaron perdiendo sus trabajos cuando las fábricas para las que trabajaban pasaron a ser evaluadas en dinámicas del capitalismo: rentabilidad, productividad. La salida a ello fue recurrir a esta tradición de amaestrar osos. Pero pocos años después, a principios de la década del 2000, la presión de las organizaciones de defensa de los animales ilegaliza la tenencia de los animales y su uso, alegando torturas, en circos y ferias como atracción. Es entonces cuando Szablowski contacta con los antiguos propietarios para saber qué sucedió, cómo se adaptaron. Hablan sobre su presente, profundiza en los curiosos procesos de negociación, de sus reacciones. Y es aquí donde sale a relucir la cuestión cultural: la clásica dialéctica de que ciertas culturas no están preparadas para la democracia. Su día a día tras separarse de los osos que suponían su precario sustento se llena de añoranza, de ese pasado donde tenían todo garantizado.

En la segunda parte, Szablowski emprende un ejercicio menos localizado. Vamos a viajar: Cuba, Albania, los países de la ex Yugolsavia, Rusia, Ucrania. Un paseo, pues, por el Telón de Acero tras la caída del Muro. En Georgia, por ejemplo, visita a las cuidadoras del museo en que se ha convertido la casa natal de Stalin. Encontrará que se refieren al dictador como “pichoncito”, el héroe que salvó a la Unión Soviética y que garantizaba los hogares, los empleos. En Serbia, entretanto, dio con unas personas que compartían el bar con Radovan Karadžić, célebre criminal de guerra, y cuya suerte lamentaban. En escenas como estas, vemos una especie de proyección global de ese panorama local de cambio, de adaptación que ha sido imposible ejecutar sin cobrarse víctimas y dejar a gente en el camino. La Historia, muchas veces, no habla de los perdedores y para eso está el periodismo. Se agradece, aquí, el tomo, esa difícil posición del narrador omnisciente, que da vida -sin juzgar- a los testimonios más heterogéneos sobre la caída del Muro y sus consecuencias. También del por qué esa gente desea volver al pasado comunista.

Es una buena imagen para pensar las relaciones internacionales y la geopolítica del Europa del Este. Ahora mismo, podríamos decir el amaestrador es como Putin, que hace todo lo posible para seguir dominando al oso ruso y expandir su influencia en lo que era la Unión Soviética (primero Georgia, ahora Ucrania) … pese a que los tiempos de la Guerra Fría hayan cambiado. Aunque, bien mirado, la metáfora puede ser doble: Putin es también el oso que baila. ¿Quién, entonces, es el que hace que baile?

 

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