Punto de Vista
Por Jesús Michel Narváez
Sin duda, el Plan México es sumamente ambicioso y, probablemente, las condiciones económicas, jurídicas y de confianza para invertir por ausencia real del estado de derecho, influyan para que el gobierno trace una nueva línea por la cual transitar.
Pensar en grande es lo correcto. Festinar antes de concretar los hechos, es pretensión.
No soy fan de la presidenta. Sin embargo, reconozco que el Plan México es algo que le hace falta al país para crecer, romper el círculo vicioso en que el anterior presidente encerró el futuro e impuso reglas que incrementaron la inseguridad, la violencia y provocó un choque de clases como no se registraba desde hace 53 años.
Es de suponerse que quienes participación en la confección del PM son personas inteligentes, con visión libertaria, sin tabús ideológicos y preocupadas por el futuro del país que, bajo las condiciones en que le fue heredado a la presidente Sheinbaum, necesariamente se tiene que nadar contra la corriente.
Mirar el mañana, dejar el presente y olvidar el pasado, sería la tripleta adecuada para rediseñar no la cuatroté sino el segundo piso que se busca construir sin que los cimientos estén sólidos y, sin corregir la estructura se antoja poco menos que imposible saldar deudas sociales sin recursos que solamente pueden provenir de los causantes y las inversiones privadas, nacionales y extranjeras.
Conceder el privilegio de la duda al impulso y resultado del Plan México, es obligación de todos aquellos que tratamos de que México no se desmorone y después sería improbable encontrar los granos de arena para pegarlos.
Hay que admitir, guste o no, que la presidenta mexicana está mirando al mañana. Y negarle, desde ahora y antes de iniciar el trabajo formal, porque la presentación no es el arranque a ras del piso, la posibilidad de que salga bien, se llama MEZQUINDAD.
Los mensajes emitidos en sus cuentas de X, de Guadalupe Murguía, coordinadora de los senadores del PAN en el Senado, de Xóchitl Gálvez, quien después de siete meses no digiere su derrota y de Alejandro Moreno, a quien el PRI le debe estar a medio paso de la tumba, descalificando el Plan México tiene una sola acepción: MEZQUINDAD.
Probablemente en el pasado no tan reciente pero ni tan lejano, podría decirse que Enrique peña Nieto tenía una visión diferente a la concebida durante la docena trágica. Sin embargo, la frivolidad, la autosuficiencia, la excesiva confianza en sus operadores políticos, financieros y de seguridad, terminaron por arrojarlo al cesto en el que los malos presidentes se reúnen.
Hoy hay oportunidad de emprender el camino sobre una autopista con baches y que se pueden tapar, para llegar a la meta prometida. Quizá las inversiones no alcancen los 277 mil millones de dólares y tampoco que México ingrese al top-ten de las economías del mundo. Empero, el intento por lograr ambos lugares del podio, debe celebrarse no descalificarse y menos condenarse.
¿Quiénes son y que representan los que hablan de las carencias en seguridad, inversión y gobernanza?
PRI y PAN han gobernado el país y en sus momentos estelares fueron incapaces de mirar al mundo y el futuro. Dos excepciones deben reconocerse: Miguel de la Madrid Hurtado dio el primer paso al ingresar al entonces llamado GAT y Carlos Salinas de Gortari concretó el acuerdo comercial más benéfico que México haya tenido: el TLCAN, hoy el T-MEC.
Lo repito: no soy fan de la presidenta Sheinbaum y me considero uno de sus críticos permanentes. Negar, sin embargo, haya sido o no su idea, que el Plan México tiene futuro frente al encumbramiento de Donald Trump, es MEZQUINDAD.
Se dicen demócratas y son anarquistas. La democracia se integra por todas las corrientes y las oposiciones tienen la obligación de cuestionar lo cuestionable y aceptar lo aceptable.
Intentar imponer el criterio opositor frente al poder autocrático, es jugar el mismo juego. A las oposiciones les corresponde presentar proyectos viables, con oportunidad, creados con talento, no desacreditar lo que nunca les pasó por la mente y ahora lo impulsa la presidenta.
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