Por Edmundo Cázarez C.
La noche del pasado del viernes 10 de este 2025, el descenso de la temperatura invernal, vaya que calaba hasta los huesos. El termómetro de pared, colocado en la sala de mi casa, marcaba 4 grados en Texcoco, Estado de México. Afuera de casa, una intensa llovizna intensificaba, con fuerza, la baja temperatura ambiental, hasta los vidrios de las ventanas que dan a la calle, daban muestra de ello al lucir completamente empañados por el intenso frio que se registraba en la calle.
Para mitigar un poco ese intenso frio, me dispuse a preparar una rica taza de un rico y espumoso chocolate de metate, traído de Oaxaca, que, por cierto, una muy querida amiga y distinguida colega reportera, me había obsequiado durante los días de navidad…
Todo estaba listo para deleitarme de ese espumoso chocolate, cuyo exquisito aroma, ya había logrado invadir por completo mi pequeña casa.
De repente, al revisar una pequeña, pero funcional alacena, me percato que no había pan, bueno, ni tan siquiera una sola galleta para poder acompañar esa deseada taza de chocolate. Así es que no me quedaba de otra, tenía que salir rápidamente a la calle para comprar algo de pan y “sopearlo” con el chocolate, que… A lo Mero Macho, ya se me hacía agua la boca.
En el reloj del microondas, checo la hora, eran las 8:25 de la noche. Subo rápidamente las escaleras que conducen a la parte alta de la casa para arroparme de una buena chamarra que me protegiera tanto del frio como de la pertinaz lluvia.
Sin pensarlo más, me apresuro rumbo a un muy cercano jardín, en cuya contra esquina, hay una modesta panadería. Para mi sorpresa, no me había dado cuenta que, en las cercanías, frente a unas canchas de futbol rápido, se había instalado una pequeñísima “feria de pueblo”, los juegos mecánicos: un trenecito, una diminuta rueda de la fortuna y un carrusel, permanecían cubiertos con lonas y enormes plásticos, protegiéndolos de la lluvia.
Antes de llegar al mi destino, me atrapa un delicioso olor de “pan feria”, que se desprendía de un camioncito color amarrillo, con la denominación “Panadería familiar Hernández”, equipado con un pequeño horno portátil, en donde elaborando pan de nuez y natas. La verdad, muy a pesar de la lluvia, olía delicioso. Así es que opté por detener mi paso hacia la panadería de costumbre.
En unas enormes charolas, se exhibían las piezas de pan que estaban listas para comercializarse. Al acercarme, un señor como de 50 años, me dice… ¡Buenas noches señor, vaya frio que está haciendo, usted en la calle y mojándose!!
Mi respuesta fue concreta: “Buenas noches, pues sí, pero en casa no teníamos pan para merendar y tuve que salir para comprarlo”
A lo que el dueño o encargado de esa panadería móvil, me dice: ¡Pues ya no tiene que caminar más!!, extiende su brazo y me ofrece un pequeño pedazo de pan que obsequia a los clientes para que degusten. Justo en ese momento, ambos, escuchamos unas diminutas vocecitas que expresaban dos pequeñitos, cuyas edades no rebasan los 6 y 8 años, respectivamente, y que, al parecer, eran en condición de calle por su apariencia… “¿Cuánto costarán esos panes?, porque huele delicioso”
El señor, les dice a los niños que se acercaran para obsequiarles también, un pedazo del mismo pan que me había dado a mí.
El rostro de los chamaquitos denotaba que tenían hambre, porque, además, se relamían sus labios, saboreando el pan.
Sin pensarlo más, le digo que me dé un pan más para los niños y que yo pagaba ambas piezas de ese riquísimo pan de nuez “de feria”, que no rebasaban los 40 pesos.
Cuando los niños escuchan que ya había pedido una pieza de pan más, pero, para obsequiárselo a ellos, el más grandecito de los dos, quizás, tendría entre 8 y nueve años, me dice: ¿De verdad señor?
¡Si, no tengas miedo!!, vamos, que sea su regalo de Reyes, aunque sea un poquito tardado.
¡Los niños no podían creerlo!!!, se abrazaron los dos con sobrada emoción y hasta llenos de alegría, mientras que sus ojitos brillaban con intensidad… ¡Estaban emocionados y felices!!
El más pequeñito, le dice a su amigo o hermano… ¡Vamos a merendar pancito, porque no íbamos a comer nada durante todo el día!!
Al escuchar eso, el dueño o encargado de esa panadería, y quien esto escribe, nos quedamos viendo totalmente sorprendidos y hasta con un nudo en la garganta.
Al momento de entregarle al niño más grandecito su bolsa con pan para que merendaran, me dice: “Muchas gracias señor. Dios se lo pague. Su mamá que está en el cielo, se siente orgullosa de usted”
Inmediatamente, el señor del camioncito me pregunta: ¿Conoce a los niños?
¡No, la verdad es que no, jamás los había visto!! Fue mi respuesta tajante. Todavía, el señor me interroga ¿Todavía vive su mamá? ¡No, desafortunadamente no!! Mi madre falleció cuando yo era casi un bebé.
Tanto el señor del pan, como este reportero, volteamos a ver a los pequeñitos que se perdían entre las penumbras de la avenida Real de San Vicente. La verdad, ambos, nos quedamos sorprendidos y mudos sin saber que decir más al respecto. Solamente al querer pagar el importe del pan de los niños y el mío, me percato que el señor del camioncito estaba llorando…
¿Por qué llora?, le pregunto… Porque, gracias a usted, dos Angelitos vinieron a comer de mi pan, y le digo esto, porque los dos, no dejaban de observarlo detenidamente a usted y volteaban hacia el cielo… ¡Eran unos Angelitos!!, me repetía una y otra vez.
Total, el señor del camioncito del pan, no me aceptó que le pagara las dos piezas de los niños y la mía. Al despedirnos, me dijo con voz entrecortada: ¡Es usted un hombre bendecido por el cielo, los niños vinieron a buscarlo a usted, lo veían con cariño y con mucho amor… ¡Eran unos Angelitos!!
Al aumentar un poco más la intensidad de la lluvia, le doy las gracias y me voy para mi casa. Los pies me empezaban a doler por el frio. Al llegar a mi domicilio, me observan pensativo, inmediatamente, me preguntan si estaba todo bien. Al contarles lo sucedido, hacemos una oración de gracias a Dios y comimos de ese pan, sopeándolo con el aromático chocolate…
A lo Mero Macho… ¡Los Ángeles sí existen!!