SILVESTRE VILLEGAS REVUELTAS
Hace tres semanas o quizá más, escribí en estas páginas de Misión Política que era un error del gobierno mexicano reducir los presupuestos a la educación y cultura en México.
Ello, porque si la inseguridad en el país es uno de los problemas mayúsculos del estado mexicano, el clima de violencia generalizado puede combatirse de mejor manera formando buenos ciudadanos en las ciencias, las artes y en la promoción de la cultura cívica. Al mismo tiempo subrayaba que las reducciones presupuestales señaladas por la Secretaría de Hacienda, eran resultado de los miles de millones de pesos gastados en la precampaña, protocampaña y campaña presidencial que acabó en julio de este año; agregaba que semejante gasto multimillonario asimismo era, el resultado del afán del entonces presidente López Obrador por ganar la elección y en sentido opuesto: el de una oposición aferrada en no conceder nada. Uno y otro costaron carretadas de dinero.
Finalizaba diciendo que era un deber de las autoridades e intereses electorales reducir las campañas a menos de un semestre, pues tales dineros sería mejor gastarlos en instrumentos hospitalarios, educativos, teatrales y, por qué no, en asfaltar calles, avenidas, carreteras y un terrible etcétera.
Desde aquellos días se filtró la información acerca de que a la UNAM, al IPN y a otras instituciones educativas se les reducirían los presupuestos. La grita y polvareda hizo que por lo menos en los medios, se corrigiera la información señalándose que no habría reducciones, sino que no habría aumentos: ello es una disminución disfrazada dada la permanente inflación, y porque aquella existente o no, en la realidad siempre suben los precios de las computadoras, la papelería, las herramientas educativas y las pinturas a usarse en el mantenimiento de los edificios universitarios.
Desde mi modesta posición de investigador universitario, con cuarenta años de servicio y una vida de conocer a la UNAM lanzo algunas ideas de experiencias que vienen de años atrás y que, ojalá, el rector Leonardo Lomelí y su equipo de funcionarios las mediten.
Primero y para los que no conocen a la Universidad desde dentro. Existen varias UNAM en la realidad cotidiana: en el pináculo, las autoridades universitarias que van desde rectoría, direcciones generales, direcciones de institutos y centros, direcciones de la UNAM en Chicago, Madrid, etcétera.
Segundo nivel, autoridades y funcionamiento del personal que labora en las facultades y escuelas de la UNAM, que en teoría y dada la legislación universitaria deberían ser el centro primordial que le da razón de existencia a la Universidad Nacional.
Tercer nivel, y muy alejado del pináculo universitario, las autoridades y personal que labora en la Escuela Nacional Preparatoria y Colegio de Ciencias y Humanidades: las famosas Prepas y Ceceaches.
Desde siempre, en el primer nivel cenácular han existido excesos. Por ejemplo, un funcionario mandó comprar laminados blancos de abedul nórdico para decorar su oficina; otro, siempre llegaba a las reuniones universitarias con un ayudante que le ponía agua mineral marca Perrier, mientas el resto del presídium tomaba agua marca mexicana; un tercer directivo del área de difusión cultural viajaba a Nueva York o París con la parafernalia propia de un ministro del Reino de España…en fin ejemplos sobran. Todo ese gasto suntuario que no se justifica en funcionarios de una universidad pública, se debería destinar para comprar miles de computadoras, cañones, instalaciones eléctricas o materiales en los laboratorios del área científica y con ello hacer la labor docente y aprovechamiento estudiantil con las facilidades que tienen los salones de clases y laboratorios de las universidades privadas de aquí como públicas en otros países.
Segundo. La situación laboral del personal que trabaja en la UNAM y que, en el caso de los sueldos, quincenales/mensuales/anuales, son el gasto primigenio que se refleja en el presupuesto anual de la institución. No se trata de bajar sueldos, sino que el personal cumpla cabalmente con lo que su contrato laboral señala.
Es una realidad que, desde el nivel de educación a nivel Preparatoria hasta el Posgrado, hay muchos profesores que no asisten a clase; afortunadamente no son mayoría, pero sí le cuestan millones a la institución. Me decía un colega del subsistema de Humanidades que en su dependencia y en el piso donde labora hay 24 cubículos y normalmente están desocupados 19; ¡¡tiene la experiencia de no haber visto a ciertos investigadores del Instituto desde “el tiempo de la pandemia!! O sea, llevan cinco años de no utilizar el espacio académico que la institución les brinda”. Ello no solamente es un fraude a la UNAM sino que, como me lo han expresado otros colegas y a manera de burla subrayan: la Universidad pudiera rentar por la tarde y a lo largo de la semana laboral, la inmensa mayoría de los cubículos deshabitados al interior de los edificios de la investigación en Humanidades y hacer un negocio que aliviaría en muchos millones las angustias presupuestales.
En otra vertiente laboral, es necesario que la UNAM limite el tiempo de trabajo de su personal académico al cumplir 70-75 años de edad; semejante frontera no es tan tajante como lo que sucede en las universidades europeas cuyo límite son los 65 años para jubilarse. Creo, y están en lo correcto algunos colegas al señalar que entre los 65 a 70 años de edad, todavía uno puede seguir produciendo conocimiento original, o en su defecto, filosofar y redondear los temas académicos de la vida.
Con esta medida habría una mayor circulación del personal académico en la Universidad y ello paliaría, aunque fuera poco, la situación de sueldos reducidísimos en la categoría de “profesores de asignatura”, que hoy en día son muchos en la institución.
Finalmente, y tercero, la UNAM debe ejercer un férreo control sobre las compras que se realizan en todas las dependencias de la Universidad. Se compran autos tipo pick ups para dependencias que no las necesitan. Hace años hubo una circular universitaria donde se prohibió que más allá de rectoría y los secretarios generales, los demás autos que se adquirieran por parte del presupuesto de las dependencias deberían ser tipo Tsuru. Como muchas cosas en este país les valió sombrilla. En otro rubro costosísimo para la UNAM, se adquieren muebles como escritorios, sillas, libreros y libros, cafeteras, equipos de seguridad, luminarias para los circuitos escolares y un muy variado etcétera, cuando no son necesarios, son de mala calidad y se descomponen. Comparar lo que se tiene entre un instituto y un CCH es hacer la comparación entre un país de primer mundo y uno del tercero.
Ello me lleva a lo último. En la institución hay robo hormiga, hay excesos por parte de los académicos que lo quieren todo y ha habido grandes hurtos cuando en una Facultad, Prepa o CCH llegan las huestes de alguna manifestación, del asunto que usted quiera estimado lector, y proceden a desvalijarla. Semejantes atracos, que desgraciadamente se suceden anualmente, le cuestan a la UNAM millones de pesos IRRECUPERABLES.