*Lo Inteligente en el Análisis Político es Argumentar;
no Presumir que se tiene y Menos a Priori
*Docilidad de Legisladores de Morena se Basa en que
las Iniciativas Llegan de Palacio Nacional
*La Idea de la Infalibilidad es Contraria a la Razón; se
Sustenta el Dogma, lo Mítico y lo Místico
*El Buen Gobierno es Aquel se Basa en Razones y no en
la Ideología Monotemática de la Razón
POR EZEQUIEL GAYTÁN
La argumentación razonada es desde hace siglos un factor esencial en la convivencia humana y debido a ella progresamos. Rápidamente aprendimos que no es lo mismo razonar que tener la razón pues el proceso del razonamiento se sustenta en un método, así como en el arte de saber escuchar, enriquecer las ideas y con base en la confrontación de ideas y sus contradicciones derivamos nuevas ideas. Es sólo después del proceso de razonamiento que pudiésemos, eventualmente, tener razón. Lo cual significa que no es posible tener la razón simplemente por motivos ideológicos o por ostentar el poder. Por ende, acostumbramos a revelar los fenómenos políticos sociales, económicos y los naturales mediante una serie de explicaciones lógicas y racionales que nos hacen saber acerca de las cogniciones por las cuales dichos acontecimientos ocurrieron o, en su caso, ocurrirán.
En el mundo de las ciencias experimentales es posible tener la razón, por ejemplo, en el universo de las matemáticas se puede tener la razón al sostener que el orden de los factores no altera el producto. Pero la ley de la conmutatividad no es posible aplicarla en el universo de las ciencias sociales. En otras palabras, lo inteligente en el análisis político es argumentar, pero no presumir que se tiene la razón y mucho menos a priori.
Sin embargo, pareciera que nuestra clase gobernante actual, con arrogancia y prepotencia lee el diagnóstico social, político, económico y jurídico como si fuese un mapa exacto, preciso y carente de movimiento en el tiempo. Luego, con visión unidimensional toma decisiones tajantes, verticales y contundentes y, con insolencia insufrible, los legisladores de Morena, sin haber razonado o debatido nos dicen que ellos tienen la razón porque las iniciativas de ley provienen del Palacio Nacional y ahí, la figura presidencial tiene el don de la infalibilidad. Es cierto, no lo dicen con esas palabras, pero así se comportan en los hechos. De ahí que se sienten ya con el derecho a indicarnos lo que debemos y no debemos pensar, decir y hacer.
La idea de la infalibilidad es contraria a la razón debido a que la primera se sustenta el dogma de lo mítico y lo místico. Por lo cual la obediencia ciega es anti intelectual y acrítica desde su base fundacional. Por su parte, el pensamiento científico es ante todo un espacio metodológico que se abre al diálogo, la crítica y la famosa trilogía, tesis, antítesis y antítesis. Se trata de dos esferas que obedecen a lógicas distintas y es ocioso confrontarlas. Peor aún intentar fusionarlas. Que quede claro, se trata de dos universos y no menosprecio a uno a otro. El primero dice tener la razón sin demostración y el segundo solo tiene razones explicativas y, en ocasiones, demostrativas.
Empero, la actual administración que se dice proclive a la ciencia hace cada día más del mundo de la política un dogma de fe y rechaza la razón con fanatismo propio de aquel fraile renacentista Girolamo Savonarola. Ese dominico pensaba que tenía la razón y no escuchaba otras razones. Consecuentemente se dedicó a quemar y destruir todo aquello que en su extremismo delirante no tenía cabida en su mente.
Hoy, desde el pulpito presidencial, la titular del poder Ejecutivo Federal, Claudia Sheinbaum, dogmáticamente señala con su dedo flamígero “No hay nadie por encima del pueblo” lo cual en términos discursivos suena hermoso. Sin embargo, un pueblo organizado y sabio sitúa por encima de sí mismo a la figura del Estado a fin de crear instituciones que lo protejan y defiendan. Léase, de entrada, corporaciones policiacas, ejercito y jueces que operen en el marco del Derecho a fin de no aplicar leyes discrecionalmente. Se trata de la idea primigenia de la justicia y desde ahí desplegar instituciones que procuren el desarrollo, la gobernanza y la justicia social. En otras palabras, en una democracia, por encima del pueblo están las ideas del pueblo en favor de la vida institucional y de su calidad de vida al depositar en representantes populares la conducción política responsable y eso significa la cimentación del Estado mediante el principio del poder dividido en legislativo, ejecutivo y judicial.
Lo anterior es una paradoja que supera el pensamiento salvaje, pues concibe que el buen gobierno es aquel se sustenta en razones y no en la ideología monotemática de la razón.