*Una Sociedad que Piensa Igual es una
Sociedad que Piensa Poco
*En Elecciones, la Gente Vota más con
la Emoción que Con la Razón.
*La Recurrencia del Estilo Goebbels, una
Realidad en el Gobierno
*”La Mayoría”, Obligada a Escuchar a las
Minorías Para ser Verdad
POR EZEQUIEL GAYTÁN
En la democracia existen cuatro tipos de mayorías. La primera es la absoluta ya que se integra con la mitad más uno (al menos) de los votos de todos quienes tienen el derecho a sufragar. En este caso se refiere al voto obligatorio, pues la mayoría se concibe sobre el total de la población empadronada. La segunda es la mayoría simple que se compone con la mayoría de los votos efectivamente sufragados, independientemente del número de potenciales votantes. Léase, no importa si la mayoría de los votos es inferior a la mitad del padrón electoral. Se trata del caso mexicano, lo que significa que el triunfador es el que obtenga el mayor número efectivo de sufragios. El tercer caso es la mayoría relativa; usualmente aplica en el poder legislativo, pues se refiere a cuando existen tres partidos o más y uno de ellos obtiene el mayor número de votos, aunque esa cifra es menor a la mitad más uno del total de votantes. Finalmente, tenemos la mayoría calificada, que es la que demanda al menos las dos terceras partes de los votos legalmente emitidos.
Cabe hacer notar que la mayoría simple tiene una variante. Es aquella en la que al competir tres o más partidos políticos puede resultar que ninguno obtenga la mitad más uno de la votación. Entonces las dos primeras mayorías se van a segunda vuelta y debido a que ya se trata de un bipartidismo ganará el partido que gane el mayor numero de votos, aunque el número de sufragios sea inferior al 50% del padrón electoral.
Con lo anterior quiero hacer notar que Morena, en efecto, ganó la elección por mayoría simple, pues si sumamos el número de sufragios por los partidos políticos que apoyaron a Xóchitl Gálvez, más el abstencionismo, la conclusión es que Morena es una mayoría relativa y de ninguna manera es absoluta. Consecuentemente, pongo en tela de juicio su argumento de que son “La mayoría”. Además, la historia ya registra, le guste o no al obradorato, que sus fraudes, marrullerías e ilegalidades por alcanzar la mayoría calificada en las dos cámaras del Congreso de la Unión ya son un hecho imborrable. Es de todos sabido que se trató de una elección de Estado, lo que a los ojos de muchos mexicanos es a todas luces un acto carente de legitimidad.
Por eso la presidenta Sheinbaum y su coro de abyectos insisten desesperadamente en el discurso monotemático de que son “La mayoría” y de que “nada, ni nadie está por encima el pueblo”, lo cual a todas luces es recurrir a la estrategia del propagandista nazi Joseph Goebbels de repetir una mentira mil veces hasta que acabe por ser verdad. Peor aún, la demagogia morenista está más empecinada en aludir a su supuesta mayoría que a gobernar. Así lo ha demostrado la presidenta Sheinbaum al cumplirse un mes de gobierno.
Gobernar es conducir a la nación hacia objetivos de bienestar común y desarrollo integral mediante el apego a la ley, el crecimiento económico, el fortalecimiento de la cultura de la legalidad, el robustecimiento de la vida institucional, el acatamiento a la división de poderes, la observancia a los derechos humanos y así procurar elevada calidad de vida de los habitantes. Gobernar es aceptar el disenso y no olvidar y mucho menos marginar a las minorías en el nombre de las mayorías, pues se gobierna para todas y todos. Incluidos quienes no votaron por Morena.
GOBERNAR CON
INCLUSIÓN
Existe la tesis en la realpolitik de que se gobierna para las mayorías y, en lo posible se incluye a las minorías. Lo cual no deja de ser hasta cierto punto cierto. Pero un buen gobierno elabora sus planes y programas de desarrollo con espíritu incluyente, pues concibe proyectos de desarrollo en favor de las minorías y grupos marginados. Más aún, hablar de la mayoría, en singular, es una clara acepción de que este gobierno sólo vela por y para sus simpatizantes. Lo cual es grave, pues no logra entender que la mayoría es la suma de las minorías y de ahí que lo políticamente correcto es hablar de las mayorías.
Durante décadas México vivió bajo el manto del Partido Revolucionario Institucional y era común entre sus militantes e incluso entre la ciudadanía hablar de “El partido”. Una expresión arrogante, pues expresaba su carácter hegemónico. Para fortuna del país dentro de esa organización política surgieron y se hicieron escuchar voces autocríticas que veían que el país necesitaba de una reforma política que priorizara la pluralidad como forma de convivencia, gobernabilidad y desarrollo. Paradójicamente esa reforma fue el principio del fin de dicho partido. Pero la sociedad ganó, pues los cambios fueron pacíficos y el advenimiento de la democracia partidista fue una realidad. De 1977 al 2000 México fue dando pasos agigantados en favor de las minorías político-partidistas. De ahí que “El partido” y su abrumadora mayoría se fueron disolviendo hasta que en la cultura política imperó la expresión “mayorías y minorías”. Léase, un concepto abierto, plural, tolerante e incluyente. En otras palabras, el reconocimiento social al disenso construye, en política, la edificación institucional del consenso dialogado y así sucesiva y dialécticamente se erigen la democracia y el buen gobierno.
La abrumadora mayoría es un concepto que en lo personal me genera suspicacia y desconfianza. Es, en otras palabras, la arrogancia del pusilánime argumento del “carro completo”, léase, ya no hay cabida para los otros; esos que se vayan a pie o se esperen al próximo viaje. Es la desafortunada expresión que excluye, minimiza y margina a quien piense diferente. Hoy Morena nos quiere regresar a la intolerancia y a la imposición del pensamiento único y maniqueísta. Tristemente ese partido nos quiere imponer su doctrina excluyente y homogénea. Su objetivo es arrinconarnos y alienarnos. Su ideal es que ya no seamos críticos, pues sabe que una sociedad que piensa igual es una sociedad que piensa poco. Por eso su insistencia en que ellos son “La mayoría” y los otros quedan estigmatizados de conservadores, oligarcas y enemigos del pueblo bueno y sabio. No obstante, y así lo registra la historia, existen cientos de casos en los cuales “La mayoría” se ha equivocado.
La idea de la mayoría en la democracia se funda en el principio de que la sociedad está bien informada, de que escuchó de entre los candidatos sus propuestas de gobierno, sus principios ideológicos y su plataforma de trabajo. De ahí que las campañas electorales son fundamentales en términos de difusión de las ideas y de debates. Lo importante es que la sociedad se forme un criterio y con consciencia política y responsabilidad histórica sufrague. Pero eso no significa que necesariamente su voto sea el políticamente correcto. Muchos analistas políticos han demostrado que en múltiples ocasiones la gente vota más con la emoción que con la razón. Más aun, también ha quedado demostrado que en otras ocasiones la sociedad vota porque el gobierno compró su voto mediante políticas sociales asistencialistas. También se sabe que las mayorías votan por ideologías míticas de supremacía. Por ejemplo, el partido Nacional Socialista (NAZI) llegó al poder por el voto del pueblo alemán. En otras palabras, decirse “la mayoría” tiene dos acepciones. La primera es aquella que en el nombre de lo cuantitativo arrasa e impone unilateralmente su punto de vista sin escuchar a las minorías. Su arrogancia mayoritaria la impone por su visión unidimensional del mundo. La segunda es aquella que asume su responsabilidad cualitativa y cuantitativa de haber ganado y por lo mismo procura el predomino de la razón, de la apertura y del diálogo. Saber escuchar a las minorías enriquece las ideas, fertiliza a la democracia y favorece la visión holística. Empero, la actitud morenista es simplemente un reduccionismo del mayoriteo de votos en el Congreso de la Unión.
Cabe hacer notar que durante las décadas de los años sesenta y setenta se hablaba de la mayoría silenciosa. Esa que no hace ruido, que no sale a las calles a protestar, que muestra una apariencia de docilidad. Sin embargo, su falta de sonoridad no es debido a que es muda o pasiva. Por el contrario, esa mayoría silenciosa a la que le temen los gobiernos autoritarios es más fuerte de lo que aparenta. Somos esos ciudadanos que, en algunos casos excepcionales, podemos tener espacios en revistas, pero en su mayoría son compatriotas trabajadores formales e informales que procuran honrada y honestamente subsistir. Un gran número de la mayoría silenciosa no sabe mucho de economía, ni de política o de Administración pública. pero sabe acerca del elevado costo de la vida, de la inseguridad en el transporte público, de los pésimos servicios de salud y de deficiente calidad de la educación. Está consciente de que no le alcanza y que apenas sobrevive. Pero lo que si sabe es que representa a las mayorías, son gente bien agradecida que votó por la política social asistencial actual. Pero difícilmente le alcanzará a este gobierno subsidiar más y más sin producir. Entonces las mayorías hablarán en la elección del 2030 y tal vez su voto ya no sea por migajas. La actual gestión ya está en una encrucijada económica y de no sanear las finanzas públicas correrá el riesgo de perder en seis años su discurso de ser “La mayoría”.