Sobre la Ficción de la Realidad

 

Han Kang. La clase de griego. Random House, Barcelona, 2023. 175 páginas.

 

La tragedia es en esencia una imitación no de las personas, sino de la acción y la vida, de la felicidad y la desdicha.

Aristóteles

 

DAVID MARKLIMO 

Existe una realidad que puede ser motivo de novela, de irrealidad. Sucede muchas veces que la ficción es rebasada, como si fuésemos personajes de un guión ya escrito. Todos saben en qué acabará cierta historia, se intuye y hagan lo que hagan para evitarlo, sucede. Los griegos le llamaban tragedia. 

Sucede también que la realidad tiene situación que, en primera instancia, con muy difíciles de creer. Es más o menos lo que se retrata en La Clase de griego, de la recién ganadora del Nobel, Han Kang. La tragedia: un profesor ciego le habla a una alumna muda mientras él busca a su madre y ella a su hijo.

Así, se nos presenta un relato a dos voces, donde la autora alterna la narración de la protagonista con la del profesor de griego. Quedan pronto retratos los personajes: ella, con una personalidad solitaria, que se encuentra más cómoda en la lectura que en los amigos, sin mostrar ningún interés por arreglarse ni por tener relaciones románticas llegando así a los dieciséis años cuando el primero de esos episodios de mudez apareció, siendo incapaz de articular ninguna de esas palabras que con tanta admiración y avidez aprendía de los libros. El profesor, víctima de una ceguera que avanza de manera inexorable ya desde su adolescencia, nos detalla cómo su tránsito vital era acompañado por una emigración desde Corea a Alemania en su adolescencia y su regreso a su tierra natal años después. La narración, siempre pausada y bien hilvanada, nos devuelve al cabo de pocas páginas al presente.

De esta manera, el texto alterna la narración con breves episodios en la clase de griego, en la que profesor y alumna de encuentran. De manera análoga a la clase de griego y el estudio del griego antiguo de la mano de Sócrates y Platón, el texto rezuma un amor pro Grecia en todos sus símbolos (imposible no recordar que Homero era ciego, que la búsqueda -ya sea del padre, del hijo, del amor perdido- es uno de los grandes temas de la literatura clásica). Y, precisamente, como si fuese una lección de mayéutica, se nos envuelve se constantes reflexiones sobre la amistad, la vida, la muerte y el paso del tiempo. Poca diferencia hay entre los protagonistas y los alumnos de la Academia.

El estilo de Han Kang es orgánico, sencillo, lento. Tiene la particularidad de desbordar al lector, uniendo pensamiento y cuerpo como elementos que interactúan de manera casi indistinguible. También es cierto que esta es una novela sobre el dolor, no puede ser de otra forma si se le rinde homenaje a la tragedia clásica. Y es un dolor tan grave, tan fuerte que ni las palabras surgen de su propia boca, envueltas en un manto de oscuridad que impide que salgan a la luz como si, encerrando el dolor, este fuera a desaparecer. Cabe aquí la paradoja aristotélica: ¿existe aquello que no se nombra? ¿Esa columna, en medio del bosque, que nadie ve, es real? Por supuesto, el dolor no desparece si no se suelta, si no se absorbe. También está lo que se intuye: ¿el dolor debe expresarse en la lengua materna? ¿Para qué estudiar griego, si no es para ver si en ese idioma uno es capaz de señalarse el corazón y decir: “aquí, aquí me duele”? Las palabras y los idiomas tienen eso, al cambiar, pueden convertir la oscuridad en la luz. El panorama puede ser más luminoso y las emociones pueden ser más claras, con raíz y alas. Aunque es verdad que hay dolores, y la pérdida de un hijo es algo indecible, que se salen del cuerpo, que no tienen nombre.

De sobra decir que el ritmo lento encaja a la perfección con la historia, en la que ambos personajes se aproximan, con tiento y delicadeza, como si su fragilidad emocional fuera tan quebradiza que no pudiera soportar un ritmo más rápido, como si la ceguera y la mudez les obligaran a ralentizar sus movimientos, quizá esperando a encontrar algo que les permitiera avanzar con más determinación. A saber. Tal es la tragedia, Así debía suceder, así sucedió.

Hay una gran sensibilidad para ahondar en personajes solitarios. Se reclama a gritos ensordecedores, la compañía del otro, del que no es trágico, sino amable. Es una compañía que siempre necesitamos, aunque a veces no seamos conscientes de ello y que a veces encontramos en otras almas tan perdidas y solas como nosotros mismos.

Un texto hermosísimo y digno de lectura. 

 

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