Punto de Vista
Por Jesús Michel Narváez
A nueve meses de la llegada, nadie lo esperaba, aunque había información oficial del Centro de Huracanes de Miami.
Otis embistió con fuerza indomable y lo que alguna vez la Perla del Pacífico se convirtió en el escenario de la tragedia.
Condominios -de mala calidad a precios de oro- ubicados en Punta Diamante, se convirtieron en tumbas de sus propietarios. Casas cercanas a las playas, fueron afectadas. Hacia la parte alta de Acapulco, la furia de Otis provocó deslaves, los edificios quedaron sin cristales -fueron construidos con materiales sólidos no con Tablaroca- y las torrenciales lluvias arrasaron la Costera, la avenida de Las Naciones, el centro del puerto, los restaurantes de la Condesa desaparecieron y cuando memos dos centenares de personas perdieron la vida y otras tantas desparecieron. Los hospitales del IMSS y del ISSSTE y los privados, dejaron de dar atenciones a los heridos por falta de energía eléctrica, personal sanitario y fármacos.
La rapiña se hizo presente y las tiendas departamentales y las de conveniencia fueron saqueadas. La policía municipal, la estatal y los elementos de la Guardia Nacional y Marina no actuaron con la rapidez que la emergencia demandó. El Plan D-III tardó 49 horas en activarse y el Marina hizo lo que pudo.
Otis ocasionó daños que aún no han sido reparados. Y cuando todo mundo se preparaba para las fiestas de fin de año, Acapulco sucumbió y es momento en que no se levanta.
El huésped temporal de Palacio Nacional jamás se enlodó los zapatos. Dice haber estado en 6 ocasiones. Nadie lo pudo ver. Se refugió, si es que en realidad acudió, en la Base Naval de Icacos.
Cuando se le preguntó la razón para no ir a las zonas siniestradas, dijo que era para proteger la “investidura presidencial”, poque seguramente sus adversarios enviarían a reporteros a prepararle una trapa y exhibirlo.
No hizo falta. Se mostró tal cual es: egoísta, ególatra y desentendido de la tragedia.
El único recorrido realizado fue a bordo de un barco de la Armada. No se acercó jamás a la vasta zona afectada. No tuvo palabras y menos acciones que demostraran su interés por las víctimas y los daños. Diríase que la única empresa que operó y con eficiencia fue la Comisión Federal de Electricidad.
Eso sí: movilizó recursos para adquirir enseres, mobiliario para los hogares.
Sin que el puerto se haya recuperado, arribó el huracán John y, conforme a las informaciones oficiales, la cantidad de agua que inundó el 80 por ciento del espacio urbano y el ciento por ciento el rural adyacente, fue cuatro veces mayor que la derramada por Otis.
¿Se preocupó el que se va?
Para nada. Su mente y acción estaba en sus “giras de despedida” en compañía de quien mañana se convertirá oficialmente en su sucesora.
Ante la tragedia, la presidenta electa anunció en su cuenta de X que el miércoles podría viajar a Acapulco para “evaluar las acciones de los tres niveles de gobierno” para atender a los afectados por inundaciones, destrozos, rapiña y más.
Quizá se trata de una mera ocurrencia acudir cuando el aeropuerto aún sigue cerrado o con disminución de vuelos comerciales, los que utilizará porque así lo conformó, o en aeronaves de la Fuerza Aérea Mexicana -no de la Línea militar- cuando el caso lo amerite.
Por lo menos demuestra interés, porque ayer el que se va simplemente estaba en Chetumal “inaugurando” la estación ubicada en la capital de Quintana Roo.
¿Acapulco?… ¿qué es eso?
Si la ya investida presidenta constitucional cumple con estar presente en Acapulco, marcaría la diferencia con su mentor. Pequeña diferencia, pero al fin u al cabo lo sería.
A ver si el que ya no tendrá poder, el que se jubilará para siempre y no volverá a participar en política nunca, muestra su irritación o se calma el demonio que lo abraza.
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