As{i vivió el puertorriqueño Roberto Mulero, hace 23 años, escuchó un estruendo en su apartamento en el Bajo Manhattan, ubicado a diez cuadras del World Trade Center (WTC). Desde ese día, el ataque a las torres gemelas, pasó a ser una tragedia que lo descolocó emocionalmente a él y toda su familia: su prima, que era como su hija, se encontraba entre las víctimas.
Se trataba de María Ramírez, quien para el momento de esa tragedia, tenía 26 años.
La joven quedó atrapada en el ascensor del edificio 90 West Street, una de las tantas estructuras cercanas que sufrieron daños colaterales, cuando las dos gigantescas torres, empezaron a caerse a pedazos el 11 de septiembre de 2001.
Roberto como un ritual que repite sin pausas, horas antes de la conmemoración del mayor ataque terrorista en la historia del país, hacía una ofrenda en el monumento, en donde lamentablemente está grabado el nombre de María Ramírez, una de las 250 hispanas que perdieron la vida en ese fatídico acto criminal.
“Vine hace seis meses, el día de su cumpleaños. Siempre le coloco flores. Y le rindo homenaje en silencio. Esto nos destrozó y nos sigue destrozando. Es terrible, cuando en el memorial, mencionan su nombre. Ha pasado todo este tiempo. Y todavía a todos, nos parece mentira”, comentó emocionado el isleño.
María trabajaba como secretaria para Langan Engineering and Environmental Services en una oficina en el edificio 90 West Street, ubicado a pocas cuadras de la destruida torre sur del WTC, como detalla 9/11 Living Memorial.
“Veintitrés años ya. Y como vecino de este sitio, que fue un infierno, puedo ver ahora todo recuperado, museos, jardines, edificios imponentes nuevos, pero siempre camino y lo que se me viene a la mente son esos escombros”, comenta Roberto mientras acariciaba el nombre de su “prima-hija”, quien tristemente forma parte de las 2,983 víctimas grabadas en la inmensa placa de bronce, que bordean el monumento que rinde honor a los caídos.
Días de escalofríos
Aquella mañana, hace 23 años, el primer avión del vuelo 11 de American Airlines, fue estrellado en la torre norte del complejo World Trade Center a las 8:46 de la mañana. Solo 17 minutos después, el vuelo 175 impactó contra la torre sur. Ambas edificaciones se terminaron derrumbando casi dos horas después.
Ese mismo día, el militar retirado ecuatoriano Tomás Jimenez, se encontraba en su país chequeando la señal de los radares de aviación en una base aérea en Machala. Cuando trascendió en el mundo, la noticia del ataque al corazón financiero de Estados Unidos, más allá de significar un hecho lejano, le causó un largo escalofrío, que duró en su piel por tres días continuos.
“Mi hermana precisamente había volado desde Ecuador para Nueva York, ese mismo día. Por toda la emergencia y todo el caos que se generó, no tuvimos comunicación con ella por 72 horas. Uno siempre piensa lo peor. Afortunadamente nada le había pasado”, recordó quien luego de 15 años vino al monumento Memorial del 9/11, a encontrarse como turista, con un hecho que todavía lo conmueve.
Tomás se prepara para asistir este miércoles a los actos conmemorativos, luego de más de dos décadas que se registró el cruento hecho, que lo califica como una “cobardía”.
“La primera vez que vine aquí, esto era solo escombros y tristeza. Ahora está este sitio, que nos recuerda una terrible maldad contra un país generoso, que le ha abierto siempre las puertas al mundo”, acotó.
En el área que se llamó la zona cero del Bajo Manhattan de Nueva York siguen avanzando proyectos que dan dinamismo y atraen a la gente a un lugar de devastación y duelo. Ahora el sitio está rodeado de nuevos rascacielos, museos y atracciones. Y está ubicado en una localidad que tiene mucho más residentes que antes de los ataques.