Fede Bonasso
Cuando tú criticas aspectos del mundo desde cierta abstracción -política, datos económicos, la Historia-, la gente puede brincar a escupir dogmas, pero sin involucrarse demasiado. En cuanto aprietas, en cambio, el botón psicológico, muchas personas pierden el control.
Denunciar el egoísmo, el supremacismo, las falacias con las que tantos nenes bien gestionan a un tiempo sus culpas y su desprecio de clase, es un deporte de alto riesgo. Porque ya no estás hablando de abstracciones. Te metiste en el interior de esas almas. Se sienten profundamente vulnerados. “Este cuate ya no está hablando de política, está hablando de mí”.
Por más que algunos quieran minimizarlo, el clasismo en México está más vigente que nunca y es repugnante. Para colmo, es parte medular de la identidad de mucha gente. En este país se inventó el término “igualado”. Aquí el patrón le habla de tú a una servidumbre a la que le exige le hable de “usted”. Se regatean sueldos, prestaciones y se explota a la gente de menos recursos. Afirmar esto es todo lo contrario de afirmar que “el trabajo es denigrante”. Lo que es denigrante es el trato y el salario. Y lo que es ser una mierda completa es responder a esa asimetría histórica con la frase: “ya pónganse a chambear, huevones”. Afirmar esto tampoco significa afirmar que “todos los ricos son malos y todos los pobres son buenos”. Significa que, independientemente de la calidad moral de cada individuo, el sistema social que hemos construido es injusto.
El complejo de clase está tan enraizado que afecta incluso a muchos ricos, para los cuales siempre existe un rico que la tiene más grande que él. Al racismo inveterado de esta sociedad hay que añadirle décadas de cultura neoliberal donde la cuenta bancaria mide el éxito en la vida, donde el tamaño de tu casa mide el tamaño de tus complejos.
Construimos relatos que nos permiten seguir viviendo con un poco menos de culpa, y que autojustifican el mal que hacemos en el mundo. Desbaratar esos relatos es una insolencia muy penalizada. Sobretodo en sociedades tan conservadoras como la nuestra.
Dibujo: web
