Tamara Tenenbaum, Todas nuestras maldiciones se cumplieron, Emecé Editores, Buenos Aires, 144 páginas.
Hay cosas / que para hacerlas / poemas / solo hay que contarlas. / Mi papá se murió / el día / que fue a la AMIA / a hacer el trámite / para enterrar a su papá / (mi abuelo) / en el cementerio / de La Tablada. / Listo.
Tamara Tenenbaum
DAVID MARKLIMO
Zeus y Kronos, Odiseo y Telemaco, Odiseo y Telegono, Kafka y su padre, Electra y Clitemnestra, Joan y Christina Crawford … la historia de la literatura está repleta de situaciones entre madres y sus hijos. Es, por decir lo menos, uno de los grandes temas de siempre.
Vuelve a estar de actualidad por el libro Todas nuestras maldiciones se cumplieron, de Tamara Tenenbaum, célebre autora de El fin del amor, amar y coger en el siglo XXI. Ahí, la autora nos narra su historia, la de una joven argentina cuyo padre falleció en al atentado que, en 1994, Hezbollah ejecutó contra la AMIA (una asociación mutual de amistad argentino-israelí). El crimen antisemita con mayores víctimas mortales fuera de Israel en los últimos 40 años: ocasionó la muerte de ochenta y cinco personas. Dicho atentado, situado en un celebre barrio ortodoxo de Buenos Aires, ha quedado impune y ha sido imposible, dados los acuerdos entre los distintos gobiernos de ese país e Irán, llevarle justicia a las víctimas.
Unos breves apuntes del contexto: la novela sucede en pleno menemismo, la época en que había venta de armas a los musulmanes de Bosnia vía el Ecuador. Menem, un musulmán que se convirtió al catolicismo para ser presidente, ha pasado a la Historia como el de la gran apertura, el que dijo eso de las relaciones carnales con los Estados Unidos, el del uno a uno entre el peso y el dólar. El responsable, pues, de lo que sería la debacle del corralito.
El contexto es fundamental, por cuanto se rememora la ausencia del padre en un momento donde parece que el Estado se desguaza e incluso los hechos posteriores en la familia son consecuencia de esa tragedia. La autora va a convertirse en propietaria de un apartamento para cuya adquisición fue importante el cobro de la indemnización por el atentado. De ahí, surge la voz interior: Tatiana se enorgullece de no seguir ni la mínima costumbre judía y de no hablar hebreo ni yidish, exhibe que no va a los actos de la AMIA desde que no la obligan y hasta cuenta lo que no se debe contar nunca: una disputa familiar fea y real que da pie a otra tragedia. Juzgue el lector si lo que se nos presenta es el reniegue del padre.
El pasado está ahí y se carga, pareciera que sin querer o sin molestar, en una maleta para las mudanzas. Es una frase que bien podría salir en la novela. Y sorprende por su frialdad, su poca humildad y su escasa empatía. La sensación es que los crímenes políticos no suelen generar tanta indiferencia. Y, menos, en un país con un derecho a la memoria y a la identidad tan fuerte como Argentina. ¿Esto que leemos es político o solamente herencia con un pasado que nunca se entendió?
La narración pasa por ser un texto directo, reflexivo, con un lenguaje exento de prejuicios y alejado del recato propio de pudor, sin reparos, contundente como un golpe de boxeo. El valor fundamental aquí es ese testimonio generacional, esa voluntad de ruptura ejercida sin rencor ni acritud, pero sin un ápice de arrepentimiento, sin intención alguna de excusarse por sus actos. Tampoco el texto reivindica el género, aunque nunca hay que olvidar que quien habla es una hija y que el destinatario es el padre. Pero, aunque puede parecer lo contrario, el texto mantiene una actitud muy de la cultura judía: las mujeres poseen la fuerza y la determinación de quienes tienen que salir adelante solas, con las limitaciones impuestas a su género por el medio en que se mueven. Bien es cierto que si hay un choque cultural, un acto de rebeldía, porque Tamara no está dispuesta a aceptar mandatos que, a medida que crece, se le parecen absurdos. Cree, como su madre, que la única manera de asegurarse de que algo se haga bien es hacerlo ella misma. Esa, por una parte, es la fuerza de la voluntad y del desprecio a los demás.
Aunque, bien mirado, la clave de este libro, breve, sin una apertura y un colofón muy definidos, es su naturalidad y el aire que emana. Si da la impresión de que a veces nos asomamos al precipicio es solamente la máscara que oculta la tragedia de una familia en una ciudad y un país que se vuelven hostiles cada vez más.