Primeras Señales de Maximato

 

*Del Callismo al Lópezobradorismo,

96 Años Después

*El Poder Presidencial no se Comparte

y es Indivisible

*De las Reglas no Escritas; el que se va,

queda sin Poder

*Sin embargo, AMLO acudirá a Palacio

si lo llama Sheinbaum

*Los Hijos del Presidente, Iniciarán el

Tejido del Maximato

*Estarán en Posiciones de Privilegio y

Serán Informantes

 

EZEQUIEL GAYTÁN 

 

A Plutarco Elías Calles (Guaymas, Sonora 1877 – Distrito Federal 1945) se le conocía como el “El jefe máximo de la revolución mexicana” y de ahí que el periodo que abarca de 1928 a 1934 se le conociera como el Maximato, ya que gobernó sin ser presidente. Léase, mangoneó a tres titulares del poder Ejecutivo Federal de México: Emilio Portes Gil, quien gobernó en calidad de presidente interino tras el asesinato de Álvaro Obregón, Pascual Ortiz Rubio quien ganó las elecciones convocadas por su antecesor y Abelardo L. Rodríguez, quien ocupó el cargo debido a la renuncia de Ortiz Rubio. Cabe destacar que el general Lázaro Cárdenas también fue una imposición del sonorense, pero se lo supo quitar de encima al “exiliarlo” a California, Estados Unidos. 

 

Fueron varias las enseñanzas que Cárdenas nos heredó al desterrar a Calles, pero me detengo en dos. La primera fue que el asesinato político ya no tendrá lugar en el México posrevolucionario. Esa regla de oro y piedra angular impuesta por el cardenismo en 1936 se rompió con el asesinato del candidato priista Luis Donaldo Colosio en 1994 y fue el inicio del fin del sistema político mexicano sustentado en el partido de hegemónico. La segunda regla se refiere a que los expresidentes al terminar su periodo sexenal debían alejarse definitivamente de la vida política, pues así se permitió la movilidad social, la formación de nuevos grupos, cuadros y equipos políticos y dio oportunidad a que, dentro de las reglas no escritas, los escaños legislativos y los andamiajes de la Administración pública abrieran posibilidades de escalar por el poder. Es cierto que la historia contemporánea registra intentos de “mini maximatos” que fueron finalmente fallidos e incluso grotescos. Por ejemplo, de Miguel Alemán a Adolfo Ruiz Cortines o el de Luis Echeverría con José López Portillo. Sendos casos fueron fracasos.

 

Sin embargo, la historia nos enseña que no sabemos aprender de ella y ahora vemos señales de que el presidente López Obrador intenta establecer algún tipo de Maximato sobre Claudia Sheinbaum. Veo tres señales, pero seguramente hay más. La primera se refiere a que las despectivamente apodadas corcholatas presidenciales se prestaron a un juego sin reglas de operación claras y transparentes. Así que la ganadora resultó ser la persona que, a decir de algunos colaboradores de Marcelo Ebrard, de Adán Augusto López y de Ricardo Monreal, fue porque es la más dócil y manejable. Que quede claro, no son palabras mías, simplemente las recojo de personas de esos equipos. La segunda señal se refiere a la declaración mañanera del presidente López Obrador del día 7 de los corrientes mediante la cual sostuvo que regresaría a la vida política “si, solo atendería un llamado de mi presidenta. También, haciendo uso de mi derecho a disentir”. Con lo cual ya nos deja claro que el tabasqueño seguirá utilizando los micrófonos y reflectores con intenciones de orientar o “dar línea” si acaso su sucesora no se constriñe a su mandato y posiblemente a sus caprichos. En otras palabras, estará atento a que ella no se salga de los márgenes de maniobra definidos por él.

Finalmente, la tercera señal es del mismo día arriba señalado. Lo cual no es casualidad. El mandatario hizo público que “sus hijos ya podrán actuar en política y lo harán después de que hayan explicado al pueblo sus actividades empresariales durante la actual gestión”. Lo que será un manifiesto acotado, pues se trata de una narrativa libre de pormenorizaciones jurídicas. Empero, lo significativo es que los jóvenes López Beltrán podrán estar en el gabinete centralizado o paraestatal y, por supuesto, acordarán con la futura presidenta y con su papá. Es decir, serán tres correos que le habrán de informar a su señor padre acerca de lo que dice y hace la señora Claudia Sheinbaum, con lo cual el hombre de Macuspana tendrá el poder de utilizar heraldos de lujo, discretos e incuestionablemente fieles a él.  

Incómodo y pegajoso será trabajar sentada en la silla del águila. Sabiendo que está rodeada de espías, soplones y delatores. Que gobernará con un equipo de trabajo que no le será totalmente leal y, posiblemente, también se vea obligada a configurar un gabinete con personas cercanas al tabasqueño. Consecuentemente el clima laboral y los espacios de trabajo serán de tensiones. Lo cual permeará en las estructuras administrativas y las consecuencias serán de parálisis burocrática, irrespirable clima laboral e incluso de conflictos de intereses, grupales, aunque todos vistan la camiseta guinda.  

 

De entrada, a la señora Sheinbaum ya le queda claro que los mercados no reaccionaron positivamente con su triunfo, por lo que sin ser presidenta electa ratificó al titular de Hacienda. También ya sabe que el presidente quiere imponer su Plan C y de ahí que ya iniciaron conversaciones a fin de que los costos políticos y económicos no se le carguen sólo a ella y está consciente que deberá de incluir en su equipo de trabajo, no necesariamente a nivel de secretario de Estado, pero si de manera cercana a ella, a los tres hijos de su mentor y que, a la larga, ellos jugarán de ser el caso en la sucesión presidencial. Léase, son señales de un Maximato. 

 

Es común repetir que el Maximato es producto de las ambiciones personales e inescrupulosas de poder de Plutarco Elías Calles. Lo cual, de alguna manera es cierto, pero habría que detenerse en la necesidad callista de una reconfiguración de fuerzas que se desplegaron con el asesinato de Obregón en 1928. Léase, Elías Calles comprendió que el presidente Interino Portes Gil debería articular un gabinete con un numero significativo de obregonistas, sobre todo porque lo tildaban de traidor. Así que la lógica política le indicaba que debía tenerlos cerca y que había que comprarlos, cooptarlos o corromperlos; lo que así ocurrió, pero no con todos. Además, debía cuidarse de los generalotes que aun tenían tropas y estaban dispuestos a nuevas sublevaciones. Consecuentemente creó el Partido Nacional Revolucionario (PNR) en 1929, minimizó la figura del interino y tejió con desaseo y fraudes la elección presidencial. Es decir, durante el proceso electoral atropelló políticamente al obregonista Aarón Sáenz y al gran intelectual José Vasconcelos e impulsó la figura del militar e ingeniero Ortiz Rubio. Lo que Calles concibió, nos guste o no, fue un reacomodo de fuerzas políticas que finalmente le permitirían fundar, a la larga, un partido político en el que cupieran todos o la mayoría, así como sentar las bases de la vida institucional en México. Por su parte, Ortiz Rubio trató de gobernar con prudencia y en paz, pero estaba harto de que la prensa y la gente le apodara “el nopal” (por baboso), pues era dócil de carácter y hacia lo que le indicaba Elías Calles, así que la renuncia del ingeniero fue por dignidad. Su sucesor, también impuesto por el “jefe máximo” fue Abelardo L. Rodríguez, quien por cierto era muy aficionado al beisbol y ha sido, hasta la actualidad, el último presidente no electo popularmente. Terminó su periodo de presidente interino y su sucesor fue el General Lázaro Cárdenas, a quien de entrada la prensa y la opinión popular también lo veían en un principio como otro títere. Lo cual ya sabemos no fue así.

 

Traje a conveniencia la historia del Maximato porque tanto Calles como López Obrador demostraron su pragmatismo y sus convicciones de que para ellos el fin justifica los medios, en sendos casos, la consolidación de sus respectivos partidos políticos y la proyección de sus figuras caudillistas. Por supuesto que también encontramos, con toda proporción guardada, otras similitudes. Por ejemplo, la armonía social mexicana estaba fragmentada a fines de la década de los años veinte del siglo pasado, tal como hoy acontece. También cabe hacer notar que los presidentes del Maximato enfrentaban el problema de que muchos territorios del país estaban en manos de caciques revolucionarios o de gavillas de bandoleros. Algo semejante con la actualidad. Sin embargo, existen notorias y muy marcadas diferencias, pues el sonorense fue creador e impulsor de instituciones y el tabasqueño de la destrucción de las mismas. 

El caso es que México fue construyendo la vida institucional de manera tal vez demasiado pausada y, a la larga, fue hasta el siglo XXI que conocimos las alternancias político-partidistas. Ahora, después de la elección de 2024 encontramos un tejido social desgarrado después del desaseo electoral plagado de subterfugios leguleyos y de temores e incertidumbres acerca del futuro gobierno de la física Claudia Sheinbaum. De su estilo personal de gobernar no sabemos mucho, tampoco tenemos amplias referencias acerca de sus ideas políticas, no más allá de su militancia en partidos de izquierda. En materia económica se pronunció en contra del liberalismo y la privatización, pero esas no son palabras suyas. Por lo que respecta a la Administración pública no aludió a la necesaria reforma Administrativa o al menos a su necesario realineamiento. En la cuestión social (alimentación, salud, educación, trabajo y vivienda) también fue un espejo de la actual gestión y culturalmente mantuvo un perfil discreto.   

 

Por todo lo anterior es una desconocida y, de entrada, su propio mentor ya anunció que ejercerá su derecho a disentir, un derecho que todos tenemos, pero a diferencia de nosotros, él tendrá a su disposición tecnologías de los medios de comunicación masiva a su servicio. Lo que repercutirá, tal vez, en un frontoneo de argumentos entre las conferencias mañaneras de ella y las del futuro expresidente. 

 

En lo personal estoy convencido de que, de llegar el caso de un intento de Maximato, la señora Sheinbaum tendrá al menos cuatro opciones. la primera sería renunciar al cargo como lo hizo el ingeniero Pascual Ortiz Rubio, la segunda recurrir a un dialogo franco y firme de “ganar-ganar” como hicieron Ruiz Cortines y Miguel Alemán. La tercera es la de recurrir a la estrategia que utilizó José López Portillo; léase, enviar de embajador plenipotenciario a Luis Echeverría a Australia, Nueva Zelanda y las islas Fiyi. Finalmente, la cuarta es expulsar al tabasqueño del país y “exiliarlo” a algún país aliado que le informe de sus actividades. Por supuesto que hay más opciones, pero no se me ocurren.

 

La suerte del tabasqueño no está echada y tampoco la de la física. Ambas figuras ya saben que tarde o temprano se van a confrontar porque una de las reglas de oro no escritas del Sistema Político significa que el poder presidencial en México sólo reconoce a un titular y sólo a uno. Lo significativo es que sendos personajes comieron en el palacio nacional el pasado lunes 10 de junio y aunque todo fue sonrisas, abrazos y optimistas declaraciones, la lucha por el poder será una realidad. Más aún, así como los obregonistas tildaron de traidor a Calles y los callistas también le endilgaron ese calificativo a Cárdenas, tal vez los muy allegados al tabasqueño estigmaticen a Claudia Sheinbaum cuando se deslinde del hombre de Macuspana. Pero eso no es traición, eso es oxigenar, para bien, la vida política e institucional de México.   

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