En la Ruta de la Oposición

 

 ÁNGEL LARA PLATAS

 

El Partido Revolucionario Institucional fue fundado el 4 de marzo de 1928 bajo el nombre de Partido Nacional Revolucionario.

En 1946 cambia de nombre a Partido Revolucionario Institucional.

Desde sus inicios, el PRI contó con todo el respaldo del gobierno federal y los gobiernos estatales emanados de sus filas.

Por supuesto que el respaldo no era con sentido altruista. El PRI tenía que corresponder aceptando la opinión del presidente de la República o de los gobernadores de los Estados, en la selección de los candidatos a los diferentes cargos de elección popular.

Esta práctica se convirtió en una condición política que la militancia adoptó de buena manera. Cumplir con esta circunstancia era mostrarse como un priista disciplinado, y enlistado para recibir los premios políticos que otorga cualquier partido a sus cuadros destacados. Claro, el premio como podía llegar, podía no llegar; todo dependía del peso político del “padrino”.  

Con los años, la disciplina priista se transformó en una práctica política, que llegó a tener más peso que los méritos de los militantes para ocupar algún cargo. Sin lugar a dudas, se trató de una medida para contener las ansias políticas de los aspirantes.

Por conveniencia propia, el PRI fue tomando la forma de una dependencia más de gobierno cuyas tareas, principalmente en épocas electorales, las realizaban soterradamente los funcionarios federales o estatales, por encargo superior.

El PRI, seguro del apoyo gubernamental, descuidó tareas esenciales que son la fortaleza de todo partido político, como la capacitación política, la integración de las estructuras electorales y las actividades propias para incrementar el padrón de militantes.

Cuando el PRI deja de tener el apoyo gubernamental, se acrecienta el problema para conseguir voluntarios priistas que cuiden los votos en las casillas en los procesos electorales. Por lo tanto, el partido dejó de contar con información puntual de las incidencias de la jornada electoral; tampoco obtendría de forma inmediata y fidedigna la constancia de los resultados de casilla. Los representantes son los que interponen, en su caso, los escritos para asentar cualquier irregularidad.

Una de las fortalezas con que contaba el PRI era su capacidad de gestión. En correspondencia, los ciudadanos pagaban el favor con votos. En la medida que se fue burocratizando creció el descuido de esta práctica.

A partir de que se convirtió en una agencia de colocaciones de amigos y familiares, disminuyó la competitividad electoral. Era notorio el rosario de derrotas elección tras elección, particularmente en las más recientes.

En las pasadas elecciones del 2 de junio de este 2024, el PRI llega con fuertes problemas en su interior. Las escisiones trascienden a lo público. Los pleitos entre el presidente priista con otros miembros que exigían las condiciones para ser perfilados a cargos de elección popular, fue considerado por los votantes como un debilitamiento del partido tricolor.

Su cartera de simpatizantes y militantes se adelgazó ostensiblemente.

Durante la campaña presidencial, las dirigencias priistas no realizaron un trabajo electoral asertivo y entusiasta. Les ganó la modorra. Su tiempo era para “amarrar” las posiciones a las que aspiraban.  

Será muy difícil que el PRI se reposicione en el ánimo del electorado, intentando refundarse. No sería suficiente. Tendría que cambiar de nombre y permitir que lo dirigieran nuevos liderazgos. La gente ya no quiere ver las mismas caras ni las mismas siglas.

Hay que considerar que un porcentaje de los votos a favor de Morena fueron de castigo al PRI. Las siglas PRI ya no venden, hagan lo que hagan.

La nueva opción política que llegase a surgir, se fortalecerá en la medida que postule candidatos conocidos, apreciados por la gente, no por las dirigencias.

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