Jenny Erpenbeck. Kairós. Editorial Anagrama, Barcelona, 2024. 226 páginas.
DAVID MARKLIMO
El tiempo es un concepto rarísimo, extraño, complejo. Nadie nunca le gana, todo pone en perspectiva. Puedes percibirlo de forma lenta o, por el contrario, con una velocidad endiablada. Constantemente usamos expresiones tales como no pierdas tiempo, el tiempo no espera a nadie o la clásica el tiempo es oro. Aunque también usamos expresiones como: necesito un tiempo, es tiempo de casarse y tener un bebe, hay que respetar los tiempos (tan usado ahora en las campañas).
Al respecto, el físico Carlo Rovelli sostiene que concebimos el tiempo como algo sencillo, fundamental, que discurre de manera uniforme, indiferente a todo, desde el pasado hacia el futuro, medido por los relojes. En el curso del tiempo se suceden en orden los eventos del universo: pasados presentes, futuros. El pasado está fijado, el futuro abierto… Bien, pues todo esto es falso. Los griegos entendían esto de forma muy graciosa: el día a día, el paso de una estación a otra era Kronos. El dios padre, el que devora a sus hijos. Esa noción queda muy bien retratada: el que todo organiza más eficazmente, el que te tiene de esclavo y al que no puedes controlar. El tiempo se convierte en algo restrictivo y exigente. Por el contrario, la oportunidad, el instante en que todo cambia es Kairos, ese dios juguetón, con alas en los pies, al que tenías que atrapar por la larga cola de pelo que colgaba detrás de su cabeza calva.
Es esta dualidad a la que hace referencia la alemana Jenny Erpenbeck en su novela Kairós. Por decir algo de la historia, veremos a un escritor de la República Democrática de Alemania (RDA), Hans, en los cincuentas, casado, mientras le muestra a Katharina, joven estudiante de tipografía, la lucha entre dioses y gigantes en los frisos en el Museo de Pergamo de Berlín. Hablarán de mitología y quedará duda de que son amantes. La diferencia de edad es una característica de esta relación, cuando Hans da sus primeros pasos, Hitler es el dueño de Alemania. Katharina entonces ni existía ni figuraba. La historia sucede en 1986, en Berlín oriental. Todavía, aunque no por mucho tiempo, hay un muro. Llueve.
Y he aquí la gran cuestión: el tiempo en las relaciones no siempre es el mismo. Nunca más será como hoy, piensa Hans; así será ahora siempre, piensa Katharina. Erpenbeck modula una historia de amor dentro del Telón de Acero.
¿Se puede ser objetivo contando una historia de amor? Ya se lo preguntó Ingrid Bergman antes en Casablanca, pero no deja de ser relevante: ¿acaso importa el amor cuando el mundo se derrumba? Respondamos por partes. No se diría que ésta novela es una recreación nostálgica de la RDA, pero si se nos muestra que la vida se abre paso a través de las condiciones más adversas: no sólo es la cerrazón del sistema, también lo es lo que hoy llamamos una relación tóxica. Kronos destruye, reduce a escombros, lo que Kairós potenció.
La narración omnisciente nos lleva a un pasado, que entonces es presente perfecto, donde una voz externa parece mover los hilos. Nada se escapa a la narración, todo queda dentro de ella, como esas ciudades dentro de un cristal con agua y unicel. Es atroz lo que esa voz y ese paisaje nos dicen: poco importa la Historia, la voluntad del deseo es mayor que el destino manifiesto. Se nos traza una crónica repleta de aristas y matices sobre un momento crucial en el mundo contemporáneo, en el que una sociedad represiva pero también protectora se convierte en otra libre pero también agresivamente competitiva.
Por supuesto, lo personal es político, por usar la frase de Marta Lamas. En Kairós vemos dos amantes que parecen encarnar la realidad política de la Alemania del Este al final del comunismo. Pero también, si observamos bien, si somos capaces de leer entre líneas veremos que Katharina es una mujer que sí, es capaz de ver el engaño político de la RDA; pero le falta experiencia para darse cuenta de que a su corazón -de igual forma- lo están engañando con lo que llamaremos futuro.
Una novela compleja, hermosa y trágica, profundamente ambigua, de esas que se te quedan mucho tiempo después de terminada su lectura.
El libro ha sido galardonado con el Premio Booker, el más prestigioso de la lengua inglesa.