David Martínez
Muchos de los colegas que escriben en este espacio (y en otros), han optado por hacer explicito su apoyo a la candidata del Partido Acción Nacional, del Partido Revolucionario Institucional y del Partido de la Revolución Democrática (lo que se ha llamado Fuerza y Corazón por México), Xóchilt Gálvez.
Celebro su decisión en cuánto al derecho a expresarse y a vivir en un país libre. Me parece pertinente, y además un gesto de propia salud, copiarlos desde la otra perspectiva. A punto de concluir el periodo de campaña e iniciar la veda electoral, veo tres ventajas de Claudia en la presidencia de la República. No hay que ser ingenuos a este ruido en los medios, pedimos sólo un favor: olvídense de su odio hacia todo lo que sea Morena y Andrés Manuel. El futuro de México no debería basarse en intentar demostrar que tienes la nariz menos larga del barrio. Una elección presidencial es un asunto serio y es la oportunidad para intentar comprender qué exactamente nos están proponiendo más allá de filias y fobias.
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Una narrativa a pie de piso. Claudia suele escribir sus propios discursos, lo que da cuenta de que sus palabras combinan realismo y perspectiva crítica. No cae en el lugar común, aunque el tono no siempre ayude. Ella nos habla de la historia patria, de las luchas por un país más justo, más solidario. Apela a la reflexión libre pero no por eso es menos nutrida en las investigaciones y los datos que sustentan lo que dice. La dicotomía acción / discurso no es ajena. Habla desde la pasión de quien ha luchado por lo que ha creído justo, pero también desde su propia personalidad como académica. Es socrática, lo que significa que dispone, cuando hace falta, de la reflexión serena de quien sabe que tiene que conocer más y mejor para resolver los obstáculos que enfrenta. ¿Es congruente entre lo que dice y lo que hace? Los datos y la experiencia reciente dicen que sí. Si uno tiene la disposición de escuchar, verá que no le rehuye a los temas espinosos y es bastante capaz de rendir cuentas. Por tirarnos de cabeza hacia lo que le achacan: compareció pocos días después del derrumbe del Rebsamen y se desplazó hasta el mero sitio en el que la línea 12 se desplomó. Por dar un dato contrario: Peña Nieto nunca se paró en Atenco, Calderón jamás se disculpó con los padres del Tec de Monterrey y Fox todavía se pregunta por qué debe, él, dar explicaciones. Y en el centro de la narrativa está una gran verdad para ésta elección: se definen dos opciones de país. El PRIAN, con su experiencia desde arriba, presenta un gobierno que impone, controla y decide; Claudia habla de un gobierno que se dedica a crear condiciones para el bienstar, sin dejar a nadie atrás.
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Quiere ampliar la democracia. No es ningún secreto que vivimos una época donde la democracia está en crisis. Constantemente, nos citan los datos del Latinobarometro y de la Encuesta Nacional de de Culturas Políticas y Democracia. En la Ciencia Política, se ha hecho famoso el texto de Cómo mueren las democracias” de Levitsky y Ziblatt. Xóchilt y el PRIAN nos hablan de un concepto democrático que es precisamente el que llevo a la democracia a la crisis. No les gusta que se hable de ampliar la democracia, de que la participación de los ciudadanos sea cada vez mayor. Por contrario, les gusta hablar de los órganos autónomos, de los pesos y contrapesos y del Congreso como casa de la nación. Esos temas, desde una perspectiva puramente coyuntural, revisten un carácter estructural. La democracia que nos propone el PRIAN es un proceso predictivo que ordena la vida y las esperanzas de la población. Claudia nos habla desde otro lugar: una democracia que desagregue los obstáculos que la sustentan, que fomente las capacidades y el piso para que las desarrolles. Es decir, para ella, no podemos hablar de democracia cuando sus elementos encubren mecanismos que producen la desigualdad de la ciudadanía. Durante la campaña, el PRIAN no ha hecho nada por cambiar y aprender de las experiencias recientes. Es más, es justamente esa actitud lo que ha conducido a esas tendencias de oligarquización que tanto se les ha reclamado en el pasado. En este sentido no se nos debe pasar por alto la máxima de Max Weber: la verdadera democracia existe solo cuando los ricos y poderosos también aceptan las reglas del juego democrático. Quizá por eso, me gusta cuando Claudia nos pregunta: ¿debemos ir a una “democracia completa” que se nutra de la forma liberal pero la amplíe? Una respuesta positiva daría pauta a que los distintos procesos que anidan en la sociedad sean tomados en cuenta. Se dice fácil, pero si logras hacer eso, la gobernabilidad (para usar el término del PRIAN) está garantizada. Es, pues, el primer paso a la cultura de paz que tanto falta nos hace.
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La continuidad. El tono de la campaña de Claudia, y de sus propias ideas en los debates, es el de la continuidad, quizá por eso algunos utilizan la palabra aburrida para describirla. Por eso, también, esas diversas personalidades creen y sostienen que habrá un Maximato revisado. Pero al analizar la historia política reciente veremos justo lo contrario. Primeramente, la Historia nos muestra que no existen movimientos que sobrevivan a su líder. El obradorismo terminará en el momento en que Andrés Manuel pase la banda presidencial. ¿Puede ser raíz? Sin duda, pero no diríamos que un árbol se parece a su semilla. La continuidad, pues, es nacer de algo para convertirlo en otra cosa. Ese será el valor del obradorismo. Visto, así, la continuidad es una cualidad es profundamente novedosa en México. Carlos Salinas de Gortari representó una ruptura con el PRI; Zedillo entró de emergente y, luego de ganar, rompió con Salinas en tiempo récord. Fox era el candidato opositor en 2000; Calderón no era el delfín de Fox en 2006. Peña Nieto, en 2012, y López Obrador, en 2018, también triunfaron como opositores. Incluso, si hacemos caso a posturas más extremas en la izquierda, el famoso segundo piso no es más que encarar el reto de la geopolítica y acelerar el ritmo de crecimiento de la economía porque esa es la única forma de romper con los círculos viciosos de la pobreza, la desigualdad y la violencia. Pero la continuidad, incluso si la consideramos aburrida, ayuda a la estabilidad. Un país estable, decían los antiguos, es un país serio.
Quería compartir estas tres razones con los lectores con el objetivo de que en estos días de veda se reflexione no sólo en términos de preferencias (quién te cae mejor o peor) si no también en términos de los aspectos formales del gobierno y de la sociedad. La decisión, evidentemente, sólo puede ser de cada uno.