Impedir la Cuarta Transición, el Objetivo de la Militarización del Proceso Electoral

*Evidente Inestabilidad Política Presente en la Mayor Parte de la República Mexicana

*El Crimen Organizado y los Narcotraficantes, Actúan en 38% del Territorio Nacional

*Se Presentó la Renuncia de 17 mil Capacitadores y Ciudadanos Sorteados 

*Ellos se Encargarían de Llevar Adelante el día de la Elección las Mesas de las Casillas

*La Participación de las Fuerzas Castrenses Estará Dirigida a los “Puntos Rojos” ya Ubicados

*El Surgimiento de la Marea Rosa y el Poder de Convocatoria Alarmaron

*La Docena Trágica y la Historia Electoral Mexicana de los Últimos Sexenios

 

JESÚS MICHEL NARVÁEZ

 

Desde Palacio Nacional se afirma no advertir ninguna señal de “inestabilidad política” por el proceso electoral que culmina el 2 de junio con el depósito de los votos en 170 mil casillas instaladas en “todo” el país. Sin embargo, serán las primeras elecciones militarizadas. No hay registros de que las fuerzas armadas hayan participado en la vigilancia de comicios federales. 

El anuncio oficial surgió del INE después de una reunión entre la secretaria de Seguridad Ciudadana (federal) y en el papel responsable de la Guardia Nacional y la consejera presidenta del organismo electoral, Guadalupe Taddei Zavala: 200 mil elementos de la Defensa Nacional, acompañados de los de la GN, estarán al “pendiente” el domingo 2 de junio para mantener la paz y prevenir cualquier acción que genere violencia.

Sí ¡200 mil! Y aunque no se precisó cuántos serán militares y cuántos de la GN, su presencia obedece a la “inestabilidad” política que priva en el país y a las acciones del crimen organizado y narcotraficantes, que dominan ya el 38 por ciento del territorio nacional.

No es el único problema que enfrentan los comicios federales. También la renuncia de 17 mil capacitadores y ciudadanos sorteados para integrar las mesas de las casillas. Para resolver las ausencias, el INE anunció que se suplirán con “personal del servicio profesional de carrera” que no tiene la capacitación para realizar el trabajo que se les encomendará.

Se da por descontado que la militarización alcance para estar presente en todas las casillas. Según el anuncio oficial, la participación de las fuerzas castrenses estará dirigida a los “puntos rojos” que se tienen ubicados y en los cuales probablemente no se instalen casillas y, por tanto, no tendrán oportunidad de sufragar miles de ciudadanos.

El fondo de la militarización, negada desde Palacio Nacional por el titular del Poder Ejecutivo Federal, es claro: impedir la cuarta transición.

La primera se gestó en el año 2000 cuando el panista Vicente Fox ganó las elecciones y terminó con el “imperio del poder” que detentó el PRI durante 72 años. La segunda cuando el moribundo PRI regresó a la Presidencia de la República con Enrique Peña Nieto y la tercera con la victoria de Andrés Manuel López Obrador y su Movimiento de Regeneración Nacional al que se aliaron el PT y el PVEM.

¿Temor a la cuarta transición?

Todas las señales indica que sí. El surgimiento de la llamada Marea Rosa y el poder de convocatoria mostrado en las 4 concentraciones y la capacidad que rebasó y con mucho los 200 mil asistentes, además de otro tanto en diversas ciudades del país, pone en riesgo el proyecto de la cuarta transformación a tal grado que en los spots de la campaña encabeza por Claudia Sheinbaum se miente con la amenaza: “te quieren quitar los programas sociales”. La falsedad estriba en que cuatro de ellos están plasmados en la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos.

Otro elemento que refleja temor, es el constante golpeteo en contra de las oposiciones amalgamadas en el Frente Amplio por México, la insistente violación de las leyes que rigen el marco electoral, la promoción abierta del presidente López Obrador a sus “logros” en beneficio de los “pobres” y la exposición de sus obras oropelescas, cuando la norma permite solamente promover temas de seguridad, educación y protección civil.

Uno más es la llamada a los gobernadores de Morena para acudir a Palacio Nacional a fin de “discutir los avances del IMSS-Bienestar” y, de pasada, “revisar la estrategia para el día de las elecciones”.

LA DOCENA

TRÁGICA

Inesperado. Así fue el asesinato de Luis Donaldo Colosio Murrieta. Y con su muerte, los cimientos del partido de Estado, el PRI, comenzaron a resquebrajarse. Podría asegurarse que, en marzo de 1994, se inició el tejido real que llevó al país a la transición política y se rompió la cadena que sujetaba el poder omnímodo del gobierno federal que se trasladaba a las 31 entidades de México. Y acabó, también, la regencia del Distrito Federal. Para el año 2000 se consumó el cierre del ciclo tricolor y apareció el adversario natural desde su fundación. El candidato del PAN sería el primer presidente no priísta que habitara en Los Pinos, residencia oficial desde 1934.

Al conocerse el resultado, reconocido por Ernesto Zedillo antes de que el Instituto Federal Electoral (IFE), con José Woldenberg como consejero presidente lo hiciera, la llamada clase política gobernante hasta entonces, se cimbró. Los priístas culparon al presidente de emergencia, de haber hecho realidad la “sana distancia” lo que representó que el Jefe del Estado Mexicano ya no era el “primer priísta” del que se recibían las órdenes para avalar reformas constitucionales, leyes secundarias, candidaturas a gobernadores, senadores, diputados, presidentes municipales.

Una clase política que quedó huérfana y sin el guía que “iluminara” su camino.

El triunfo de Vicente Fox el domingo 2 de julio de 2000, preludió “inestabilidad política” y miles de ciudadanos temían mirar el lunes 3 las tanquetas circulando por Reforma, Juárez y resguardando el Palacio Nacional. Sin embargo, con un bono democrático -desperdiciado en los dos primeros años de gobierno-, el guanajuatense rindió protesta frente a una mayoría de congresistas opositores -los priístas derrotados- y osó agradecer a Dios su victoria. Una ceremonia en la que los reclamos y los golpes estuvieron presentes. 

“El presidente propone y el Congreso dispone”. Reconoció Fox mientras las voces de los 354 congresistas de la oposición le gritaban: ¡Así es y así será!

La transición se consumó y la paz social no se quebró.

El gobierno de Fox tuvo tres aciertos: la construcción masiva de vivienda, la Ley de Transparencia y el Seguro Popular. El mayor desacierto: “comes y te vas” dirigido a Fidel Castro, quien se fue y no comió y tensó la relación con México.

El resto de su mandato se desarrollo con traspiés al no contar con la mayoría en el Congreso de la Unión y haber formado un gabinete con personas que en su mayoría fueron ubicadas por “cazatalentos” y carentes de experiencia política. 

HAIGA SIDO 

COMO HAI SIDO

Las elecciones de 2006 podrían calificarse, hasta ahora, como las más turbulentas sin omitir las de 1988. El relevo del panista por otro panista cuyo contrincante más representativo fue Andrés Manuel López Obrador, provocó una reacción en cadena que obligó al IFE a conceder el conteo de “voto, por voto, casilla por casilla” y concluir que Calderón ganó por una diferencia 250 mil 186 votos que representó 0.56%.

Aquel año, el 2006, generó tensiones hasta ese momento no contempladas. Andrés Manuel López Obrador no reconoció el triunfo, tomó las calles y durante 46 años invadió el Zócalo, Juárez, 5 de Mayo, Madero, Reforma hasta la Diana. El 20 de noviembre se declaró “presidente legítimo” y comenzó el movimiento que lo encumbró. Sin embargo, el Tribunal Federal Electoral (TRIFE) entregó la constancia que reconocía a Felipe Calderón como presidente electo.

La ira se apoderó del derrotado y acuñó la frase: “Al diablo con sus instituciones”. 

Ante el Congreso de la Unión, los perredistas intentaron impedir el protocolario acto que convierte al electo en Presidente Constitucional. Un PRI desgastado, con solamente 109 diputados federales, cobijó a Calderón y sus líderes en el Senado y la Cámara de Diputados lo condujeron por la puerta trasera, conocida como Paso de Banderas. En el salón, entre tanto, senadores y diputados del PAN y del PRD se liaban a golpes, se aventaban curules, se correteaban hasta que la protesta se hizo realidad y por donde el electo entró salió el constitucional.

Un gobierno que declaró la guerra al narcotráfico y que incrementó notablemente la presencia del Ejército y la Marina en las zonas controladas por los cárteles criminales. En su tierra, Michoacán, dio el banderazo para que las fuerzas castrenses persiguieran, detuvieran a enfrentaran con armas de pesado calibre a los criminales.

Una guerra que aún prevalece y con un avance de los adversarios del Estado Mexicano gracias a la política del gobierno actual.

MI COMPROMISO

ES CONTIGO: EPN

Durante la docena trágica, el PRI no terminó por ser sepultado. Un gobernador joven, de quien se afirma fue “construido por la televisión y la prensa”, saltó de una diputación local en el Estado de México y se convirtió en el gobernador de la entidad.

Peña Nieto terminó su mandato como gobernador el 15 de septiembre de 2011 y se lanzó en pos de la candidatura presidencial. Estaba cantado, desde su tercer año al frente del Estado de México, que sería la figura, la nueva figura con la que el PRI regresaría a la Presidencia.

Era la segunda transición. Del PRI al PAN y del PAN al PRI.

Su triunfo, holgado, aunque no lo esperado, permitió una toma de protesta sin mayores tensiones.

En su gobierno gestó una nueva generación de políticos que fueron impulsados para convertirse en gobernadores de diversas entidades. El “nuevo rostro del PRI” se desfiguró. Los cirujanos plásticos no logrados recomponerlo y cuando menos tres de ellos terminaron en la cárcel.

Peña se presentó con un slogan fuera de lo común. No respondía al Arriba y Delante de Luis Echeverría; tampoco a la Solución Somos Todos de José López Portillo o al de Miguel de la Madrid quien comenzó la lucha contra la corrupción. Su slogan: “Por la renovación moral de la sociedad”.

No, Peña lanzó: “Mi compromiso es contigo…” y caló hondo, sobre todo en la juventud a la que, de manera clara, representaba. En su campaña vivió la más sonada acción de rechazo al asistir a la Universidad Iberoamericana en donde se constituyo #Yo soy 132, que lo aplastó e inclusive lo hizo salir de la institución apresuradamente y rodeado por elementos de seguridad.

El PRI estaba de regreso y su primer priísta y su dirigencia, estimaban que “gobernarían por décadas”.

Sin embargo, la lucha por el poder, la interna, la del gabinete y en la que participaban abiertamente Miguel Ángel Osorio Chong, secretario de Gobernación y Luis Videgaray Caso, de Hacienda y a la que se unió Aurelio Nuño Mayer, orilló a una decisión poco ortodoxa: nominar a José Antonio Meade, cuya experiencia se sustentaba en haber sido secretario de Estado en 4 dependencias y jamás tuvo un cargo de representación popular.

La nominación terminó con las ambiciones de los tres que afanosamente buscaban ser los sucesores.

La historia se conoce y bien.

LA ÚLTIMA 

Y ME VOY

La “guerra” de 2018 estaba declarada. Tres con posibilidades y uno como observador. 

Entre Andrés Manuel López Obrador -la tercera es la vencida, decía-, y Ricardo Anaya, el joven “maravilla” que encontró en Peña Nieto el promotor que lo sacó de los sótanos de la política hasta encumbrarlo, José Antonio Meade y Jaime Rodríguez, El Bronco, el único candidato independiente que ha ganado una gubernatura -Nuevo León- se desató una serie de batallas que, por regla general, ganó el actual presidente de México.

Con su slogan “por el bien de todos, primero los pobres”, encontró terreno fértil para sembrar y después cosechar. La corrupción en el gobierno de Peña, sumó adeptos al tabasqueño y el resultado final: se convirtió en el candidato más en la historia de México con 30 millones 113 mil sufragios.

El ganador, bajo las reglas electorales actuales y que busca modificarlas para tener bajo su control absoluto las instituciones hasta ahora autónomas, protestó ante el Congreso de la Unión y en su discurso agradeció a Peña no haber metido las manos en el proceso.

Anaya se exilió a Estados Unidos y Peña en España.

LA TERCERA

TRANSICIÓN

A diferencia de Peña Nieto, el presidente López Obrador tiene metidas las manos hasta los codos en el proceso electoral cuya culminación espera se convierta en un pasaporte para gobernar otros seis años por interpósita persona.

Desde hace tres años inició el proceso sucesorio al destapar a sus “corcholatas” y a quienes les brindó oxígeno para que corrieran el maratón que, al cruzar la meta, se conviertan en Presidente de México.

Todo pintaba “requetebíén” y más cuando su discípula, Claudia Sheinbaum “ganó” la encuesta y obtuvo el bastón de mando al convertirse en la coordinadora nacional de los comités de defensa de la cuarta transformación. Los otros tres participantes en la carrera: Marcelo Ebrard, Adán Augusto López y Ricardo Monreal, se inconformaron y, sin embargo, se disciplinaron y terminaron por formar parte del equipo de campaña de la exgobernadora de la Ciudad de México.

De pronto apareció el huracán Xóchitl y el río inició a perder el cauce. 

Cuando faltan 5 días para que millones de ciudadanos acudan a las urnas y elijan presidenta -no hay duda, será una mujer, la primera que se cruce la banda presidencial-, a los 628 integrantes al Congreso de la Unión, 9 nuevos gobernadores, más de mil legisladores locales y otro tanto de presidentes municipales, ha brotado la inquietud en Palacio Nacional por el temor de que se registre la “tercera transición”.

Se decía que el arrollador triunfo de López Obrador tuvo en el hartazgo su mayor aliado.

Hoy la historia se repite con un agregado inesperado: la militarización de las elecciones.

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