El Arte Frente al Terror

Salman Rushdie. Cuchillo. Meditaciones tras un intento de asesinato. Editorial Penguin Random House, Barcelona, 208 páginas, 2024

 

DAVID MARKLIMO

 

Todo mundo conoce el caso, pero vale la pena recordarlo. En 1988, Salman Rushdie, escritor de origen indio, ganador del Booker por Los hijos de la medianoche, publicó Los versos satánicos, donde uno de los personajes tenía cierto parecido al profeta Mahoma y dos prostitutas llevaban el nombre de las esposas del profeta. La indignación creció en el mundo árabe. Un año después de su publicación, el ayatolá Jomeini, en aquel momento líder supremo de Irán, emitió una fatwa -una orden sagrada- en la que pedía matar al novelista y prometía recompensar a su asesino con US$3 millones.

A partir de ahí, se desató el infierno: se multiplicaron las amenazas de muerte contra Rushdie, que tuvo que vivir escondido por más de diez años, y el gobierno británico puso al autor bajo protección policial. La experiencia de semejante hecho quedó plasmada en el libro autobiográfico Joseph Anton, donde daba cuenta de su vida en el anonimato.

En ese libro, al final, daba cuenta de cómo él creía que la situación se había relajado y que sería posible retomar una vida más abierta, cercana a la normalidad. Sin embargo, en 2016 el gobierno iraní retomó la fatwa y ofreció US$600.000 adicionales a quien lograra acabar con su vida. Seis años pasaron hasta el 12 de agosto de 2022, día que ya es macabro porque la libertad de expresión sufrió un gran shock.

Rushdie iba a dar una conferencia en el condado de Chautauqua, una localidad al oeste del Estado de Nueva York, en los Estados Unidos, país en el que reside desde el año 2000. Poco antes de que comenzara la conferencia, en el momento en que estaba siendo presentado, un hombre llamado Hadi Matar se abalanzó sobre él y le apuñaló en el cuello: quedó en condición crítica, conectado a un respirador, luchando por su vida. Resultado del ataque, Rushdie perdió el ojo derecho y la movilidad de la mano izquierda. 

Semejante incidente es el que se da pie al libro Cuchillo, meditaciones ante un intento de asesinato. No cabe duda de que es posible definir este libro con una palabra: valentía. Hay que ser muy valiente para analizar lo sucedido, para contarlo y mostrárselo al mundo. Cabe decir que, humanamente, no hay muchas críticas posibles. Aquello que se siente frente al terror, la vulnerabilidad extrema que nos deja, el miedo a cómo la locura del mundo nos afecta día a día. Por supuesto, están las secuelas físicas y mentales a las que hay que hacerles frente si uno quiere seguir con vida. Para definir la valentía, valga una imagen, dado que a Rushdie le gusta la pintura: el cuadro de Rubens en donde San Jorge mata al dragón. Pero sobre la imagen está el humor, una forma superlativa de inteligencia. Basta ver cómo se refiere Rushdie a su agresor. Siendo que se nos narra una tragedia, no diríamos que estamos ante un texto trágico.

Aquí aparece, entonces, la voz del texto. Rusdhie lo explica fácil: “si alguien te apuñala con un cuchillo, es una historia en primera persona”. Es lo mismo que sintió en los años inmediatamente posteriores a la fetwa y que llevó al libro Joseph Anton. Es así que esta voz enfrenta el terror con el arte. La parte más literaria, si es que eso es posible en un texto como este, sería aquel que nos habla de premoniciones, de sueños. En los días anteriores al atentado, Rushdie soñará con un hombre armado con una lanza, una especie de Quijote -otro de sus últimos textos- o un fiero gladiador romano, que lo ataca frente a un público deseoso de sangre. 

Salman Rushdie rechaza la posibilidad de convertirse en un mártir. Su libro es una especie de diario sobre la transformación interior experimentada por el superviviente de un cruel atentado y tiene la paradoja de que el cuchillo que lo hirió, al racionalizarlo, se transformará en el instrumento que lo liberará.  También es una herramienta que le permite visualizar que es imposible volver al estado anterior al ataque pero que, a través del arte, se puede rebajar la angustia y la frustración. Se aprende a convivir con ello, pero eso no significa que la experiencia no haya dejado un profundo surco en la memoria. Pasar página es imposible y para plasmar esa impresión es que uno recurre a la literatura.

Por cierto, uno se pregunta si Rushdie lamenta haber escrito Los versos satánicos. La respuesta es un rotundo no. Jamás se le ha pasado por la cabeza pedir perdón. Sería una forma de claudicar ante el terror. Y el arte no puede esconderse ni lamentarse. Uno no se disculpa de ser humano ni de pensar distinto a los demás: la imaginación es siempre el mejor dique contra la barbarie.

 

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