Las Guerreras del Periodismo
*Me hice periodista por accidente, pero amo el periodismo por convicción
Por Edmundo Cázarez C
Foto Adrián Ponce
Primera de tres partes
A Nidia Marín, casi nadie la reconoce como una extraordinaria periodista perteneciente a la llamada “vieja guardia”, mucho menos, se sabe que fue ella quien abrió la brecha para que otras mujeres incursionaran en la prensa escrita. Sentada en una cómoda silla de su impresionante sala/galería, prácticamente inundada por infinidad de objetos, estatuillas, cuadros y fotografías, pero, sobre todo, miles de recuerdos y anécdotas que dan mudo testimonio de su inquebrantable quehacer periodístico. En la intimidad de su hogar, ubicado al sur de la Ciudad de México, me recibe para contarme interesantes historias que le ha tocado vivir a lo largo de su destacada trayectoria periodística, curiosamente, muy a pesar de su oficio, sin caer en la descortesía o tal vez, como si le diera vergüenza, se disculpa ser punto de referencia de la cámara de mi nieto Adrián, pues afirma que sus mejores años quedaron atrás, además, cree que las fotografías ya no le favorecen ni tantito, por lo cual, a manera de justificación opta por tararear en voz baja la melodía… “Cómo han pasado los años…”
Al retomar la saga “Las Guerreras del Periodismo”, en esta, mi nueva casa laboral MISIÓN POLÍTICA, es mi deseo, estimado lector, rendir un humilde reconocimiento a cada una de esas ejemplares e intrépidas mujeres que se esfuerzan por desempeñar brillantemente su cotidiana actividad periodística. Además, si en este 2024 habremos de contar con la primera mujer mexicana que ocupe la silla presidencial, no encuentro la razón por la que no deba realizar este merecido homenaje a estas gloriosas periodistas, quienes a través de sus trabajos en la prensa escrita, radiofónica, televisiva o en portales digitales, contribuyen a escribir, día con día, la historia de este gran país llamado MÉXICO
Dueña de una privilegiada memoria, a lo mero macho, resulta un verdadero agasajo poder platicar con Nidia Marín, una mujer sencillamente extraordinaria, quien recuerda con absoluta nostalgia, los años infantiles vividos en su natal Ciudad Hidalgo, Michoacán, pero sin perder de vista que su ardua actividad periodística, de manera profesional, la comenzó allá por 1963, año en que fue cobardemente asesinado el presidente de los Estados Unidos John F. Kennedy -acota- “¡Uff!!, ya son muchísimos años los que llevo dentro del periodismo. La verdad, me hice periodista por accidente, pero amo el periodismo por convicción y aunque ya no estoy de planta dentro de algún periódico, estación de radio o televisora, lo hago de manera independiente”, señala jocosamente.
Con sobrada emoción, narra cómo fue que se convirtió en reportera por accidente… ¡y siendo una niña, junto al entonces presidente de la República el general Lázaro Cárdenas!!, a lo que agrega: “Me hice periodista por accidente, pero amo el periodismo por convicción”
Una férrea defensora de los derechos de la mujer, sostiene que anteriormente, hasta en la firma de textos en los periódicos relegaban a la mujer, de esta manera, con mucho orgullo comparte que fue la única periodista mexicana que dio seguimiento a los hechos violentos del 2 de octubre en Tlatelolco. “Yo si estuve ahí, mi vida estuvo en peligro. Las balas disparadas por los soldados en contra de los estudiantes en la Plaza de las Tres Cultura, pasaban a unos cuantos centímetros de mi cabeza y de mi cuerpo… ¡fue algo totalmente terrible!! Con lágrimas en los ojos, me cuenta que a la entonces joven reportera del periódico “El Universal Gráfico”, la orden recibida para “cubrir” el movimiento estudiantil del 68, le llegó de sorpresa, así es que no le quedó otra que sortearla por dos flancos, es decir, en primer lugar, por su condición de ser la primera mujer periodista que le tocaba cubrir hechos tan violentos para un periódico de circulación nacional, y por la otra parte, recorrer las calles de la Ciudad de México y empaparse del sentir de la gente.
– ¿Cómo te va en la vida?
-Pues mira, a estas alturas de la vida, empecé como reportera en 1963… ¡Uff!!, ya son muchísimos años dentro del periodismo…
-A lo mero macho, ¿Ya te cansaste?
-Aunque ya no estoy trabajando de planta dentro de un periódico, una estación de radio o un canal de televisión, lo hago de manera independientemente.
– ¿El género periodístico debe ser exclusivo de medios impresos o electrónicos?
– ¡No!!, claro que no, también incursioné dentro de la radio y televisión…
– ¿En dónde empezaste?
-En El Universal, todo se debió a que, en mi natal Ciudad Hidalgo, Michoacán, mi papá, todos los días, compraba ese diario, y aunque todavía era muy chica de edad, me encantaba ponerme a leerlo…
– ¿Qué recuerdos guardas de esa etapa infantil?
-Mi etapa infantil transcurrió en Ciudad Hidalgo, Michoacán. Solamente tuve una hermana. Por cierto, tengo muy gratos recuerdos que me gustaba muchísimo la música que escuchaban mis padres.
-Tus padres, ¿a qué se dedicaban?
-Mi padre era un español que se había refugiado en México, quien abandonó a mi mamá y se largó. Así es que soy producto de una mezcla entre un español y una mujer mexicana.
– ¿Cómo era tu mamá?
– ¡Uff!!, que te digo… Era una mujer brillante, pero muy brillante, quien se dedicaba únicamente a las labores del hogar, porque mi abuelo materno era abogado, y en ese entonces, Ciudad Hidalgo era un pueblo mucho muy pequeño…
-Un abogado destacado dentro de un pueblito…
-Pues sí, aunque le pagaban sus servicios con gallinas y con chocolate de metate que producían las mujeres de Ciudad Hidalgo. Me contaban que había una señora de nombre Luisa, que después que mi abuelo había logrado sacar de la cárcel a su hijo, para pagarle sus servicios, iba cada semana a moler cacao y elaborar chocolate en mi casa.
– ¡Qué delicia!! ¿Te llamaba la atención la repostería?
– ¡Para nada!!, lo único que me apasionaba, era practicar el básquetbol y voleibol, tan era así, que me encargue de formar los primeros equipos de esos deportes en mi pueblo natal.
– ¿Eras una niña destacada en la escuela o de plano “medio burrita”?
-No era una niña “genio”, pero sí, algo lista o abusada. Una cosa era ser aplicada, y la otra, ser “lista”
– ¿A cuál Nidia de las dos, preferías?
-Me encantaba ser lista porque me divertía muchísimo…
– ¿Eras la consentida de tus maestros?
-Como estudiaba en un colegio de monjas, había una madre superiora que materialmente me adoraba… Era la escuela guadalupana de las monjas… ¡Así se llamaba, tal cual!!
– ¿Tu mamá quería que fueras monja?
– ¡Edmundo!! ¿cómo lo sabes?… ¡me sorprendes!! Mi mamá quería que fuera igual que mi madrina “Lulú”, es decir, que supiera tocar el piano. Total, me llevan a las clases de piano, pero nada más llegué hasta la página número 20 del curso Mayer, porque me pellizcaban durísimo cuando no tocaba bien el piano.
– ¿Tampoco te gustaba la música?
-Si me gustaba, pero no la sabia tocar y como que no me interesaba mucho, se me hacían muy aburridas las clases de piano…
– ¿…Qué es lo que sí te gustaba?
-Me atraía mucho más jugar futbol con mis primos varones, curiosamente, en la escuela jugaba softbol con las monjas. Fíjate que cuando cursaba el quinto de primaria, como que se me dificultaban un poco las cosas…
– ¿Por qué?
-Porque, así de pronto, dejé de ser niña y me estaba convirtiendo en una adolescente. Como que me atraían otras cosas que el grueso de mis compañeritas…
– ¿Como qué?
-Me fascinaba -jugando-, enfrentarme a los varones junto con mi gran amiga Lola. ¡Las otras niñas no hacían eso!!…
– ¿Las calificaban de “marimachas”?
-Tanto Lola, mi gran amiga, como a mí, nos fascinaba andar en bicicleta, y lo que dijeran de nosotras, nos importaba un bledo. Cuando mi mamá se enteró que en la escuela nos calificaban de “marimachas…” ¡no sabes, puso el grito en el cielo!!
– ¿Tenias bicicleta en tu casa?
-No, sino que guardaba lo que me daban de domingo y con eso me alcanzaba para rentarla…
– ¿Cuánto te daban de domingo?
-Un pesito, ah, pero de aquellos “pesitos” que valían mucho.
– ¿Las tareas te las hacia tu mamá?
– ¡No hombre!!, ni loca que me fuera hacer la tarea. No había quien me las hiciera, además, esa era mi obligación. En mi casa solamente vivíamos mi abuelito, mi mamá, mi hermanita que era una bebé y yo… No, no, no. Me esforzaba mucho por cumplir con mis tareas. Quiero contarte algo que jamás se me va olvidar…
– ¿Qué sucedió?
-En esa fase de mi preadolescencia, fue cuando se presentó aquella etapa que denominaron como “del agua envenenada” en Ciudad Hidalgo. Me acuerdo que cuando tenía 13 años de edad, estando en segundo de secundaria, justo cuando terminó la revolución cubana.
– ¿En la secundaria ya era mixta y podías convivir con chicos?
– ¡Sí!!, ahí fue cuando me empezaron a llamar la atención uno que otro chamaco y jugaba contra ellos básquetbol.
– ¿Cuál fue ese niño que te atrapó?
-Fíjate que no, al contrario, hacía todo lo posible porque fuera yo, quien les gustara a ellos y hacerme del rogar, sabía que se les caía la “baba”, me veían con ojos libidinosos… ¡y eso, me encantaba!!, ja, ja, ja.
– ¿Ya pensabas ser periodista?
-De alguna manera sí…
– ¿Por qué…?
-Todo se dio por lo del “agua envenenada” en Ciudad Hidalgo. Con el triunfo de Fidel Castro en Cuba, muchos de los chicos que eran de Ciudad Hidalgo, estaban estudiando en la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, en Morelia, llegaron y demandaron al cacique Aquiles de la Peña, quien estaba casado con mi tía Jovita Marín, pero ella odiaba a mi abuelo porque era un abogado muy reconocido, además, contaba con sicarios que habían asesinado como a cuarenta personas…
– ¿…Pero que sucedió con los estudiantes de la UMSNH…?
-Bueno, estos muchachos estudiantes empezaron acusar al cacique Aquiles de la Peña, haber sido el autor de envenenar el agua potable de Ciudad Hidalgo, así es que fueron presentando los casos, uno a uno, de las personas envenenadas y lograron enardecer a la población, que armados de bidones de gasolina, fueron y la arrojaron a la casa del cacique… ¡y le prendieron fuego!!
– ¿Tu tía Jovita falleció ahí?
-No, afortunadamente no, sino que junto con otras tías que ahí estaban, las alcanzaron a sacar…
– ¿Tú, en dónde estabas en ese momento?
-Creo que iba saliendo de clases de la secundaria, junto con otras primas pero se nos ocurrió ir a una paletería que estaba ubicada casi enfrente de la casa de mi tía Jovita, por cierto, en la parte de arriba de la paletería, nos dimos cuenta que había unos francotiradores y cuando nos vieron en la planta baja nos comenzaron a gritar… ¡Escuinclas babosas, se largan de aquí inmediatamente o se las va a cargar el payaso!!
– ¿Qué hiciste…?
-…De milagro no me hice “pipí”, porque estaba mucho muy asustada, Creo que lo único que hice fue agacharme y hasta recogí una bala de máuser que estaba tirada en el piso… ¡y todavía la tengo!! Sin pensarlo más, nos fuimos corriendo para nuestras casas. Creo que alcanzamos a ver que salía el cacique de su casa disparándole a un pobre arriero que pasaba por ahí con sus burritos… ¡y lo mató!! Todo era confusión entre la balacera…
– ¿Mataron al cacique?
-Sí, pero quien lo mató, fue su propio hijo de manera accidental, le disparó en la cabeza cuando iba detrás de él. El caso es que, después de todo eso, comienzan las investigaciones, detienen a muchas personas y se las llevan presas a la penitenciaría de Morelia.
-Vaya conflicto…
-Pero déjame decirte quien fue que llegó hasta ahí…
– ¿Quién?
-El General Lázaro Cárdenas…
– ¡No inventes!!…
-Claro que sí y hasta te enseño la foto… Bueno, te contaba que llegó el general Cárdenas y me citan para que fuera a declarar, de inmediato, mi mamá les hace ver que yo era menor de edad. Me acuerdo perfectamente que vi al general Cárdenas cuando se acercó al pozo del agua y bebe sin ningún problema, para decirle a toda la población que el veneno ya se había extinguido por todas las tuberías.
– ¿Pero ¿qué sucedió con los presos políticos que se habían llevo al penal de Morelia?
-Nombraron una comisión especial…
– ¿Tuviste algún contacto con el general Cárdenas?
-De manera súbita, mi entrevistada se levanta de la silla en donde estaba sentada, me toma del brazo y pide que la acompañe a una pequeña biblioteca para enseñarme la fotografía en donde aparece junto al general Lázaro Cárdenas- “Mira, aquí está el general Cárdenas junto a mi mamá, y la niña a la que el general Cárdenas le acaricia su cabeza… ¡soy yo!! Todas las personas que están detrás del general, era parte del grupo que fueron a Morelia a defender a los presos políticos…
-Esa foto vale oro…
-La atesoro con especial cuidado. Déjame decirte que ese hecho, quizás, fue mi primera reseña periodística…
– ¿Por qué, si eras casi una niña?
-A partir de ahí, fue como me nació mi ambición y pasión por el periodismo…
– ¿Periodista por accidente?
-Podríamos decir que sí, hasta en la secundaria me pidieron que escribiera un relato de todo lo que había vivido junto al general Cárdenas, para mí… ¡Era mi primer gran reportaje!! Quizás, soy periodista por accidente, pero amo al periodismo por convicción.
-Insisto, ¿Por qué te hiciste periodista?
-Después de todo el “chismarajo” y habiendo estado junto al general Cárdenas, no me quedaba duda alguna que quería ser periodista. Ese fue mi “gran estreno” como periodista. Me acuerdo que a mi mamá le entregué mi crónica de todo lo que había relatado.
– ¿Una pequeña reportera que no medía el peligro en medio de una balacera?
-Mis primas me dejaron abandonada en el lugar, así es que no me quedó de otra que guarecerme en el portal del palacio municipal. Por cierto, también narré, cómo había sido que una mujer había agarrado una enorme piedra y se la dejó caer en la cabeza a un tipo que había asesinado como a 40 personas y quien se desempeñaba como esbirro del cacique Aquiles de la Peña.
¿Cuándo eso sucedió, portabas tu uniforme de la secundaria?
– ¡No!!, en ese entonces, todavía no se usaban uniformes en las escuelas. Me acuerdo que traía un vestidito color amarillo, todo salpicado de sangre que me cayó cuando me fui corriendo de la paletería y tratar de protegerme en el portal del palacio municipal. El caso es que, después de lo sucedido, mi mamá toda espantada, me ordena que me metiera de inmediato a bañar y me quitara ese vestido lleno de sangre
– ¿Y después de la secundaria?
-Cuando termino la secundaria, ingresé a la preparatoria…
– ¿Pero ¿cuál era tu meta de seguir estudiando?
-A ciencia cierta, no sabía…
– ¿Ambicionabas ser maestra?
-No, fíjate que no, sino que me llamaba la atención ser abogada como mi abuelo. Cuando me vengo a la Ciudad de México para estudiar la prepa, llegué a la casa de mis tres tíos, unos solterones que vivían en la calle de la Soledad, atrás de Palacio Nacional, en donde tenían una tiendita que se llamaba La Eréndira.
– ¿Cómo sentiste ese cambio de provincia a la capital del país?
-En 1958, empiezo a estudiar la preparatoria con las monjas de Cristo Jesús, que estaba dentro de las instalaciones, de lo que hoy ocupa Universidad Motolinía de la Colonia Del Valle.
– ¿Te dolió dejar el seno familiar y emigrar a la Ciudad de México?
– ¡Claro!!, sobre todo, porque allá, en mis ratos libres me dedicaba a montar caballos. Mira mi querido Edmundo, mi padrino Luis y mi madrina Victoria, tenían un hermoso rancho que se llamaba “Las Pilas”, que abarcaba desde la punta de un monte hasta la punta del otro monte, no obstante que lo cruzaba una carretera. Ahí era donde pasaba horas y horas montando a caballo.
– ¿Andabas completamente sola en esa enorme llanura?
– ¡Válgame Dios, no hombre!!, iba acompañada por Everardo, el más chico de sus hijos, que actualmente es un muy destacado ingeniero. Me acuerdo que lo trepaba conmigo en el caballo, lo acomodaba en la silla para que no se me fuera a caer, pero también, me fascinaba montar “a pelo”, sin usar la silla de montar y galopaba a todo lo que daba el caballo.
– ¿Era como tu hermanito?
– ¡Ándale!!, además que estaba muy güerito. Me encantaba escucharlo reír, se sentía feliz conmigo mientras que mi madrina la observaba toda angustiada, con el Jesús en la boca y esperando que nos fuéramos a hacer del caballo…
-Bueno, dice el refrán: “No es jinete quien no se cae del caballo…”
-Pues en mi caso, eso no sucedió porque jamás me caí del caballo. Cuando me cansaba de galopar, me sentaba a descansar debajo de un frondoso árbol y me ponía a contemplar el paisaje y las nubes.
-Vaya, que poético…
-También me daba por escribir poemas, de vez en cuando…
– ¿…En serio?
– ¡Por supuesto que sí!!
– ¿De qué hablaban esos poemas? ¿a quién se los dedicabas?
-Había de todo, por ejemplo, cuando estaba en la universidad, escribí varios poemas que se publicaron en la revista “Cuadernos del Viento”, que editaba la UNAM.
-Ya traías el periodismo en las venas…
-Pues desde aquella experiencia de haber estado junto al general Lázaro Cárdenas, en la prepa, como que se definió mi vocación por el periodismo.
– ¿En tu casa qué te decían?
-Que, si me iba a decidir por estudiar periodismo, que, a fuerzas, tenía que entrar a la Universidad Femenina de México… ¡y que me les pongo al brinco!! Les dije que estaba harta de estar estudiando rodeada solamente por mujeres, que quería estar junto a compañeros varones.
– ¿Aceptaron tu postura?
-No sé si fue con el “Jesús en la boca”, pero sí, con una serie de amenazas, me llevaron a la UNAM, hice el examen de admisión en la Facultad de Filosofía y Letras, pero no en la Facultad de Ciencias Políticas, que era en donde empezaba a funcionar, más o menos, la carrera de periodismo. Total, me fui a la Facultad de Letras porque la condición que establecieron mi familia, era donde hubiera, mujeres ahí, que así, sí me iban a dejar.
– ¿Era un volado, estudiar lo que fuera?
-No sabía si decidirme por la carrera de sicología, así es que no me quedó de otra que quedarme en sicología solamente unos cuantos meses y junto con mi amiga Bety, una chica muy guapa que se casó con un gringo multimillonario Shelby, creo que, desde entonces, vive en los Estados Unidos, ya no volví a verla.
– ¿Te sentías completamente apta para estudiar sicología?
-Según el examen de aptitudes que me practicaron, resulté apta como para estudiar 15 carreras, mientras que mi amiga Bety, no daba para una sola, creo que se metió a la Facultad de Letras, pero un día de esos, se me ocurre ir a buscar a Bety a su facultad, en eso, escucho declamar a los maestros…
– ¿Quiénes eran esos maestros?
-Pues todos los españoles que habían llegado a México, luego de todo lo acontecido con Francisco Franco y estaban refugiados en la Facultad de Filosofía y Letras, específicamente, en el área de letras españolas. Me emocioné tanto, que ni tarde ni perezosa, voy y pido mi cambio de carrera.
– ¿Y cómo te fue con el cambio?
-Me acuerdo de un excelente maestro, Amancio Bolaños Islas, quien me quería mucho.
– ¿Cómo te ganaste su aprecio?
-Pues como soy originaria de Michoacán, resulta que también adoraba Michoacán, y aún más, por el tema de Los Niños Cantores de Morelia. -Totalmente entusiasmada en la conversación, le da un buen sorbo a una deliciosa y aromática taza de café de Los Altos de Chiapas, como por arte de magia, tal parece que se le refresca al máximo su privilegiada memoria- “Bueno, te contaba que este maestro Bolaños Islas, en lugar de llamarme por mi nombre, me decía “Morelia” cuando ingresaba al salón y delante de todos mis compañeros expresaba: ¡Adelante “Morelia”… ¡tú puedes pasar por donde quieras!!
– ¿Y tus compañeros no se enojaban contigo?
-No, para nada, quizás, se hacían conjeturas que el profesor quería “pegar su chicle” conmigo.
– ¿Estando en la UNAM, ya tenías novio?
-No, todavía no. Había uno que otro pretendiente, pero la verdad, estaba mucho muy concentrada con el cambio de mi carrera y de Facultad, Además, era una provinciana recién “desempacada” en la Ciudad de México, mis grandes amigos se habían quedado en Ciudad Hidalgo, Michoacán.
– ¿El cambio de carrera, te había caído como anillo al dedo?
-La verdad es que si, por cierto, había otro maestro que se llamaba Julio Torres, quien se caracterizaba por llegar en bicicleta hasta la UNAM, además, era “medio mandadito”, porque “nalgueaba” a las muchachas. Cuando yo le preguntaba algo en el salón, mañosamente, me pedía que me acercara hasta él, poniendo de pretexto que no escuchaba bien, y repetía “qué, qué, qué” En eso, Carlos Monsiváis, quien había sido mi compañero, le decía abiertamente: “Pinche Viejo mañoso”
– ¿Cuántos varones había en tu salón de clases?
-Solamente eran cinco muchachos, todas las demás éramos 22 mujeres. De esta manera, inauguramos el curso matutino de Letras Españolas… ¡Ya me acordé quiénes eran esos cinco compañeros de mi salón!!, eran Carlos Monsiváis, Leopoldo Cano Contreras, que se desempeñaba como secretario general del sindicato nacional de redactores de la prensa -SNRP; dos poetas y uno más que no me puedo acordar bien de sus nombres…. ¡Caray!!, ya se me empiezan a olvidar las cosas…
– ¿Cómo era Carlos Monsiváis como compañero de aula?
-Nos quisimos mucho, pero lo que se llama mucho… ¡Nos llevábamos de maravilla!!, por cierto, a Carlos, esa edad, le llamaba muchísimo la atención los señores “maduritos”, como les llamaba.
– ¿Siempre fue tan abierto con sus preferencias?
– ¡Siempre!!, sumamente honesto consigo mismo. Jamás ocultó sus preferencias sexuales, eso, me permitió tenerle una gran confianza y establecer una amistad tan sincera y sólida. Yo no era quien, para juzgarlo, sino que, al contrario, había nacido una gran amistad.
-El Gran “Monsi…”
-Un día, estábamos en la Cámara de Diputados, me acuerdo que llegando, observé a Carlos estar hasta el gorro de los demás periodistas, cuando me ve llegar, gritaba mi nombre desaforadamente como si fuera su salvación. Ángel Trinidad Ferreira (sed), solamente se nos quedó viendo, Trinidad Ferreira no tragaba a “Monsi”, creo que hasta lo odiaba por su preferencia.
– ¿Estando en la UNAM, de cierta manera, se cumplían tus sueños por ser periodista?
-En la facultad de Filosofía y Letras, también estaba el maestro Luis Rius, otro de los españoles refugiados en México y me piden que escribiera un ensayo sobre el poema de Rafael Alberti “El Mar”
-El gran Rafael Alberti…
-En efecto, fue uno de los poetas que huyeron de España hacia México…
– ¿Y qué sucedió con tu ensayo?…
-Cuando se lo entrego al maestro Rius, lo observa detenidamente y exclama en el salón: “Nidia Marín” se queda al terminar la clase por favor”
– ¿Y qué te dijo?
-Mire usted Nidia, quiero decirle que me encantó su ensayo, pero, solamente quiero decirle una cosa, el poema que le pedí es sobre el mar y no sobre una mujer…
– ¿Pues qué habías escrito?
-Lo que me había salido de mi ronco pecho, lo escribí para una mujer que yo pensaba se llamaba “Mar…” ¡Me quería morir de vergüenza!! En ese preciso momento, Leopoldo Moreno también lo leyó y me dice al oído ¿Nidia, te gustaría entrar a trabajar en un periódico?… ¡Wooow!!, ¡Eso era lo que yo pedía a gritos!!
– ¿Y qué le respondiste?
– ¡Que sí!!, no lo dudé ni un solo segundo, claro, tomaba esa decisión sin consultarle para nada a mi familia, porque no me hubieran dado permiso, por la simple y sencilla razón que en un periódico trabajaban muchos hombres, y por eso, correría un enorme peligro.
-A lo Mero Macho ¿El periodismo de ese entonces, estaba prohibido para las mujeres?
– ¡Exacto!!, pero Leopoldo Moreno me ponía la condición, que, a más tardar ocho días, tenía que presentarme en Filomeno Mata número 8, sede del Sindicato Nacional de Redactores de Prensa, para rendir protesta como miembro de esa agrupación de periodistas, ingresando como “suplente” en la sección de sociales del periódico El Universal…
-Dios aprieta, pero no ahorca…
-Así es, total, ahí me tienes, voy en completo silencio y discreción a El Universal. Empiezo a trabajar en la sección de sociales.
– ¿Cuál fue la primera nota que escribiste para El Universal?
-Edmundo… ¡Por Dios, no me hagas esto!!, ya no me acuerdo.
-No me digas que no te acuerdas porque posees una memoria maravillosa…
-Es que me tienes a pan y agua, como si estuviera con mi sicólogo. Lo que sí me acuerdo, fue cuando vino a México una bellísima mujer llamada Grace Kelly, me tocó ir a entrevistarla al aeropuerto de la Ciudad de México.
-Ya vez, creo que me estás chamaqueando y no me quieres contar tus “pininos”
-También me acuerdo que me mandaban entrevistar a muchos empresarios y que tenían muchísimo dinero
– ¿Recuerdas cuánto te pagaban en El Universal?
– ¡Por Dios!!, creo que era casi nada lo que me daban por mis notas, inclusive, me acuerdo muy bien de aquellas manifestaciones que pasaban por Bucareli, y quienes estábamos en la redacción del periódico, abríamos las ventanas para que no rompieran los vidrios con piedras y palos que nos arrojaban desde la calle, pero también, nos arrojaban monedas de 20 centavos y nos gritaban que éramos unos muertos de hambre…. ¡eso sí que me daba harto coraje!!
– ¿Por qué?
-Eran unos miserables, cuando menos, nos hubieran aventado monedas de un peso y diez pesos que ya existían, ja, ja, ja. Lo que nos arrojaban, no nos alcanzaba ni tan siquiera para comprar un refresco
-Continuará-