SILVESTRE VILLEGAS REVUELTAS
Hace seis años tuve la oportunidad de visitar por primera vez la república de Turquía, fue un viaje maratónico de cerca de 2800 kilómetros por tierra donde visitamos sitios arqueológicos más antiguos que las pirámides de Egipto, otros de herencia griega que para colmo de Grecia no están en su territorio, así como ciudades, museos, mercados de la Turquía contemporánea. Ahora, durante Semana Santa y un poco más, nos concentramos en Estambul y Ankara, la milenaria capital del Imperio Romano de Oriente (Bizancio) y luego capital del imperio turco, para luego trasladarnos a la otrora población ubicada en Anatolia y que desde la instalación de la república con el líder Kemal Pasha Ataturk, es hoy una ciudad moderna.
El finado ex secretario de Estado de los Estados Unidos, Zbigniev Brzezinski, en su libro El gran tablero mundial, señaló que históricamente han existido potencias que se enfrentan repetidamente, países y comunidades permanentemente subyugadas y “estados bisagra” que en las relaciones internacionales y la geopolítica sirven como puente entre dos mundos. Turquía y México son dos estados bisagra que auxilian para que sobrellevar la conflictiva relación entre dos mundos: Ankara maniobra entre Europa y Asia, la Ciudad de México entre Norteamérica y Latinoamérica. Los vecinos europeos regatean a Turquía sus afanes en querer ser considerada parte de Europa; en América, Canadá y los Estados Unidos no están convencidos de considerar a México como norteamericano. Me parece que parcialmente tienen la razón: al este de Ankara no es precisamente Europa y Puebla-Oaxaca-Yucatán tienen poco de Norteamérica. Pero la cultura de las regiones señaladas es más vieja y más rica que Noruega, Manitoba y Kansas.
Llegamos a Estambul en pleno mes sagrado de Ramadán o Ramazan como se escribe en Turco; asimismo, en pleno fin de las campañas políticas que a nivel municipal renovaban autoridades y que culminaron el pasado domingo 1° de abril con un parcial triunfo de la oposición a la gestión del presidente Yecip Erdogán, especialmente en la porción occidental del país. Como toda campaña política había partidos rojos, amarillos, azules, etcétera; debatían en muchos programas por televisión, se promocionaban por la radio, por medio de automóviles con altavoces y hasta me tocó ver en Ankara uno de los candidatos que resultó ganador en un Double Decker Truck a la británica. Lo que no vi, ni en las ciudades, ni en las poblaciones por la que pasé, fue propaganda rota, acuchillada, manchada de los candidatos opositores u oficiales, como sí sucede en la alcaldía Benito Juárez, Álvaro Obregón, Cuauhtémoc y seguramente en otros lugares de la república. México ha llegado a tales niveles de intolerancia que romper la propaganda del otro revela odio, falta de educación y salvajismo como lo dijo décadas atrás Paco Ignacio Taibo (uno), en relación al perfil del pueblo mexicano.
Dice el adagio popular que “el que tuvo retuvo” y ello se nota en Turquía. Ya no es el imperio que fue, pero el gobierno de Erdogán se ha empeñado en construir obra pública (carreteras, trenes, escuelas, viviendas, programas educativos) que lo colocan en una modernidad superior a la mexicana. Nosotros no tenemos ni las terminales ferroviarias, ni las carreteras, ni la flota mercante, ni los autobuses de servicio público en las ciudades que ellos utilizan en el diario acontecer…y no hablo del nuevo aeropuerto que es sujeto a debate, entre tirios y troyanos, allá en tierras turcas. Pero no todo es miel sobre hojuelas, ni a ellos, ni a nosotros se nos olvida que el temblor que sufrieron hace una par de años provocó que se cayeran muchos edificios, evidenciando formas de corrupción desarrolladas por las compañías constructoras. Igual sucedió en Acapulco por el huracán Otis, que puso a la vista de muchos que los edificios construidos en Punta Diamante eran de papel: paredes falsas, fachadas chafas, pésimos diseños arquitectónicos y un no muy lindo etcétera que para este abril evidencia que dicha zona, “disque nice”, sigue siendo la más afectada del puerto. Corrupción allá y acá.
Finalmente, un breve recorrido por la temática cultural. Turquía vive una realidad compleja, porque constitucionalmente, aunque es un país laico y muchos de sus habitantes lo son, sean o no pro-occidentales, existen muchos otros que abiertamente practican lo que señala el Islam para los creyentes musulmanes. Es toda una experiencia escuchar, creo, cinco veces al día, el canto del almuecín que recuerda a los fieles sus deberes religiosos; el de la cinco de la mañana es parecido a los maitines que se cantan al interior de un convento católico. Por otro lado es interesante el sentido histórico que le dan a la existencia del estado otomano-turco, al proceso del imperio a la república, a la omnipresencia de Ataturk en billetes, carteles y demás parafernalia que me recordó a lo que en China sucede con presencia de Mao Tse Tung; creo que para los dos regímenes les resulta un poco incómodo semejantes próceres. Primero, porque Kemal era mucho más laico que Erdogán y porque Mao era más comunista que el presidente Xi. Ninguno de los dos modelos de historia y presencia oficial en China y Turquía compite en modestia, cometimiento y crítica opositora, que lo contemporáneo sucedido bajo el gobierno de López Obrador y su “dictadura” macuspánica. Lo que en aquellas sale en la televisión, por igual noticieros que series dramatizadas, evidencia una censura a lo que tiene acceso el pueblo llano.
Lo anterior vale la pena analizarlo en sesudas reflexiones, acompañado por uno de los principales activos turcos: sus deliciosos dulces.