Acampando en Issstehuixtla, Atractivo, Aunque Plagado de Cortapisas que Desaniman

*Pero se Pudo Disfrutar el Agua Fría de las Cuatro Albercas, Incluido el Borbollón

*En Este, Emana Agua Azufrada, Cristalina, que se Mira a la Orilla del Pozo

*Los Goggles son de Gran Ayuda Para Contemplar, Admirar, las Rocas Bajo el Agua

*Desde que lo Adquirió el ISSSTE se Cambió el Nombre y Todo el Paisaje 

*Se Construyeron Toboganes, más Albercas, Cabañas, Vestidores, Regaderas y Zona de Acampar

*También una Tienda de Autoservicio, Salones de Convenciones y Restaurantes

*Pero Muchos de Estos no Funcionan por Falta de Recursos Para el Mantenimiento

*Ya no hay Puente Colgante Para Cruzar Hacia los Comedores Pero Vale la Pena la Visita

SUSANA VEGA LÓPEZ,

Enviada

TEHUIXTLA, Mor.- Acampar, sin lugar a dudas, es una aventura que alguna vez en la vida deberíamos experimentar con la familia y/o amigos; es todo un reto porque implica salirte de tu zona de confort y resolver situaciones que no esperabas enfrentar; es convivir, cooperar, estar con el ánimo al cien dispuesto a colaborar en los quehaceres; es participar de alguna manera; es vivir.

Ahora tocó visitar el Centro Recreativo y Cultural Issstehuixtla, localizado a 90 minutos de la Ciudad de México rumbo al municipio de Jojutla, por lo que se deberá tomar la carretera México-Cuernavaca y pagar dos casetas: una de 136 y otra de 85 pesos.

Durante el trayecto, un motociclista rebasó a toda velocidad por la derecha y se metió al carril izquierdo; más adelante, los carros comenzaron a frenar lentamente. Una ambulancia se abría paso. El accidente lo apremiaba. Era inevitable voltear y ver el percance. Nada qué hacer. La moto deshecha en la cinta asfáltica; un carro compacto quedó en dirección contraria. Los socorristas atendían a una mujer en el suelo. La ambulancia ya había partido con heridos.

El calor comenzó a arreciar. Al llegar al centro vacacional poco después de las cuatro y media de la tarde, la entrada fue imposible, la gente de taquilla ya no estaba, su hora de trabajo termina y no se permite pasar sin antes pagar. No hubo manera por más que se dieron argumentos. Tuvimos que pernoctar, por mil 200 pesos con derecho a ventilador, en un hotelito que se encuentra a poca distancia. La tarde se aprovechó en una de las dos albercas del lugar.

Al otro día, con ánimos renovados, llegamos a taquilla. Abren a las nueve de la mañana. Un letrero informa que la primera noche de campamento es de 270 pesos por persona, público en general; las siguientes noches se cobra la mitad: 135. Los derechohabientes del ISSSTE, 179; con credencial INAPAM 138; menores y estudiantes, 141. El estacionamiento, gratuito, igual que las casas de campaña.

Sigue la revisión. No se permite el ingreso de bebidas alcohólicas, narcóticos, envases de vidrio y gas L.P.; tampoco dejan pernoctar en los vehículos. Ahora toca bajar las cosas, armar la casa de campaña, ubicar un lugar para dejar los trastes de cocina y los víveres, poner la hamaca, acomodar.

El calor, al máximo. Ya es tiempo de disfrutar el agua fría de las albercas, cuatro en funcionamiento incluido el borbollón.

EL BORBOLLÓN

Una alberca que causa impacto es el borbollón, donde emana agua azufrada, cristalina, que se mira a la orilla del pozo y que contrasta con el color negro del centro que cuenta con nueve metros de profundidad. Genera cierta expectación, temor, miedo. Una cuerda atraviesa la circunferencia y los nadadores la usan para sujetarse, balancearse, tener un apoyo o descansar por lo que deberán guardar el equilibrio y no caer.

Los goggles son de gran ayuda para contemplar, admirar bajo el agua, las rocas que parecen estar impregnadas de minerales que hacen verlas de colores diversos.

Luis, una persona de edad que frecuenta el lugar desde que era niño, comenta que antes sólo había dos albercas: el borbollón, y la de clavados de 5 y 10 metros de altura; que el lugar se llamaba La Fundición.

Todos los días, a las seis de la tarde, abren la compuerta del borbollón y dejan correr el agua de las otras albercas para vaciarlas y limpiarlas. El agua cae al río Amacuzac. Un río donde la gente disfruta sin importar la hora.

Los bañistas del río, del pueblo, esperan la caída del agua que se vuelve todo un espectáculo; una experiencia, una aventura que se genera por el incremento de la corriente del río que los empuja, los arrastra por su caudal y disfrutan de un masaje natural; un jacuzzi temporal. Las risas no se hacen esperar.

FALTA DE 

PRESUPUESTO

La voz populi dice que desde que el ISSSTE adquirió La Fundición, se cambió el nombre y todo el paisaje pues se construyeron toboganes y más albercas, además de cabañas, vestidores, regaderas, zona de acampar, una tienda de autoservicio y hasta salones de convenciones y restaurantes. Muchos de estos nuevos servicios, ahora, ya no funcionan. Los juegos como el kamikase, la alberca de clavados y las regaderas ya no funcionan por falta de presupuesto; “esta administración no ha mandado los recursos necesarios para mantener todo en óptimas condiciones”, reconoce una empleada de taquilla.  

Otra familia expresa su molestia por no contar con regaderas; los jacussis que se encuentran fuera de las cabañas ya no funcionan. En una parte de la cancha de basquetbol ahora levantaron vestidores con tabla-roca y, como puerta, una cortina de manta que pende de un cordón. Las áreas verdes las tienen bien cuidadas y, en general, el lugar se aprecia limpio.

Y de pronto te enteras que hay dos vestidores: uno para hombres y el otro para mujeres. Cuentan con sendas regadera y baño. Después de dos días, el baño caliente cae muy bien, sólo hay que esperar turno.

Afuera, el área de juegos, con columpios, resbaladillas, pasamanos y ¡un volantín!, este aparato donde, si no te agarras fuerte, sales volando cuando lo giras. Los gritos, las risas y la diversión no paran.

COMIDA, BEBIDAS Y 

REFRESCO DE COLA

Una buena opción para vivir otra nueva experiencia es salir del balneario y bajar al río. Los lugareños montan mesas y sillas a lo largo de la orilla y algunas, sobre el agua.

Los visitantes que así lo desean, las ocupan no sin antes pagar de 50 a 75 pesos, según el sitio.

El alquiler es por tiempo ilimitado. Así, algunos prefieren estar comiendo y bebiendo en el agua. Las sandalias son indispensables pues abundan piedras y conchitas (¿?) que llegan a lastimar. Las sillas, poco a poco, se hunden; el agua llega al asiento y es entonces que se da el refresco de cola, así lo describió Fernanda, una joven que observa, al igual que la mayoría, todo el panorama.

Por allá, en lo alto de las piedras, la gente se avienta al río; más allá, pero trepados en las ramas de los árboles, hacen lo mismo. Se aprecian unas cuerdas donde los más atrevidos se lanzan colgados y se dejan caer, pero los más avezados suben a la carretera, llegan al puente que atraviesa el río y desde allí disfrutan de una caída libre. Un verdadero espectáculo.

La mayoría prefieren tirarse parados, con las manos junto al cuerpo; otros, tal por los nervios, comienzan a agitar los brazos como si quisieran volar; algunos gritan; otros desisten aunque los espectadores lo animan a arrojarse. No hay límite de edad.

Aquí no hay códigos de vestimenta: se meten al río en pantalones, shorts, trajes de baño, con ropa interior, con y sin calzado. Nadie ni nada les prohíbe hacer lo que consideren para disfrutar del agua.

Se pueden rentar inflables en forma de aves, cocodrilos, tiburones, sillones, llantas, canoas. Los pequeños juegan con pistolas de agua y mojan a quienes están secos; algunos recogen piedras y conchitas; otros más se entretienen viendo los pececillos que buscan comida. El agua es transparente.

Son pocos los puestos de comida y bebida. Te ofrecen hamburguesas, quesadillas al comal, “doraditas” (quesadillas bañadas en aceite), alitas, hot dogs, huevos de codorniz, habas con mollejas, y más. Y para beber: refrescos y cervezas sencillas o preparadas en vasos escarchados de sal, tamarindo, ajonjolí o chilitos varios. Para el consumo, hay que ser pacientes por la espera.

Ya no queda rastro alguno del puente colgante que conectaba el balneario con la zona de restaurantes. Aún tengo recuerdos con mis abuelos, mis padres, mis hermanos y amigos cuando, balanceándonos en el puente de madera, cruzábamos el río para ir a comer.

Momentos que quedan grabados en la memoria. Donde la convivencia con la naturaleza sigue sorprendiendo con el canto de los pájaros al amanecer; con el clima cálido que en las noches refresca en época de Semana Santa -cuando el aforo del lugar es total- y en Pascua, cuando la mayoría de los vacacionistas regresaron a sus labores.

¿Y tú, también has vivido la experiencia de acampar? Si no, ¡anímate, no importa la edad, sólo prográmate para salir de tu zona de confort!

 

 

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