La democracia está en juego

Fede Bonasso 

La democracia está en juego en México. Pero no la amenaza un “tirano” si no una tiranía. La tiranía del lucro. De la élite que lo practica, y que está dispuesta a cualquier maniobra destituyente para recuperar el poder.

No destruye a México un presidente que ha acatado las resoluciones de la justicia o del Poder Legislativo, si no una campaña de terrorismo mediático sin precedentes; diseñada y financiada por la misma ultraderecha que ayudó a promover el intento de golpe de Bolsonaro. Ningún demócrata puede derivar las legítimas críticas que tenga con este presidente y su gobierno en la reproducción de una campaña que ya ha instalado el miedo y el odio. El miedo al comunismo, a perder una casa, a quedarse sin agua, a ser gobernados por una “presidenta narco”, a que le arrebaten la democracia o a que “destruyan a las instituciones”. El odio al “indio patarrajada” o al “castrochavista”. El miedo a ser Cuba o Venezuela. Nada de esto es posible en el México de hoy ni está en la agenda de los que conducen ese movimiento social llamado 4T. AMLO no es Fidel Castro ni México es Cuba. Suficientes problemas tenemos ya para inventar otros y ocupar energía en fantasmas.

Apoyar, usar, reproducir esos miedos es ser un boicoteador de la deliberación pública libre. No hay estrategia o “marketing político” que justifique la erosión del mismo ecosistema democrático. No hay voto libre en mentes aterradas. Esto debe terminar.

Se pueden y deben criticar muchas cosas del presidente, de Morena, de la 4T. Se puede votar por quien se quiera en las urnas. Podemos intentar convencernos unos a otros. Pero con respeto a la lógica, la Historia y la evidencia. Perder la proporción no puede ser una alternativa.

Sustituir los argumentos por estigmas es el comienzo de un proceso de violencia política. Y en este país no queda espacio ni resistencia social para más violencia.

Por supuesto que digo esto para los dos bandos. O maduramos cívicamente ahora o los estragos de esta grieta (que nació hace años ya con “el peligro para México”, o antes, con el fraude del 88) serán catastróficos y acaso irreversibles.

El antiobradorismo debe comprender que cierto proceso redistributivo y de justicia social es parte de esa misma democracia que dice defender. El obradorismo deberá entender que no todo el que defiende instituciones y organismos autónomos es un agente del statu quo.

Del narco: invertir la causalidad es una maniobra de propaganda que afecta al país mucho más que cualquier iniciativa de reforma enviada al legislativo por los cauces legales. México es un territorio con fuerte presencia del narco. No es de ahora, no es de este sexenio. No vamos a arreglar el problema con maniobras infantiles de chivo expiatorio. Usar nuestras tragedias como recurso electoral no sólo es vil, es un placebo barato.

No se puede ser demócrata y practicar la posverdad. Hay que escoger una de las dos.

No se puede declarar amor a México y promover el odio.La democracia está en juego en México. Pero no la amenaza un “tirano” si no una tiranía. La tiranía del lucro. De la élite que lo practica, y que está dispuesta a cualquier maniobra destituyente para recuperar el poder.

No destruye a México un presidente que ha acatado las resoluciones de la justicia o del Poder Legislativo, si no una campaña de terrorismo mediático sin precedentes; diseñada y financiada por la misma ultraderecha que ayudó a promover el intento de golpe de Bolsonaro. Ningún demócrata puede derivar las legítimas críticas que tenga con este presidente y su gobierno en la reproducción de una campaña que ya ha instalado el miedo y el odio. El miedo al comunismo, a perder una casa, a quedarse sin agua, a ser gobernados por una “presidenta narco”, a que le arrebaten la democracia o a que “destruyan a las instituciones”. El odio al “indio patarrajada” o al “castrochavista”. El miedo a ser Cuba o Venezuela. Nada de esto es posible en el México de hoy ni está en la agenda de los que conducen ese movimiento social llamado 4T. AMLO no es Fidel Castro ni México es Cuba. Suficientes problemas tenemos ya para inventar otros y ocupar energía en fantasmas.

Apoyar, usar, reproducir esos miedos es ser un boicoteador de la deliberación pública libre. No hay estrategia o “marketing político” que justifique la erosión del mismo ecosistema democrático. No hay voto libre en mentes aterradas. Esto debe terminar.

Se pueden y deben criticar muchas cosas del presidente, de Morena, de la 4T. Se puede votar por quien se quiera en las urnas. Podemos intentar convencernos unos a otros. Pero con respeto a la lógica, la Historia y la evidencia. Perder la proporción no puede ser una alternativa.

Sustituir los argumentos por estigmas es el comienzo de un proceso de violencia política. Y en este país no queda espacio ni resistencia social para más violencia.

Por supuesto que digo esto para los dos bandos. O maduramos cívicamente ahora o los estragos de esta grieta (que nació hace años ya con “el peligro para México”, o antes, con el fraude del 88) serán catastróficos y acaso irreversibles.

El antiobradorismo debe comprender que cierto proceso redistributivo y de justicia social es parte de esa misma democracia que dice defender. El obradorismo deberá entender que no todo el que defiende instituciones y organismos autónomos es un agente del statu quo.

Del narco: invertir la causalidad es una maniobra de propaganda que afecta al país mucho más que cualquier iniciativa de reforma enviada al legislativo por los cauces legales. México es un territorio con fuerte presencia del narco. No es de ahora, no es de este sexenio. No vamos a arreglar el problema con maniobras infantiles de chivo expiatorio. Usar nuestras tragedias como recurso electoral no sólo es vil, es un placebo barato.

No se puede ser demócrata y practicar la posverdad. Hay que escoger una de las dos.

No se puede declarar amor a México y promover el odio.

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