Punto de Vista
Por Jesús Michel Narváez
¡Qué poca… dignidad!
El otro vocablo se queda a su libre interpretación.
Y son dos huérfanos maternales, los que se exhiben. Uno al otro. Otro al uno. Y no, no es juego de palabras. Es afinar el verbo.
Durante décadas, Arturo Zaldívar Lelo de Larrea fue considerado un jurista honesto, íntegro, alejado de cualquier supeditación que no fuera el cumplimiento de la ley.
Sin embargo, hace dos años cayó en la tentación de seguir presidiendo la Suprema Corte de Justicia de la Nación en una acción que violaba todo principio constitucional y que exhibió que más podía el poder que el respeto a la legalidad. Fue el segundo conejillo de indias para tratar de influir en un muy probable y perseguido intento de tener la opción de una reelección en la presidencia de la República. Una redición de lo que hizo Álvaro Obregón con su lacayo Plutarco Elías calles.
Los llamados “secretos de alcoba” -es un símil, no una realidad- que presuntamente solamente dos conocían, salvo la existencia del ménage à trois, se equipararon a la relación “privada” entre el presidente López y el ministro de la Corte.
Y como en todas las relaciones turbulentas, de pronto uno de los participantes decidió denudar al otro personaje, no por ser pareja más allá de lo profesional, sino por la cercanía, la charla al oído, la injerencia del todopoderoso con el equivalente en la administración de justicia.
Escuchar al huésped temporal de Palacio Nacional decir que “en tiempos del ministro Zaldívar” se tenía coordinación y se le solicitaba “respetuosamente” aclarar las decisiones de jueces federales, que, en uso de su facultad de independencia, concedían amparos o liberaban a “criminales”.
Es decir, el presidente del Poder Judicial, independiente y soberano, escuchaba la voz del que, negando en su momento y confirmando lo contrario hoy en día, se configuraba como “el poder de los poderes” y atendía con atingencia la “sugerencia” -léase orden- que salía de la vociferante persona que lo invitaba cada mes a desayunar al Palacio Nacional.
Sacar a colación, de manera pública en el show matinal de nostalgias, que antes, con el ministro Zaldívar, se evitaba la liberación de criminales y ahora con Norma Piña hay licencia para “robar” desde la Suprema Corte de Justicia de la Nación, equivale a lo que rechaza el huésped temporal del virreinal edificio: ¿dónde están las pruebas?
Él las exige para que se le demuestre ser, en efecto, un narcopresidente. No las ofrece cuando se trata de descalificar a la presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Sabe que tiene inmunidad y que todo lo que haga no es sancionable porque tiene “fuero” y lo usa de manera indiscriminada a grado tal que su hermano José Ramiro será diputado plurinominal porque “salió ganador en la tómbola” -amañada- dirigida por Mario Delgado.
El comunicado de la Barra de Abogados, presidida por Javier Olea Peláez, no deja duda alguna de la vergüenza que representa para el gremio el otrora respetado jurista Zaldívar.
Si algo ocultaba la hora de parra, el señor López sopló hasta que la quitó del lugar que cubría la corrupción, cuando menos jurídica e intelectual, de quien traicionó la Constitución cuando su responsabilidad era encabezar el equipo de garantes.
Quedó claro que el señor López ejerció el tráfico de influencias y abusó de poder. ¿Se puede ser más cínico y decir que es un presidente que tiene el respaldo del “pueblo bueno” y por hace lo que le viene en gana?
El títere Zaldívar tiene la oportunidad de reivindicarse; irse a vivir a Palenque lo que le dará oportunidad de ser objeto de un exorcismo que lo aleje del belcebú tabasqueño.
No lo hará porque es pieza clava para satisfacer al rey del averno: destruir el Poder Judicial de la Federación.
Desnudado por el titiritero, Zaldívar no hallará túnica que lo cubra ni hoja de parra que oculte sus pequeñeces… intelectuales, si alguna vez las tuvo.
La verdad afloró que se confirma que el señor López quiere ser el amo, el reye del poder de los poderes.
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