Punto de Vista
Por Jesús Michel Narváez
Con todo y los recortes obligados, la esperanza de que el gordito barbón, vestido de rojo y con cinco negro y botas de bombero, era esperado al iniciar este día.
La ilusión infantil y del paso a la adolescencia, está convencido de que Santa Claus viaja en un trineo y surca los cielos para arribar a las chimeneas –las casas que carecen del tiro, reciben los regalos a la puerta de la casa- y deslizarse cual serpiente que resbala por el caliente espacio.
Las cartas dirigidas al personaje que hace felices a los peques y dirigidas al Polo Norte “domicilio conocido” no requieren de timbres postales. Todos los servicios de correos a nivel mundial obsequian el transporte. Claro, ahora con las redes sociales, la internet y las comunicaciones celulares cuyas aplicaciones viajan a mayor velocidad que el trineo jalado por los nueve renos cuya cabeza es Rodolfo quien se deja acompañar por Trueno, Relámpago, Travieso), Cupido, Cometa, Presuntuoso, Bailarín y Pompón. Aun conociendo parte de la fantasía, la ilusión no se pierde.
La Navidad, sin embargo, no la disfrutan todos los creyentes en la figura del benefactor.
Como cada año, los ayudantes de Santa instalan “centros de acopio” para que a través de diferentes vías, particularmente de la iniciativa privada –la que más disfruta la visita de obsequioso con sombrero ajeno- y en ellos hay duendes que entregan a los pequeños el juguete solicitado.
Están prohibidas las armas de cualquier tipo. Para evitar que los niños aprendan a utilizarlas y después se vuelvan sicaritos.
Hay cartas que exhiben tristeza, otras, ilusión y la mayoría, por lo menos en México, aunque escritas con falta de ortografía por la decadente educación que reciben, revelan la angustia de que sus papás no las hayan enviado por falta de tiempo –léase dinero- al domicilio conocido.
Algunas, seguramente redactadas por sus padres, le piden al barboncito y rollizo personaje, que llegue a Palacio Nacional y las entregue, porque en ellas recuerdan que Ramoncito no escribió la suya… murió víctima de cáncer por falta de medicamentos para continuar su tratamientos. Tenía cinco años. No solo Moncho dejó de escribir. Decenas, centenas hasta completar tres millares, no alcanzaron a mirar el árbol de Navidad. Los venció la muerte.
Muchos padres recuerdan sus infancias. Con nostalgia y agradecimiento porque sus cartas llegaron en tiempo y forma –como dirían los politicastros de hoy- y el trineo conducido por Santa Claus pudo llegar sin demora. No había Waze, pero sus ayuntes conocían todas las direcciones. Seguramente los autores de la aplicación que evita perderse en el mundo criminal, le pidieron ayuda al bondadoso –con sombre ajeno- para que les proporcionara las cartas de navegación en las que la guía fundamental está en las estrellas.
Como es bien sabido desde hace tres siglos –Wikipedia relata su nacimiento en 1821- el personaje esperado por los niños –además de los Santos Reyes- elige las cartas de aquellos pequeños que se “portaron bien” y por eso muchos, el 70 por ciento no recibe lo solicitado. El viejito tiene espías en todas partes –y no utiliza Pegasus como lo hace el gobierno mexicano- y tiene las historias de cada uno de los niños que creen en su existencia y confían en que se hará de la vida ídem a su cuerpo, para concederles sus deseos.
¿A cuántos niños mexicanos les quedó mal Santa Claus?
A millones. No todos por haberse portado mal, sino porque sus cartas no fueron enviadas en virtud de que Correos de México ya no existe por obra y gracia del Grinch López.
Cosas de la Navidad… en cada país hay un ejército de “materialistas” a los que no le gusta la felicidad de otros.
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