POR ÁNGEL LARA PLATAS
No es nuevo que las encuestas se hacen para agradar a quien las paga. La diferencia de procesos pasados en relación al actual, es que los resultados entre una y otra son injustificadamente dispares. Por ejemplo, las que han medido a las dos contendientes: Claudia y Xóchitl, en unas la diferencia es de 8 puntos a favor de la morenista; en otras, sube a los 20 puntos. La constante es que la delantera la mantiene Sheinbaum.
Evidentemente la disputa electoral ha llegado a las casas que se especializan en hacer encuestas. Ya tomaron partido o, mejor dicho: han amarrado a sus clientes frecuentes con mediciones serviciales. Ciertamente, la danza de las cifras puede modificar la decisión del elector; solo que hay un detalle que no debe pasar desapercibido. Las campañas han sido tan prolongadas y las encuestas tan dispares, que la gente está tomando con reservas lo que al respecto se está publicando.
Para ubicarnos en un contexto más real se comentaría lo siguiente.
Las encuestas, si bien tienen una base científica, el manipuleo las ha hecho perder credibilidad. Pero además de eso, para los encuestados ya no representa ninguna distinción el que por azar le llamen o acudan a su casa, para recoger su opinión a fin de sumarla a los resultados de la encuesta. Si a la misma persona acuden más de una vez para encuestarlo, puede distorsionarse la respuesta.
Otro de los aspectos que llaman la atención en las encuestas, es que la mayoría de los encuestados no están tan inmersos en las cuestiones políticas como para dar opiniones que reflejen un panorama real de la política y los políticos metidos a candidatos.
En todo caso, lo que estarían recogiendo las encuestas es una opinión demasiado ligera de los aspirantes. Solo los que conocen de política pueden contestar con precisión cualquier pregunta, y no son muchos.
Hasta el gobierno de Ernesto Zedillo, existía un área del gobierno federal que hacía una suerte de encuestas con una metodología que arrojaba resultados altamente confiables. Con el agregado que se podía saber los desaciertos de las campañas de los candidatos, y cómo se podía incrementar el entusiasmo de la gente en favor de cualquiera de ellos.
El trabajo consistía en acudir a los distritos electorales para platicar con aquellas personas que conocían a fondo la situación política del lugar. Estos podían ser los dirigentes partidistas, el secretario del Ayuntamiento, el cura, la dueña de la fonda más concurrida del mercado, el doctor que escucha a sus pacientes que hablan de política; al comisariado ejidal, líder magisterial, y a otros dos o tres personajes del lugar que mantienen algún tipo de liderazgo natural en su región.
De esas pláticas se extraía la información necesaria para tener un panorama electoral muy completo, a fin de saber las posibilidades de triunfo de cada uno de los aspirantes y, en su caso, qué modificaciones deben hacer en sus campañas para ganar una elección.
Otra de las bondades de esta metodología para obtener información, es que se pueden detectar los conflictos políticos que puedan estarse gestando y brotar más adelante. También se tendría la información adecuada para desactivarlos.
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