RAÚL MONDRAGÓN von BERTRAB
“El exilio, por dorado que sea, es amargo. La Patria la llevamos en el corazón, en la sangre, en la cabeza. Pero también en los pies. Volver a pisar tierra mexicana, señor Presidente, es un regalo que usted me hace y que yo sólo puedo pagar con gratitud y lealtad.”
-Expresidente César León a Presidente Lorenzo Terán, La Silla del Águila, Carlos Fuentes.
“Es una práctica que han seguido otros mandatarios, quienes suelen emigrar casi inmediatamente después de entregar el poder.
De hecho, en las últimas décadas sólo dos expresidentes han logrado quedarse en México: Miguel de la Madrid, quien gobernó entre 1982 y 1988, y Vicente Fox cuyo período abarcó de 2000 a 2006.
En algunos casos los exmandatarios salieron del país por un virtual exilio impuesto por el nuevo presidente. En otros la migración fue para evitar escándalos por irregularidades y crisis en sus respectivos gobiernos.”
-BBC Mundo, 5 de diciembre de 2012
En México, como la historia moderna nos ha enseñado, pisar muchos callos es deporte extremo. Si bien oponerse al establishment es riesgoso en casi todo el mundo, pensando como excepciones en los ultramodernos países nórdicos, donde las garantías individuales están reforzadas y seguramente sus mafias sofisticadas tendrán maneras menos burdas de imponerse que los groseros magnicidios y los despliegues de fuerza ministerial abusada para entambar enemigos, en nuestro país es ponerse la mira en la frente.
Se antojaría pensar que el presidente actual, de tanto rodar y rodar, se fue incrustando en el establishment. Desde hace años, los potentados apoyaban su campaña en numerario, igual que las de sus contendientes, en un pragmatismo azteca que solo un gobierno radical podría extirpar de nuestro ADN. Lo anterior, porque la infame cancelación de Texcoco, que nos catafixiaron por hedores de cañería aeroportuaria para recibir a los visitantes, pisó muchos callos, como los pisaron las tomas arbitrarias de institutos e instituciones, el sinsentido de la extinción de los fideicomisos públicos, la innecesaria confrontación en materia energética con nuestros socios del Tratado de Libre Comercio de América del Norte y tantas otras ocurrencias cuyo impacto se ha visto solapado por una circunstancia global compleja, pero cuya factura interna terminará por afectar negativamente el futuro del país.
El año pasado, el New York Times hacía un análisis del mercado inmobiliario de la Ciudad de México y advertía que muchos chilangos, emulando la migración pandémica, estaban vendiendo sus casas o departamentos y mudándose a zonas de la periferia más espaciadas y verdes, con el efecto de un aumento en la oferta y una consiguiente reducción en los precios de los inmuebles, que ya presentaban un relativo estancamiento en los últimos años. Los brokers entrevistados por el diario neoyorquino hablaban de una ansiedad económica que detiene la inversión, que desde la elección de 2018 la economía mexicana se ha venido contrayendo y los inversionistas vendían sus propiedades para invertir en otros países. Había consenso en que los mexicanos estaban comprando Madrid, Miami y Nueva York, pero no en México, pues existía miedo ante la incertidumbre, por lo que el inventario ha crecido.
El mercado de alta gama se había visto afectado especialmente, según la
Asociación Mexicana de Profesionales Inmobiliarios, pero advertían ya del rebote posible:
“El mercado entenderá que estamos en la segunda mitad del sexenio y aprovechará los precios de las propiedades de lujo; para 2023-24, los precios tendrán que regresar a donde deben estar.”
Este ejemplo es ilustrativo de lo que puede ir pasando, a medida que el fin del sexenio se acerque y, aunque la hasta hace poco improbable noción de una mujer presidente en un país machista se torne realidad, y la incumbente vocifere seguir con la inexistente transformación de las izquierdas, el peso de la historia y el puño del poder pesarán sobre quien ya no lo podrá ejercer directamente.