*La Diferencia Entre el Derruido NAIM
y el AIFA, Abismal
*Muchas Palabras Acaban por Asfixiar
El Discurso Oficial
*Extremos de Gobiernos Autoritarios
Crean y Creen Conspiraciones
POR EZEQUIEL GAYTÁN
Lo absurdo es consecuencia de las comparaciones y las proporciones. El concepto se refiere a lo irracional, lo arbitrario y lo disparatado. A partir de dicha tesis es que sostengo que el poder, sobre todo su abuso, llega a rayar francamente en el absurdo cuando las decisiones que toma un político son de manera pragmática, determinística e incluso amoral, ya que al comparar o confrontar los hechos o decisiones políticas vemos las abismales diferencias entre una determinada situación y otra semejante. Cuando una autoridad gubernamental toma una decisión confiamos en que lo hace después de haber evaluado las ventajas y desventajas, el supuesto es que debe procurar el bien común y alejarse de decisiones que solo lo encumbren en el rating de popularidad. Él sabe que intereses trastoca para bien o para mal, de ahí que lo absurdo aparece cuando son decisiones que favorecen a alguien, pues son percibidas socialmente entre la realidad que plantea demandas y necesidades sociales y el discurso político que dice asumirlas, pero no hace nada a fin de atenderlas y solucionarlas. En otras palabras, lo políticamente absurdo es una sensación social que confronta lo deseable contra lo realizado y de ahí que catalogamos las decisiones políticas como racionalmente congruentes o grotescamente absurdas.
Tenemos varios ejemplos de lo absurdo de las decisiones tomadas por el presidente López Obrador. Veamos, México requiere un aeropuerto de clase mundial con, al menos, 150 terminales de aviones y el Felipe Ángeles es apenas de doce terminales. En este caso es fácil comparar y medir y de ahí concluir en lo absurdo de la decisión presidencial. Por supuesto que basó su decisión en uno de los principios ideológicos del partido Morena que sostiene que “el poder económico no estará por encima del poder político”. Su justificación puede ser entendida por algunos, pero desde mi punto de vista, López Obrador pudo haber demostrado su uso y abuso poder de otra manera.
Otro caso es su permanente estilo de acusar sin demostrar o aportar pruebas en contra de periodistas, políticos de otros partidos o artistas que se oponen a algunas de sus obras faraónicas. Él simplemente señala, acusa con desplantes autoritarios, estigmatiza y se asume como el padre moral de la sociedad. Ese tipo de desplantes que adereza con manoteos y el dedo índice son a todas luces violentos y peligrosos en contra de periodistas y comunicólogos. El mundo del absurdo presidencial es detectable por la sociedad debido a la incongruencia del planteamiento que inicia el discurso con el ya famoso “tiene derecho a criticarme”, entonces inicia su transición a lo irracional al no aportar pruebas y lo consolida al pasar a otro tema sin haberle dado seguimiento al hecho. El vacío y la falta de seguimiento son las demostraciones de que sólo son palabras que acaban asfixiando al discurso presidencial y catalogándolo de ilógico.
Con los dos ejemplos anteriores, uno cuantitativo y el otro cualitativo, queda claro que, al comparar esta administración con otras, la desmesura del tabasqueño resplandece por su exageración que sobrepasa los limites de la cordura y lo políticamente correcto. Así muy difícilmente tenderá puentes de dialogo con quienes piensan diferente. Por supuesto que todo gobierno tiene sus claroscuros y la dimensión que va desde el justo medio hasta la exageración caricaturesca será juzgada por la historia. Pero por el momento es relativamente fácil señalar y apuntar cuanto antes de que este gobierno es fácilmente criticado por los medios debido a la proclividad presidencial de debatir en los extremos de lo absurdo.
Los extremos en los gobiernos autocráticos, se sabe, son más propensos a creer y crear teorías de la conspiración. Viven paranoicamente y encuentran riesgos, amenazas y vulnerabilidades en el mundo de lo imaginario. Caen en sus propias trampas y dan pauta al sospechosismo y a la personalización de sus enemigos. Hablar, hablar y hablar de adversarios y tildarlos de enemigos de la patria o traidores a la patria en nombre de un andamiaje intitulado Seguridad Nacional es el absurdo más peligroso de todos, pues con ese argumento López Obrador obra más allá del Estado de Derecho, se auto califica de la autoridad moral, “padre de la patria” y mediante prejuicios, juzga y sentencia sin pruebas.
Lo absurdo son las mentiras, los datos maquillados de inseguridad pública, su ocultamiento de datos y su retahíla de ficciones cotidianas en las conferencias mañaneras que ahora también son escaparate y catapulta de su candidata Claudia Sheinbaum. Si comparamos las posturas del candidato de oposición López Obrador y sus actos de gobierno queda claro que la desproporción entre uno y otro es un absurdo.