Fede Bonasso*.
Acaso la novela que más me ha cautivado es El Conde de Monte Cristo.
Me he sumergido en ella cuatro veces: de niño, luego de joven. La última fue durante la pandemia de covid. Acuartelados en casa, leíamos con Karina y nuestros enanos un capítulo por noche. Después de cenar empezaba el ritual: dejábamos atrás el entorno pandémico y nos sumergíamos en el drama de Edmundo Dantés y su fabulosa venganza. Viajábamos al Castillo de If, a Marsella, y a la deslumbrante París, donde el Conde concretaría su plan.
En esta cuarta lectura encontré elementos en la historia que habían pasado desapercibidos al lector más joven. Antes, subyugado por la satisfacción de que Dantés pudiera alcanzar su merecida justicia, se me había escapado la principal enseñanza del libro. Más que una apología de la venganza, la novela pone al descubierto las contradicciones morales del acto. Muestra que no hay una redención en la venganza, o que tiene límites. Uno de ellos considerar que un poder divino, tal como creía Dantés, puede guiar nuestro destino bajo la ley del ojo por ojo.
Villefort, al ver a su hijo muerto, le dice al Conde:
“-¿Estás ahora suficientemente vengado, Dantés?”
La escena cobró, por primera vez para mí, un sentido diferente. Hasta la última lectura la tragedia del malvado Villefort era “comprensible” bajo la “lógica” de la venganza. Pero el lector de la cuarta ocasión era ya padre él mismo. Ser papá cambia para siempre los filtros con los que enfocamos el mundo. Y entonces comprendí, tal como el mismo héroe comprende en ese momento, que no hay ningún crimen, por atroz que sea, que justifique la venganza sobre un niño inocente.
Edmundo Dantés se llena de una horrible vergüenza tras el asesinato de esa criatura; barbaridad de la que él ha sido autor intelectual. Y el poder moral del personaje, sostenido hasta entonces, se disuelve en una inesperada miseria. La mayor causa de su vida, la venganza, revela su arbitrariedad. La venganza se trastoca en crimen y convierte al Conde en un igual con sus feroces enemigos.
Hoy estamos viendo un nuevo capítulo de los crímenes de guerra perpetrados por uno de los ejércitos más poderosos del mundo contra población civil. Ni siquiera cabría aquí la analogía de la venganza porque las violaciones al derecho internacional y los derechos humanos de los palestinos por parte del gobierno de Israel han sido sistemáticas, injustificadas y de muy larga data.
Pero hagamos el ejercicio para aquellos que han empezado a contar la Historia desde el sábado siete de octubre, tras la espantosa matanza perpetrada por Hamás. Porque tantos son los que han montado, desde sus micrófonos de vasta audiencia, una justificación que es urgente confrontar.
Detrás de las palabras de muchos funcionarios del gobierno de Netanyahu, de periodistas, de políticos del mundo, ni siquiera se disimula la idea de la venganza. Otros usan eufemismos para encubrirla. La “razón” del golpe “resarcidor”. El hecho de que muchos justifiquen este intento de exterminio del pueblo palestino, está relacionado, aunque no se confiese, con la supuesta justicia que daría sustento moral a la Ley del Talión.
Un breve paréntesis: lo que más admiré siempre en los familiares de las víctimas del terrorismo de estado, en Argentina, y también en México, fue que no escogieron el camino de la venganza. Tanto las Madres como las Doñas compartieron una idea tan ética como conmovedora: debe dársele a los verdugos los derechos de defensa que ellos les negaron a sus víctimas.
Volvemos al genocidio de Gaza. Nada justifica sustituir el derecho internacional por el ojo por ojo. Ninguna atrocidad justifica que el golpe se devuelva sobre niñas y niños, y población civil.
Por fortuna algo ha cambiado ahora. Hoy cada ciudadano tiene una cámara, es un reportero de guerra. No se pueden construir tan fácilmente (aunque a eso se destinen cuantiosos recursos) narrativas que justifiquen masacres. Porque la “narrativa” de la evidencia avanza ahora más rápido que la que pretenden instalar los ideólogos y voceros del sionismo. Y se anticipa a cualquier ejercicio literario justificativo. Por esta razón el gobierno de Israel ha quedado al descubierto. Cuesta mucho ya decir que esos videos son “mentiras antisemitas”.
Así, en calzones ante una justicia que seguramente nunca lo sentará en la Corte Penal Internacional, ha quedado Biden también. Biden es heredero de una retórica que hoy ya no permea en las mayorías. Y no se ha dado cuenta. “Daremos millones de dólares a Israel para que se defienda, es una buena inversión”, declara hasta con cierta inocencia. Más allá de la confesión de negocio (geopolítico y monetario) a costa de la vida de miles de seres humanos, esa retórica pueril sólo convence a negacionistas o fanáticos. Así lo prueban las muestras de rechazo que el presidente ha recibido en el propio territorio estadounidense. Esas muestras, por ahora, han detenido la invasión por tierra, el asalto final de Netanyahu a Gaza. Y también sucede en Europa. Donde no ha habido manera, a pesar de las descaradas medidas contra la libertad de expresión que han querido implementar las democracias europeas, de frenar las masivas marchas de repudio a la masacre de palestinos.
Esas marchas se reproducen. Y México no es la excepción. Salir a marchar puede ayudar a salvar vidas.
Importante: este domingo no se marcha “contra Israel”. Mucho menos “contra los judíos”. Igual que en el resto del mundo, sé que muchas personas judías estarán presentes. Dirán “NO en nuestro nombre”. Dirán también aquí lo que han gritado con enorme coraje en las calles y las redes: “nosotros sabemos lo que es el genocidio, la deshumanización, por eso hay que detener el genocidio palestino ahora”. En esa resistencia humanitaria, que han ofrecido tantas de ellas a lo largo del planeta, reside una enorme esperanza. Y aunque la potencias inescrupulosas de occidente, amparadas en una “defensa de la democracia” que hoy suena más hipócrita que nunca, nos arrebaten la justicia, no podrán borrar del mundo la dignidad. Porque cuando se pone por delante el sentido humanitario, la empatía, la consciencia, no hay chauvinismo que alcance.
Somos una sola especie. No debería haber humanos de primera y de segunda. Países con derechos y pueblos sin derechos. Esa verdad, tan sencilla como esquiva, pondrá siempre un un juicio sobre las decisiones que tomemos hoy como ciudadanos.
La venganza nunca es el camino. Los sufrimientos de Edmundo Dantés no justifican cegar la vida del hijo de uno de sus verdugos. Pearl Harbor no justifica Hiroshima. Los delitos de un mara salvadoreño no justifican, nunca, la prisión de miles de inocentes. El genocidio del pueblo palestino no justifica el asesinato de un niño israelí. La barbarie cobarde de Hamás no justifica la masacre de niños palestinos. Contra esa idea del ojo por ojo, tan antigua como perversa, al menos yo, voy a salir a marchar mañana. Es decir: por la justicia.
Fede Bonasso es músico y escritor. Si último disco es La Subversión. Su última novela es Diario Negro de Buenos