El Pensamiento Reaccionario

Alain Finkilekraut. La Identidad Desdichada. Alianza Editorial, Madrid. 203 páginas

DAVID MARKLIMO

Hay cierto tipo de personas que son reaccionarias por naturaleza y que desde esa perspectiva abordan el mundo que les rodea. Dichos planteamientos chocan muchas veces con las tradiciones nacionales y abordan las dificultades de integración. Evidentemente, sus planteamientos sueles ser provocativos, estrafalarios -algunas veces- y hay quien los tacha de ponerse cerca de la extrema derecha.

Ningún caso ejemplifica mejor esto último que el filósofo francés Alain Finkielkraut. Y ningún libro suyo es tan reaccionario como La Identidad Desdichada, donde se nota un profundo malestar con la sociedad que le rodea. El libro aborda temas ya de por sí sujetos a la controversia: la identidad nacional, la inmigración, el laicismo, los defectos de la enseñanza, las desigualdades sociales, lo políticamente correcto, el ascenso del populismo… 

Su publicación fue un hito, principalmente porque logra poner en la discusión filosófica a la sociedad francesa, uno de los soportes de eso que llamamos el Occidente. Aquí vamos a ver el choque entre laicismo y libertad personal, nada más y nada menos que ejemplificado en la prohibición del velo en las escuelas francesas, veto formulado bajo la premisa de que debe prevalecer ante todo el principio del laicismo. Bajo estas circunstancias, se nos dice, Francia es un ejemplo perfecto de la enorme contradicción de ciertos postulados morales occidentales. No es tan cierto eso de que Europa sea un como punto de acogida, un crisol que integrará sin problemas a cualquier necesitado que proceda de otros puntos menos afortunados del globo. Hay, en Francia y en toda Europa, ahora mismo, fricciones que imponen la necesidad de una regulación, se preconiza lo razonable de establecer unos límites, aunque la realidad nos diga que ya es demasiado tarde, que el cambio es irreversible y quizá sea producto de la pirámide poblacional.

Este problema podría complicarse debido a la enfermiza centralización y a la draconiana defensa de una lengua cuyo ámbito es fagocitado por otras, desde fuera y desde dentro (el inglés como lengua universal frente al árabe que se habla en las zonas de extra radio en ciudades como París o Marsella). Desde el título, Finkielkraut no tiene miedo alguno a poner el dedo en la llaga. El desarrollo, nos dice, parece endogámico. Es decir, sólo para unos pocos y bajo un solo modelo, quizá producto de la sociedad aristócrata que aún pulula por Europa, donde se instaló en la gran burguesía, a medida que esta ganaba poder. Es evidente, en el texto, que dichos postulados van dirigidos para una élite. Esa identidad perdida habla de los disturbios en los barrios, del conflicto entre unos y otros. Todo ese argumento funciona y fluye y su discurso es coherente y no lleva al lector hacia ninguna especie de trampa ética. Como buen ensayo, te deja con más dudas que respuestas.

En el fondo de toda problemática social, para Finkielkraut está la igualdad. Y para explicarlo recurre al sistema educativo. La educación se ha deteriorado por la pérdida de autoridad del profesorado a causa de un igualitarismo mal entendido. No pueden los patos, dispararles a las escopetas, parece decirnos el texto. Y se advierte que, en defensa de la igualdad, muchas cosas, como el talento, el pensamiento crítico -esa cosa tan venerada en Francia desde la Ilustración- se ha perdido. Vemos la sociedad del pensamiento uniforme, donde los individuos son empujados al consumo, al hedonismo del presente, por los medios de comunicación y las redes sociales.

Un libro, La Identidad Desdichada, sobre conceptos de filosofía social, que sirve para abrir la ventana y afinar la vista.

 

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