AIFA, sin Haber Terminado Instalaciones Básicas
La Refinería Olmeca, no Tiene el Equipo Completo
El Tren Maya Está en Pruebas Paro ya se Inauguró
Al Tren Suburbano le Faltan Estaciones en 40 Km.
GERADO LAVALLE
Ya es costumbre presidencial.
Inaugurar obras inconclusas es el sello de la casa presidencial.
La más reciente, “El Insurgente”, tren interurbano que debería conectar a la Ciudad de México con Zinacantepec, y que dará servicio a 5 municipios mexiquenses: Zinacantepec, Toluca, Metepec, San Mateo Atenco y Lerma.
Del resto, nadie ha informado cuándo, por ejemplo, quedará terminada la remodelación y ampliación de la Estación Santa Fe, en donde conectará con tres líneas del Sistema de Transporte Colectivo (Metro)
Las obras estuvieron detenidas casi tres años y apenas se terminaron unos tramos y esos son los que recorrió El Insurgente con el Jefe del Ejecutivo federal y el saliente gobernador del Estado de México, el viernes pasado. Y la gobernadora que el viernes se convertiría legalmente en ello, pero que adelantó la toma de posesión 24 horas para atender la “gentil invitación del señor presidente para acompañarlo en la ceremonia de El Grito de Independencia”.
DE SUS OBRAS Y
LAS DEL PASADO
Algo que también es el sello de la casa presidencial: los sobrecostos en las obras.
El Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles, inaugurado el 21 de marzo de 2022 cuando aún se colaba el agua por los techos, el sistema de aeronavegación no funcionaba y los hangares no estaban terminados, fue presupuestado en el “proyecto ejecutivo” en 80 mil millones de pesos.
El presidente mexicano presumía: “Es el aeropuerto más grande del mundo y sin corrupción, como la hubo en el NAIM, nos costará 80 mil millones de pesos”. El costo se elevó hasta los 136 millones y todavía se le sigue inyectando dinero. Para el próximo año se estima una inversión de más de mil 600 millones de pesos.
La Refinería originalmente llamada Dos Bocas y rebautizada con el nombre de Olmeca, fue estimada en el proyecto ejecutivo en 8 mil millones de dólares. La decisión de rechazar las propuestas de empresas especializadas en construir refinerías, tuvo dos elementos: el tiempo de entrada en operación y el costo.
Los contratistas extranjeros presupuestaron 12 mil millones y un tiempo de 7 años para que su funcionamiento fuera total.
Hacerla con personal mexicano, con un nuevo proyecto ejecutivo, se ajustó al presupuesto estimado y aprobado el presidente de la República: 8 mil millones de dólares y tiempo récord para terminarla y que produjera 360 mil barriles diarios de gasolinas y diésel: 5 años.
Hasta ahora, la Olmeca, inaugurada el primero de julio del año pasado, no ha producido un solo barril de gasolinas. Ah, eso sí, ha generado gastos por 18 mil millones y aún faltan otros cuatro mil para que opere a su capacidad.
El tren Maya, con un presupuesto inicial de 130 mil millones de pesos ya rebasó los 300 mil millones, según expertos financieros.
También, con el sello de la casa, fue inaugurado el 3 de septiembre, con el disfraz de una “prueba”. El propio presidente, con su comitiva y decenas de “periodistas” a los que se les entregan las preguntas para que responda a modo el ciudadano huésped de Palacio Nacional, vivió las consecuencias de los apresuramientos.
En los dos días de “prueba” falló el Maya, cuyo recorrido que se hace en auto en 2 horas, tardó 5.
“Control, control, aquí el presidente”, se escuchaba en el sistema de comunicación interno de su majestuosa obra “la más grande del mundo, con 1800 kilómetros de recorrido”, para conocer qué diablos pasaba.
Y el pasado viernes Inauguró incompleto tren interurbano México –Toluca, obra iniciada hace 8 años y cuyo presupuesto rebasaba los 36 mil millones pero que no se invirtió un centavo en cuatro años de la actual administración.
Lo sorprendente es que de aquellos números se pasó al triple: costará 97 mil millones de pesos. ¿Y cuándo estará terminada la obra?
Nadie fija la fecha. Lo que se informó es que aún faltan 38 kilómetros del tramo por concluir, que es construido con una inversión de 62 mil millones de pesos.
Es el sello de la casa: estimar precios “justos y sin corrupción” y ejecutar las obras con sobreprecios que, nadie por cierto, sabe quiénes son los beneficiados.