Punto de Vista
Por Jesús Michel Narváez
Recordar, lo bueno, es vivir. Lo malo atormenta y amarga.
Por ello, con motivo de la parada militar que se realizará este sábado a partir de las 10 horas y que inicia en el Zócalo, en donde se solicita permiso al personaje que se encuentra en el Balcón Central de Palacio Nacional para dar la señal de ¡avancen! y culminará en el Auditorio Nacional, vienen los recuerdos.
Mi padre nos llevaba a mis hermanos y a mí a que miráramos el desfile. Éramos pequeños y ya se sabe, a las tempranas edades todo es sorpresa.
Los adultos, muchos militares retirados entre ellos mi padre, aplaudían el paso de los soldados. Lucían los viejos uniformes verde olivo. No se presentaba o no había, los floridos en tonos grises que se utilizan para campañas militares. Tampoco se veían los de color arena. Eran verde y ya.
Eso sí, las botas negras bien lustradas.
Uno se emocionaba y pregunta al progenitor: ¿qué pistola es esa?… ¿por qué llevan gorras de diferente color?… ¿cómo se llama el paso que llevan los soldados? y una serie de interrogantes que siempre tenían respuesta. Para eso el jefe había sido militar en activo.
Cierto, pasados los años las sorpresas se mantienen.
Ahora los militares tienen mayor marcialidad. Son los jefes deben ser sumamente estrictos para obligarlos a disciplinas harto difíciles. Permanecer de pie por horas y bajo el candente sol, no cualquiera aguanta la jornada.
Observar los nuevos uniformes, vistosos, en diferentes tonos de verde y gris; los rostros pintados al estilo Rambo, el paso redoblado hace cimbrar la Plaza de la Constitución y el sonido de los protectores metálicos genera respeto.
El nuevo armamento siempre llama la atención. Los vehículos artillados, pintados de diferentes colores dependiendo del uso al que se destinen, los helicópteros posados en la plancha de la Plaza de la Constitución mientras el Lábaro Patrio ondea o cuelga por la falta de aire, son referentes de los desfiles del 26 de septiembre.
Todavía en años pasados, no más de una década, los aplausos al paso de los militares y marinos, estimulaban a quienes forman los batallones, las compañías.
Hace unos días, durante una entrevista con personal de la Secretaría de la Defensa Nacional –la empresa comercial y financiera más importante del país que cuenta con aeropuertos, autopistas, trenes, control de aduanas, hoteles, construye obras y pronto tendrá su propia línea aérea- me informó que participarán poco más de 14 mil elementos del Ejército, la Marina y la Guardia Nacional y los cadetes y oficiales del Colegio Militar que, como de costumbre harán las delicias de grandes y pequeños al lucir el control que mantienen sobre las águilas; dijo también que desfilará la caballería con corceles criados en Santa Rosa, en Chihuahua y que son “totalmente mexicanos”.
En lo personal me asalta la duda de si los elementos castrenses recibirán aplausos o reclamos.
Desde que salieron de sus cuarteles desde hace 16 años, los militares y marinos perdieron simpatía. Al principio de la guerra declarada por Felipe Calderón los michoacanos, por lo menos, celebraban. Ahora, cuando la seguridad pública está en manos de la Guardia Nacional y con respaldo de militares y marinos, las cosas han cambiado.
Ya no es el ejército, la marina, la fuerza aérea de paz. Es la que enfrenta, sin mucho éxito, a los criminales y en ocasiones cobra la vida de inocentes.
¿Habrá aplausos a su paso formando las columnas del Desfile del 16 de septiembre?
Sinceramente no lo sé. Hay miles de personas que tienen reclamos.
Si en lugar de aplausos hay silbidos, será por obra y gracia de la transformación de cuarta.
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