Alfredo Mejía
Las elecciones presidenciales 2024 hasta ahora han sido las más mediáticas de toda la historia democrática del país. Hemos visto como el titular del ejecutivo se erige como el gran líder del Partido Oficialista, violentando toda regla establecida para los comicios de esta naturaleza, ya de por sí es antijurídico lo que hace López Obrador, es la exageración de burlarse de las instituciones creadas democráticamente que no tiene par en un estado de derecho.
En uno de los pasajes más negros de la historia democrática mexicana López hace alarde de su ignorancia en esta materia, no es lo mismo ser líder de las marchas, del aplausometro o de las encuestas tendenciosas; que líder de un país que inevitablemente requiere de una buena dirección que solo proporciona un verdadero líder y en México dicho líder no ha llegado aún.
Se le ha dicho al pueblo sobre la vigencia filosófica y democrática de Benito Juárez, venerándolo cada vez que es posible, cuando este político independientemente de si sea el líder o no, llegó al poder, a la silla presidencial, después de tres intentos. Sn embargo, en ninguna de ellas se supone haber llegado mediante el sufragio universal del pueblo, en dónde está entonces lo democrático.
El término «democracia» conlleva generalmente una referencia más emotiva que descriptiva o analítica. Y se le utiliza a menudo en contextos en donde se intenta lograr ese efecto emotivo. En todo caso, la «democracia» ha ganado ciertamente la ‘batalla de las palabras’: ahora, todos somos «demócratas». Hasta B. Juárez, en un cuestionamiento abierto.
La polarización no es democracia, y es una tarea que ejerce muy bien López Obrador todos los días para confundir al pueblo, pretendiendo hacerles creer que ellos son los que triunfan cuando apoyan a un lidercillo de barrio para hacerlos sentir igual y que en realidad existe la oportunidad para ellos de ser líder.
Y los trabajos para la sucesión presidencial del 24’, están más que polarizados desde las entrañas del partido oficial y de la oposición misma, olvidándose la mayor de las veces de la democracia en su más puro e intrínseco sentido.
Lo único cierto, es que casi consideramos que la democracia se muestra bajo muchas formas y dimensiones diferentes; y estas formas y dimensiones son generalmente mucho más interesantes que la democracia misma.
Describir un sistema político como democrático no significa mucho. Necesitamos saber qué se quiere denotar con esta descripción, cuáles de las muchas variantes de la democracia que tiene en mente quien formula la descripción y cuáles características del ‘orden democrático’ se toman como decisivas, porque precisamente ahí está la confusión de querer ser o ser democrático dentro de la ética política.
Todas las mañanas desde palacio nacional, López Obrador actuando como líder de barrio se ostenta como un demócrata recalcitrante, cuando no es más que un solo reflejo de lo que su mente pretende que sea y en la realidad es prácticamente imposible, ya que su regresión conductual no lo deja, la exaltación de su ego reprimido desea que los demás lo vean como un gran demócrata, y lo intenta hacer valer dentro del concierto internacional de las naciones, donde la mayoría de los representantes de cada país ignora sus pretensiones, aduciendo por supuesto que es antidemocrático.
La Antidemocracia, no es un término novedoso, tiene ya varios años queriendo perpetrase en la vida política de los países, denominada también como un movimiento social y político antidemocrático, esto es, una forma factible para la convivencia de la sociedad. Rechazando activamente las formas y prácticas democráticas, como la tolerancia y la pluralidad, proponiendo en su lugar métodos monolíticos y autoritarios de gobernanza, destruyendo instituciones, eliminando contrapesos, soportando sus acciones en sus seguidores, entes de la delincuencia organizada y la guardia nacional que no existe de iure, llevando la impunidad a niveles extraordinarios más si se trata de gente allegada al poder, como secretarios de estado, directores de empresas paraestatales, familiares, amigos, compañeros de lucha, etc.
La democracia es aceptada como una buena forma de gobierno, como el mejor sistema para tomar decisiones colectivas, tanto en las organizaciones estatales como sociales y privadas. Sin embargo, contra lo que muchas veces se sostiene la aceptación de la democracia no ha sido unánime, y en muchas organizaciones y países, existen grupos y personas que se oponen a la misma, sosteniendo que existen mejores formas de tomar decisiones y gobernar.
Los antidemócratas se expresan como populistas: ejemplos recientes estaría el de Estados Unidos con Donald Trump en su pasada administración o México con Andrés Manuel López Obrador en la presente; o dictatoriales como Venezuela o Cuba. Lo que tienen en común son sus políticas de destrucción de las instituciones democráticas del Estado, especialmente a los contrapesos, como los poderes Judicial y Legislativo, los órganos autónomos, las entidades académicas de la sociedad como universidades, organizaciones de la sociedad civil, medios de comunicación de los cuales pretende su sometimiento, etcétera. También subordina a las Fuerzas Armadas al arbitrio del jefe máximo, por la vía del control presupuestal o por la corrupción. Actualmente los negocios más importantes del país pasan a manos del Estado en su poder máximo, en complicidad con una clase capitalista corrupta y subordinada por los negocios.
En el caso de López Obrador, ese espíritu antidemocrático siempre ha estado presente en sus prácticas políticas. Ha usado la fuerza pública y el Ministerio Público como instrumento punitivo contra sus “enemigos”, ahora, la represión es con el SAT y con la UIF. Todo lo que hace hoy al ignorar las leyes y pisotear la Constitución es parte integral de su visión de desprecio por las prácticas y formas de una sociedad republicana, libre y estado de derecho.
A pesar de que la Constitución le prohíbe opinar e intervenir en el proceso electoral, sigue opinando e interviniendo con cinismo e impunidad. Está viviendo a plenitud su método antidemocrático.
Esta encrucijada coloca a las sociedades modernas ante el dilema central de sus existencias, como vemos en Estados Unidos y en México. Con Trump y Obrador respectivamente. La decisión es sobrevivir como sociedades democráticas o sucumbir al canto de las sirenas del autoritarismo.
Y para seguir siendo demócratas hay que derrotar a los antidemócratas y sus especies, México está aún a tiempo, aunque ignoramos si Francisco I. Madero realmente sembró la democracia en México, cuando en 1911, se tuvo la primera experiencia democrática al elegir un gobierno de manera libre a través del voto. En esta época contemporánea han crecido más las figuras antidemocráticas que la democracia misma, por lo tanto, el voto toma mayor relevancia social, política y económica en nuestro País. Por un México libre y democrático.
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