Punto de Vista
Por Jesús Michel Narváez
Como gobernador, mostró tener el puño cerrado y dispuesto a propinar un recto a la mandíbula.
Como secretario de Estado, confirmó ser de “pocas pulgas”.
En alguna ocasión, mandó al diablo a una mujer que buscaba explicarle algo sobre su hija desaparecida.
En otra, se disgustó públicamente con el voz-cero –esta vez con toda la razón- por el mal manejo informativo respecto del desvanecimiento del presidente que provocó rumores de haber sufrido un infarto y estaba en condición crítica.
Como corcholata ya enseñó que es de cobre. Después de su rudeza demostrada con la diputada federal Karla María Robelo a quien propinó un codazo de aquellos que obligan a sacar la tarjeta roja y enviar al agresor a los baños, ahora resulta que solamente fue una reacción.
Explicó: «Me jalaron, casi me tiran, me enterraron las uñas y yo lo que hice fue reaccionar, pero bueno, yo no me arrepiento de ello».
Ser parte de la familia de los corchos y pretender llegar al máximo cargo público-político del país, lo obliga a “sufrir” la “cercanía con el pueblo”.
Y tiene que aguantarse o, como pediría Alejandro Martín: “Si no puede, renuncie”.
Un personaje que no está dispuesto a bañarse con el agua del pueblo y prefiere el sauna en elegante hotel o su fina casa, no podría jamás entender los problemas de los “de abajo” porque, aunque no se haga público, Adán Augusto es de “los de arriba” y para muestra sobra un botón: es el único de las corcholatas que no aceptó el “financiamiento” de 5 millones que Mario Delgado, dirigente de Morena, le regaló a las otras tres primas del corcho champañero.
«Dale poder a un ignorante y lo convertirás en un tirano», reza la expresión popular. Y sin calificar de ignorante al exsegundo hombre al mando del país, porque habla tres idiomas, es abogado y tiene maestría, su actuar es de quien no sabe para qué es la educación.
Se entiende que no tenga costumbre de “rozarse con los de abajo”, pero resulta indescifrable su actitud cuando, como su jefe, amigo, hermano, pregona a los cuatro vientos que los fifís, son corruptos –Adán es fifí y de a de veras-, deshonestos, que no piensan en el pueblo sino solamente en los beneficios que les dejan sus negocios, y él demuestra que no se deja rasguñar.
Quejarse de que lo jalaron, que es una expresión de “amistad y confianza”, que por poco lo tiran –diría derribar para evitar la confusión y no entender que al bote de la basura- y le enteraron las uñas –no explicó si para sacarle la cartera en la que llevará seguramente más de un billete de 200 pesos- y los tres elementos lo hicieron reaccionar violentamente, aunque lo niegue.
Y la respuesta a los reporteros que lo entrevistaron, no deja duda de lo que piensa de los que no le gustan:
“… yo no me arrepiento”.
Córcholis y recórcholis.
Si así reacciona por un simple jalón y una “enterradita de uñas”, hay que imaginar cono lo haría si llegase a sentarse en la Silla del Águila y un ministro de la Corte le suspenda temporal y después de manera definitiva una de sus leyes.
¡Arderá la Corte y el infierno será para todos los mexicanos!
Para estar en la política, hay que mostrar carácter, fortaleza y hasta rudeza. Nunca abusar frente al pueblo bueno y también ante el malo.
Ser finito y quejumbroso, no ayuda. Una disculpa no le habría quitado ni un pluma. A menos que sea Montblanc
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