SILVESTRE VILLEGAS REVUELTAS
Desde que el ser humano tomó conciencia del desarrollo del tiempo, de las pérdidas de sus semejantes y de que quería dejar constancia de sus afectos y problemáticas, empezó por pintar, esculpir y finalmente escribir -hoy diríamos historias o relatos- de aquello que le era significativo.
Los sumerios dejaron tablillas con crónicas de sus costumbres y cuentas de ingresos y gastos por lo que hoy sabemos de dicho pueblo tenía entre sus principales afectos las actividades comerciales; el rey Hamurabi mandó hacer codificaciones de leyes. Los egipcios nos dejaron afortunadamente miles de relatos en piedra y papiro acerca de su religiosidad, de las formas medicinales que tenían a su disposición y también, para la argumentación de este artículo: historias acerca de sus gobernantes, historias del linaje de sus deidades, compilaciones de usos y costumbres amén de relatos en torno a las conquistas, guerras, pleitos dinásticos que sucintamente podemos agruparla en: la historia del pueblo egipcio. Cuando un faraón moría y el sucesor había sido su enemigo en vida comenzaba a borrar los logros de aquél y destruían sus efigies. La idea era borrarlo de la historia, que no se acordaran de él y bajo una óptica contemporánea “la historia oficial” era ya un relato sesgado y por consiguiente con una línea ideológica. Del lado americano, las tres zonas de alta cultura prehispánica: mesoamericana, andina y norteamericana dejaron a su modo relatos sobre sus respectivas sociedades, formas de caza, recolección y comercio, amén de las muy prolijas crónicas acerca de sus dioses y en el caso de los mayas, su obsesión por escudriñar el espacio sideral y sus significados. Sin duda el rey Pakal de Palenque fue uno de los más poderosos, porque es de los pocos que tuvieron para sí una pirámide, ninguno de los emperadores mexicas fue enterrado con semejantes lujos.
Respecto a lo que hoy en Occidente conocemos canónicamente como libros de historia, éstos comenzaron con los seminales textos de La Iliada y la Odisea atribuidos a Homero (VI AC) y como parte del mismo bagaje cultural griego, La historia de la guerra del Peloponeso de Tucidides (aprox.470 AC). Seguramente si estos relatos hubieran sido escritos por el bando perdedor -como los troyanos- es casi seguro que el sentido del relato de estos libros hubiera sido distinto al que conocemos, pero esto último es ficción y no historia. Más cercano a la constitución de los imperios clásicos, desde Roma con sus historiadores ya como tal y textos como el todavía consultado Historia de la guerra de las Galias por Julio Cesar, continuando con la Crónica Anglosajona o de los Reyes de Inglaterra y ochocientos años después la Historia de la Revolución Francesa por Lamartine, publicada un año antes (1847) de las revoluciones burguesas que paulatinamente dieron paso a las bases del mundo que hoy conocemos. Unos y otros textos contaron historias de reyes, pueblos, muchísimas batallas, reformas religiosas, conquistas de territorios en América y muchísimos otros temas; muy pocos pero medulares, reflexionaron sobre las condiciones sociales del mundo que le tocó vivir –como fray Bartolomé de las Casas y su Brevísima Crónica de la Destrucción de las Indias (1552) e Historia de las Indias (1875) que por el título de la primera y la fecha de edición de la segunda, revelan lo incómodo que para los españoles, sobre todo del siglo XIX, les resultaba aquél texto donde narraba las atrocidades de los conquistadores.
A partir de las últimas décadas del mundo decimonónico y a lo largo del siglo XX, el quehacer de la Historia se profesionalizó y sus productos se cuentan por cientos de miles alrededor del mundo. Desde las escuelas historiográficas occidentales hasta las del mundo tradicionalmente llamado Oriente –que para los americanos es occidente porque si volamos a China lo hacemos hacia la izquierda, o sea a través del océano Pacífico y no como los europeos que desde los tiempos de Marco Polo tienen que viajar hacia la derecha. El Oriente comienza al cruzar el río Danubio y por miles de kilómetros llega hasta Japón y la península de Kamchatka; lo señalado líneas arriba en torno a lo relativo sobre Occidente y Oriente es una postura ideológica, resulta de una escuela anticolonialista y critica la visión eurocentrista que ha preponderado desde la Alta Edad Media en la historia y geografía que conocemos.
Respecto a la historia que se ha escrito sobre México, dividida en el mundo prehispánico, indígena, indio, luego la época colonial, de la monarquía española, de la Nueva España, y finalmente el México moderno y contemporáneo de los siglos XIX y XX, canónicamente dividido en: Guerra o revolución de independencia; federalismo o centralismo-época de Santa Anna; la Reforma liberal y la Intervención Francesa o el Segundo Imperio Mexicano; la República Restaurada; el porfiriato o dictadura de Porfirio Díaz; la Revolución Mexicana y el México postrevolucionario con sus tiempos como el callismo, el cardenismo, el alemanismo, las décadas del nacionalismo revolucionario, el México del neoliberalismo y el México de la transición democrática. Toda esta historia desde la cultura Olmeca hasta la actualidad se ha visto, se ha estudiado, se ha difundido y se ha criticado desde alguna trinchera política. Es una verdad de pero grullo.
Estimado lector mayor a 60 años, se acuerda usted que los libros de texto de Historia-SEP, como los libros editados por privados para educación primaria y secundaria llegaban hasta el cardenismo. Las razones que tirios y troyanos esgrimían es que vivían personajes, existían intereses y no se habían resuelto problemas, por lo que era peligroso integrar en libros para niños y adolescentes cuestiones históricamente delicadas. Caso opuesto era la Historia Profesional, con mayúsculas, que desde las trincheras liberal, conservadora, indigenista, marxista, neopositivista y demás lindezas ideológicas, desmenuzaron la totalidad de la historia mexicana. Hoy se rasgan las vestiduras porque en el libro de texto que señala el atentado que sufrió el empresario Garza Sada en Monterrey, se ha omitido señalar que fue un comando guerrillero el que le tendió una mortal emboscada. Si usted estimado lector consulta un libro de texto referido a la historia de los Estados Unidos, verá que a la derrota de México en 1848 y sus fatales consecuencias territoriales le llaman “la cesión mexicana”. No cedimos nada, perdimos 2 millones de kilómetros porque fuimos derrotados militarmente y se nos obligó con los términos del tratado de Guadalupe-Hidalgo. Otro ejemplo más de los libros de texto de historia y sus visiones distorsionadas que tienen siempre motivos políticos: los coreanos no han podido convencer a los japoneses para que en sus libros de historia pongan las atrocidades que cometieron los soldados y funcionarios del imperio antes de la derrota de Nagasaki. En fin, nada nuevo bajo el sol.