Punto de Vista
Por Jesús Michel Narváez
Aquellos años en que los ciudadanos se daban cita en la Plaza de la Constitución o acomodarse en 5 de Febrero, Juárez y Reforma para observar el desfile militar del 16 de septiembre y aplaudir a los militares y marinos, quedaron en el pasado y difícilmente habrá de repetirse.
Para nadie es un secreto que a los soldados se les ha perdido el respeto y éstos responden de la misma manera. Basta revisar el cúmulo de quejas en contra de militares, marinos y el híbrido cuerpo de la GN, para darse cuenta de que el abuso de la fuerza es una realidad.
No han sido pocas las ocasiones en que las fuerzas castrenses han sido señaladas de matar, por equivocación o con dolo, a personas inocentes que nada tienen que ver con el crimen organizado o el narcotráfico.
Recordar las palabras de Manuel Bartlett, en funciones de secretario de Gobernación durante la tragedia ocasionada por el terremoto del 19 de septiembre de 1985, cuando se propuso que el Ejército saliera a las calles para ayudar a los afectados, no es ocioso; si salen ¿quién los va a regresar a sus cuarteles?
Se bien es cierto desde hace 50 años, con la “Operación Cóndor” se ha utilizado al Ejército para combatir la siembra, cosecha, trasiego de marihuana y opio, el haber ordenado utilizar toda la fuerza militar para frenar el narcotráfico al que se le declaró la guerra fue un error que hoy prevalece y amplificado. Felipe Calderón, ciertamente, cargará con la responsabilidad de haber sacado de sus cuarteles a los verde olivo… y a los azul-marino.
Ahora, la imagen de los militares está desgastada. Aquella autoridad que imponían con su sola presencia, se perdió en este gobierno cuando por orden del comandante supremo se les impidió defenderse ante las agresiones de los narcotraficantes e integrantes del crimen organizado. En tiempos pasados era impensable mirar a un grupo de soldados arrodillados, desarmados, escupidos y pateadores por los transgresores de la ley.
De ahí que la nueva queja del quejumbroso de Palacio Nacional carezca de valor. Decir que hay una orquestada campaña para desprestigiar a las secretarías de Marina y la Defensa, instituciones del Estado que le sirven al país, es una nueva patinada de quien ni siquiera proteger a sus fuerzas armadas.
Porque ordenar que no respondan las acusaciones del GIEI humilla, no enaltece.
Ello implicaría, culpabilidad. Presumir que dos generales están en la cárcel por los hechos de Ayotzinapa contrasta con la ausencia de detenidos pertenecientes al grupo criminal que secuestro a los estudiantes.
¿Dos generales ordenaron secuestrar, torturar y matar a los estudiantes?
Los soldados que están detenidos solamente obedecieron órdenes. Como los de ahora, de alto rango. La disciplina militar es realidad no mito. Y podrán los oficiales y las tropas no estar de acuerdo en lo que se les pide hacer, pero lo hacen. Incapaces de rebelarse.
Por ello mismo, no hace falta una campaña para desprestigiar al Ejército, a la Marina y al híbrido ente de la GN.
No necesitan ayuda para echarse la soga al cuello. Aunque, claro, se las proporciona el comandante supremo.
Y que no se nos señale como parte de una conspiración para debilitar a las fuerzas armadas. Estar en la calle para llevar a cabo acciones de seguridad pública, los ha desgastado de manera innegable. Más aún, cuando se advierte que destruyen laboratorios clandestinos –así los definen los castrenses- que nunca podrían ser públicos pero no detienen a los cocineros y a sus jefes.
El desgaste de las fuerzas armadas no lo han provocado la población ni tampoco los adversarios, los conservadores, los corruptos. Es resultado de la no estrategia de un civil al mando… un personaje “humanista” que prohíbe disparar a los verdaderos enemigos.
De tanto ir al cántaro al río, termina por romperse.
Así que, no se queje señor quejumbroso.
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